Jueves, 03 de Julio de 2025

Haruki Murakami, el jazz y 55 retratos musicales: un libro para escuchar, leer y descubrir sin orden ni apuro

UruguayEl País, Uruguay 2 de julio de 2025

En "Retratos de jazz", su nuevo libro, Murakami parte de los retratos de Makoto Wada para bucear entre los vinilos de su discoteca y escribir sobre su relación con el género musical que más lo inspró.

Retratos de jazz, de Haruki Murakami y Makoto Wada, es una puerta de entrada perfecta al universo inabarcable y siempre excitante del jazz y sus infinitas ramificaciones. Es el libro ideal para tener en la mesa ratona, abrir al azar y descubrir un artista. Las opciones sobran: son 55, y la lista se mueve entre emblemas como Miles Davis o Louis Armstrong y rarezas como Shelly Manne o Jimmy Rushing.

Murakami, eterno candidato al Nobel y uno de los autores más vendidos de Japón, los presenta con inteligencia: entrelaza recuerdos personales con datos biográficos y observaciones certeras sobre el estilo de cada músico, siempre acompañadas por la recomendación de un disco. La selección es absolutamente subjetiva, y ahí está su encanto: evita los clásicos previsibles y apuesta por álbumes menos transitados.

Todo eso convierte a Retratos de jazz (Tusquets, 890 pesos) en un libro para disfrutar de a poco, no para leer de corrido. Claro que se puede terminar en una tarde y guardar en la biblioteca, pero así se pierde el verdadero espíritu del libro. Lo que Murakami propone es replicar su propio método: poner el disco, mirar los créditos, dejarse llevar.

Y si hay un tocadiscos cerca, mucho mejor. Se puede pasar un domingo por la batea de ofertas de Tristán Narvaja y llevarse alguna joya de Benny Goodman, Bix Beiderbecke o Fats Waller que se suelen vender a 100 pesos. Los de Miles Davis, Charlie Parker o Thelonious Monk, por cierto, cuestan bastante más.

El autor lo deja claro desde el inicio: acá no hay afán pedagógico. Se trata de compartir el disfrute. De armar una cofradía en torno al jazz, la música más libre, luminosa y llena de matices. O, como escribe Murakami en el prefacio: "Nada me haría tan feliz como hacerle sentir al lector el placer que yo experimento cuando el tocadiscos se pone en marcha, la aguja cae sobre uno de mis viejos elepés de jazz y, cómodamente arrellanado en mi poltrona, escucho la música que se disemina en el aire, al calor de mi madriguera".

El autor de Tokio blues (Norwegian Wood), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y 1Q84 no solo es un melómano confeso: el género al que le dedica su nuevo libro es también una pieza clave de su proceso creativo. "Soy un gran aficionado al jazz y por eso en mi escritura determino en primer lugar el ritmo", dijo en 2020. "Después añado acordes y comienzo con la improvisación tomándome toda la libertad de la que soy capaz. Escribo como si compusiera música. Ese es mi truco".


La cita proviene de Música, música, un libro firmado junto a Seiji Ozawa que, más que a cuatro manos, se construye como un diálogo a dos voces: son transcripciones de conversaciones entre el escritor y el exdirector de la Boston Symphony Orchestra fallecido el año pasado sobre conciertos de Brahms, Beethoven y Bartók, directores como Leonard Bernstein y solistas como Glenn Gould. El punto de partida era la escucha compartida de discos; el objetivo, la asociación libre. Podían hablar de la inspiración detrás de una obra, un recuerdo personal o analizar libros del propio Murakami.

Era una dinámica similar a lo que ocurre en el jazz cuando la improvisación toma el mando y lleva la música hacia terrenos inesperados.


Retratos de jazz parte de una búsqueda similar. El autor se basó en los 55 retratos que el ilustrador Makoto Wada fallecido en 2019 creó para dos exposiciones: Jazz, de 1992, y Sing, de 1997. Con esas imágenes en mente, el camino siguió así: Murakami buceaba en los vinilos de cada artista disponibles en su discoteca, se acomodaba en su asiento y, después de escuchar ambas caras del disco, se sentaba a escribir unas primeras impresiones, "paladeando todavía la música que acaba de fluir a través de unos viejos y enormes parlantes JBL".

Cada artista se aborda en cuatro páginas: dos están dedicadas a las reflexiones del japonés; una reproduce el retrato de Wada, y otra se reparte entre una breve biografía a menudo en diálogo con el texto de Murakami y la foto del vinilo elegido.

El orden del libro es arbitrario, lo que lo hace perfecto para abrirlo al azar o recorrer el índice y dejarse llevar por el interés del momento. Si se buscan cantantes ineludibles, ahí están Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Frank Sinatra; si se quiere ir a las raíces, se puede ir a Jack Teagarden, Cab Calloway o Eddie Condon; y si se prefiere explorar a los revolucionarios, la dirección es clara: Charlie Parker, Thelonious Monk y Miles Davis.


El perfil que inaugura Retratos de jazz es el del trompetista Chet Baker, y la imagen con la que Murakami abre el texto es tan certera como indeleble. "Su música tiene el inconfundible aroma de la juventud", escribe. "Pocos músicos que han dejado huella en la escena jazzística representan como Baker el intenso soplo de la primavera de la vida". Es una frase capaz de retratar la melancolía y la delicadeza del fraseo del también cantante, de vida atormentada y obra de afable serenidad.

Los relatos de Murakami se balancean entre los juicios musicales, el efecto emocional de los artistas y los recuerdos ligados a su descubrimiento. En ese sentido, el capítulo sobre el baterista Art Blakey es crucial. Según relata, descubrió el jazz en una fría noche de enero de 1963, cuando aún era liceal en Kobe, al enterarse de que Art Blakey y sus Jazz Messengers darían un concierto en la ciudad. Compró una entrada por curiosidad, sin saber muy bien qué lo atraía.

Esa noche, frente a un grupo legendario que incluía a Freddie Hubbard, Wayne Shorter, Curtis Fuller y Cedar Walton, Murakami no entendió del todo lo que escuchaba. Pero algo se encendió. Intuyó que esa música compleja, vibrante, estaba llena de promesas. "Me encontraba ante una experiencia llena de riqueza musical y promesas, además de una profunda espiritualidad". Lo que más lo deslumbró fue el tono: "sugerente, provocativo, lleno de misterio". Al salir del teatro, fue directo a comprar un disco de Blakey: Les Liaisons Dangereuses. Fue una epifanía musical.

Cuando se trata de su relación con los discos y con los clubes de jazz es cuando el libro alcanza sus momentos de mayor vuelo. Eso incluye el recuerdo de cómo consiguió una edición importada de Song for My Father, de Horace Silver, que guarda como tesoro; o una escena cinematográfica escuchando "Walkin'", de Miles Davis. El único pecado del libro es que en la contratapa se anuncia que durante años el autor regentó un club llamado Peter Cat, pero luego no se hace ni una sola mención al respecto.

Este es un libro para escuchar con atención. En Spotify hay una playlist hecha con cada canción mencionada. Que empiece el viaje.

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