Fabiola León-Velarde
En momentos en que la Amazonía peruana sufre los embates destructivos de la minería ilegal, la tala y el narcotráfico, resulta imprescindible recordar el libro de Antonio Brack: ?Perú: biodiversidad, pobreza y bionegocios? (2004). Brack nació en Oxapampa, fue el primer ministro del Ambiente del Perú y destacó como pionero del desarrollo sostenible basado en la biodiversidad. A más de dos décadas de su propuesta, el país muestra avances valiosos; sin embargo, el desarrollo de bionegocios en el Perú aún no alcanza la escala ni la articulación que exige su verdadero potencial.
La ciencia detrás de los bionegocios ya existe. Tecnologías de bioprospección permiten identificar compuestos activos en plantas nativas para farmacología, cosmética o nutrición funcional. En nuestra Amazonía, se han desarrollado biofábricas donde se cultivan especies forestales en condiciones controladas, mediante cultivo in vitro, micropropagación o clonación vegetal. Estos métodos hacen posible abastecer el mercado legal de madera con árboles cultivados de forma sostenible, lo que reduce la tala ilegal y promueve un desarrollo sustentable frente al modelo depredador de las economías ilícitas.
En el suelo andino, nuestros investigadores usan bacterias y hongos para producir biofertilizantes adaptados al cambio climático, mientras proyectos de genómica revalorizan cultivos tradicionales como el cushuro, la cañihua, la mashua o el tarwi, resaltando su valor nutricional, medicinal y adaptativo. El cushuro, una cianobacteria andina (alga azul-verde), es un ejemplo de cómo la biodiversidad se convierte en un bionegocio que vincula tradición, ciencia e innovación. Su alto valor nutricional y propiedades bioactivas lo posicionan como candidato ideal para combatir la anemia, mejorar la seguridad alimentaria y generar productos con valor agregado, como alimentos funcionales, cosméticos o con diversos ingredientes bioactivos. Pero para que el cushuro y otros insumos de nuestra biodiversidad dejen de ser solo ?recursos con potencial? o parte de emprendimientos a pequeña escala, y se conviertan en vector real de desarrollo, se requiere un mayor financiamiento para escalar su cultivo y procesamiento, estandarización y certificación de calidad, transferencia tecnológica y marcos legales que promuevan su exportación.
Muchos de estos avances han sido impulsados por investigadores jóvenes, varios de ellos repatriados en los últimos años, que trabajan en universidades como la Toribio Rodríguez de Mendoza de Amazonas, San Cristóbal de Huamanga o San Antonio Abad del Cusco, articulando saberes tradicionales y ciencia de frontera. Son ejemplos vivos del país que queremos, un país que valora su patrimonio natural y su talento científico, y los convierte en motores de desarrollo territorial.
Consolidar esta visión exige políticas públicas estables y articuladas, que fortalezcan el Concytec, que mejoren y canalicen fondos públicos y privados, y de organismos como el BID, el Banco Mundial o la CAF. Solo así podremos formar profesionales capaces de liderar proyectos de desarrollo alineados con esta mirada. La ciencia y la tecnología son, en ese sentido, el puente entre biodiversidad y bienestar.
Sin investigación básica y aplicada, sin laboratorios ni talento joven adecuadamente incentivado nuestra biodiversidad seguirá siendo admirada, pero insuficientemente aprovechada. Con investigación, en cambio, podríamos ver al cushuro, el tarwi, la mashua y la cañihua en las mesas del mundo; la integración de ciencia, diseño y cultura permitiría que nuestras fibras nativas, como la vicuña, la alpaca o el algodón nativo, se proyecten al mundo como productos de alta gama con trazabilidad, identidad y bajo impacto ambiental; y a los bosques amazónicos como fuente de medicina y conocimiento forestal, en lugar de carbón, ceniza y mercurio derramado por la minería ilegal.
De cara a las elecciones del 2026, sería una señal de madurez que la biodiversidad, la ciencia y los bionegocios sostenibles formen parte de las propuestas y compromisos de los partidos políticos. El Perú tiene todo para liderar una economía basada en la naturaleza y el conocimiento; solo falta decisión.
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