Con dos temporadas de éxito arrollador, "Parte de este mundo" reinventa el teatro con una experiencia única: comida, cercanía y escenas improvisadas que conmueven desde la simpleza.
Lo primero que se ve al llegar al Club Social y Deportivo Chulo, en Amézaga y Requena, es un cartel de "entradas agotadas". Unas 20 personas muy abrigadas esperan en la puerta para vivir un mediodía de domingo distinto. La mayoría son mujeres veteranas que vienen con amigas a compartir una experiencia teatral íntima, cercana, que invita a la reflexión y no se parece a nada conocido. Eso es Parte de este mundo.
Al traspasar la puerta y luego la cortina roja, esta cantina de barrio recibe con jazz de fondo y manteles a cuadros rojos y blancos que combinan con los banderines que cuelgan del techo. Los espectadores comparten la mesa con los actores. No hay escenario ni butacas: lo que hay es una invitación a mirarse a los ojos, un volver a algo que no abunda por estos días.
También hay comida: sándwiches, medialunas, pebetes, empanaditas. y servilletas, claro. La única advertencia es no ocupar los lugares que tienen un vaso con agua enfrente: esas sillas están reservadas para los actores. Algunos se animan a probar bocado, otros prefieren charlar, brindar las opciones son refresco, agua o cerveza, servidos por los propios actores o sacarse fotos.
El objetivo principal de Marco De Luca, director de la obra junto a Eduardo Piñero, era claro: romper con la distancia del teatro clásico y acercar a quienes no suelen consumir teatro. Y se logra. Esta propuesta original de Adrián Canale, que lleva más de una década en el circuito independiente porteño, va por su segunda temporada en Uruguay y el éxito es rotundo.
Parte de este mundo encontró en el Club Chulo que representa a cualquier institución barrial del Río de la Plata y fue elegido porque varios del equipo viven en la zona el espacio ideal para desplegarse. Es un lugar que parece salido del guion, inspirado en cuentos y poemas de Raymond Carver, pero que en escena se construye con un 70 % de improvisación.
Antes de que empiece la función, los actores se mezclan entre los comensales. Preguntan si están todos cómodos y servidos, si falta alguna servilleta. La hospitalidad y la amabilidad reinan en un ambiente donde el murmullo de fondo, las carcajadas y el ir y venir de platos se parecen más a un almuerzo familiar que a un evento artístico.
Raw Html Ahí está el corazón de este proyecto: reivindicar esas largas mesas cruzadas que alguna vez fueron un ritual, esos clubes de barrio que forman parte de nuestra idiosincrasia y que, quién sabe por qué, "se han ido licuando", dice el director.
Parte de este mundo recupera ese espíritu y lo trae a escena con la excusa del teatro. Da la chance, incluso, de que aquel que está solo un domingo a mediodía tenga un lugar al que acercarse, un espacio donde compartir y sentirse cobijado.
Una obra de teatro con el espectador como testigo activo
Los relatos comienzan a fluir con una naturalidad que remite a un almuerzo familiar. El público no es un espectador, sino un testigo de escenas tragicómicas infidelidades, traiciones, historias de pareja o de padres e hijos que podrían suceder en cualquier casa. La empatía gana terreno, y con ella se vuelven protagonistas la fuerza de las miradas, los silencios y las sonrisas espontáneas.
El "sube y baja" emocional es constante: se pasa de la risa al llanto en pocos segundos. Cada palabra cala hondo, interpela y hace reflexionar desde lo simple, sin rebusques. La clave está en la cercanía, en ese detenerse a cruzar miradas.
Los actores, cuando salen de escena, se transforman en espectadores: ríen, se conmueven y disfrutan de la acción como uno más, como si fuera la primera vez que ven la obra, sentados en las mismas sillas de plástico que rodean las mesas.
Mientras la obra está en marcha, está permitido comentar con el de al lado o incluso con quien está en escena. No se invade a nadie. Sin embargo, el público suele intervenir por elección propia, simplemente porque le nace. "No es algo que busquemos o incentivemos, pero sucede", acota el director.
No hay telón que separe al elenco del público ni escenario que eleve a unos sobre los otros. La cercanía es parte del encanto de esta obra distinta a todo lo que ofrece la cartelera teatral uruguaya. Los actores hacen sentir parte al espectador, como si fueran anfitriones.
Todo sucede al lado. Los artistas están a nivel del piso y eso permite que, al finalizar la obra, la gente se acerque a pedirles fotos, a conversar, a dar una devolución directa o simplemente a abrazarlos.
Al final de esa hora y media de comunión, hay un agradecimiento mutuo entre actores y espectadores que eligieron pasar un domingo distinto, dejándose atravesar por una experiencia que sensibiliza, hace reír y también invita a pensar.
Hacer teatro, según De Luca, es un gran salto al vacío que requiere amor y dedicación. No siempre funciona, pero Parte de este mundo que continúa todos los domingos de junio y julio a las 13.00 en Club Chulo lo logra: la obra atípica lleva dos temporadas con localidades agotadas. Detrás, dice, hay un equipo que cree en el proyecto. Se levantan cada domingo con ganas de ir al Club Chulo a vivir la experiencia, a aprender del otro.
El éxito no está solo en la cantidad de público, sino en lo que la obra genera. "Uno de los actores me dijo: 'nunca me pasó que en una obra alguien venga, me abrace y no me diga nada'", resume el director.