El apagón masivo que dejó sin luz a millones en España y Portugal en abril de 2025 no fue culpa de las renovables, sino de una infraestructura no adaptada a los cambios.
El pasado 28 de abril,
la red eléctrica de España y Portugal sufrió un colapso total que dejó sin suministro a decenas de millones de personas. Aunque el
apagón fue repentino, los primeros signos de inestabilidad se habían comenzado a registrar desde la mañana, con fluctuaciones de voltaje en las
redes de alta tensión. Poco después del mediodía, se produjeron fallas simultáneas en varias centrales del sur de España, lo que provocó una pérdida abrupta de generación. Esta caída, cercana a los 2.200 megavatios, desencadenó un efecto en cadena: el voltaje se disparó, la frecuencia cayó por debajo de los umbrales seguros y, en cuestión de segundos, se activaron
los sistemas de protección que desconectaron las interconexiones internacionales. La red ibérica quedó completamente aislada y colapsó.
La magnitud del evento fue tal que unos 30.000 megavatios de demanda más de la mitad del consumo total se desconectaron en menos de cinco segundos. La recuperación fue gradual: Portugal restableció su red hacia la medianoche y España logró completarla recién en la mañana del día siguiente.
Este apagón no fue un hecho aislado ni mucho menos un efecto colateral de la transición energética, como algunos críticos de las renovables intentaron presentar aprovechando el incidente para revivir viejos fantasmas. De acuerdo con el informe de REN21 organismo con sede en París presidido por el uruguayo Ramón Méndez titulado
The Iberian Blackout: Not a Failure of Renewables - A Wake-Up Call for Grid Resilience, y coincidiendo con evaluaciones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), lo ocurrido fue una advertencia clara sobre los riesgos de sostener una infraestructura eléctrica diseñada para un sistema del pasado, en un presente con demandas y características completamente distintas.
El colapso no fue consecuencia de las energías limpias, sino de una red que no ha sido modernizada para adaptarse a una demanda cada vez más electrificada, una oferta con creciente participación de fuentes intermitentes como la solar y la eólica, y una débil capacidad de interconexión. El evento se desencadenó a partir de un desequilibrio crítico que derivó en desconexiones automáticas en cascada, entre ellas la caída de la interconexión con Francia y la desconexión de plantas solares en el suroeste español.
REN21 fue contundente: "No fue un fracaso de las renovables, sino una llamada de atención para modernizar la red". La AIE, por su parte, subrayó la urgencia de fortalecer la seguridad eléctrica en un mundo donde la electricidad es el principal vector de la transición energética.
El caso de Chile refuerza esta señal de alerta. En febrero de 2025, una falla en una línea de 500?kV que une el norte con el centro del país dividió el sistema en dos "islas eléctricas", dejando al 98?% de la población sin suministro. En esa emergencia, muchas pequeñas generadoras no respondieron como se esperaba, lo que evidenció debilidades en los marcos regulatorios y en los sistemas de protección.
Tanto en España como en Chile, el origen estructural de la crisis es el mismo: redes, regulaciones e instituciones que aún responden a un paradigma del siglo XX, basado en generación térmica centralizada y mercados que toman sus decisiones a partir de las señales de precio en el mercado de corto plazo.
Para evitar nuevas crisis, es urgente repensar el diseño de los sistemas eléctricos. En primer lugar, se requiere inversión inmediata en modernizar y hacer más "inteligentes" las redes, sistemas de almacenamiento a gran escala, una planificación orientada al largo plazo y plataformas de control avanzadas que permitan monitorear y operar la red en tiempo real. También se necesitan tecnologías que permitan mantener estable la frecuencia y el voltaje del sistema eléctrico, como dispositivos rotatorios que simulan la inercia de las antiguas centrales térmicas y amortiguan las oscilaciones cuando se producen desequilibrios.
Estas soluciones no solo fortalecen la resiliencia, sino que permiten que la red funcione de forma estable y segura, incluso cuando la generación depende en gran medida de fuentes intermitentes como la solar y la eólica.
En segundo lugar, los mercados eléctricos deben evolucionar. Las señales actuales de precios de corto plazo ya no aseguran eficiencia en la asignación de recursos ni en la planificación de inversiones. Es necesario establecer mecanismos que remuneren de forma efectiva la disponibilidad, la flexibilidad y los servicios complementarios imprescindibles para la estabilidad del sistema.
Por último, es indispensable reforzar las interconexiones eléctricas internacionales. En el caso español, la débil conexión con Francia apenas el 3?% de su capacidad instalada, muy por debajo del objetivo europeo del 15?% impidió recibir respaldo externo durante la emergencia. En América Latina, avanzar hacia la integración energética regional aportaría no solo resiliencia, sino también eficiencia y mayor competitividad.
El apagón ibérico, no puede leerse solo como una falla puntual: es un llamado urgente a transformar en profundidad la infraestructura, las reglas del mercado y el diseño institucional. La transición energética no se trata únicamente de cambiar cómo se genera la electricidad, sino de garantizar que esa electricidad fluya de forma segura, confiable y eficiente desde la producción hasta los consumidores.
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Alfonso Blanco Bonilla es Director del Programa de Transiciones Energéticas y Clima del Inter American Dialogue. Ex Director Ejecutivo de OLADE y Co Fundador de Fundación Ivy.