La fórmula de la cohesión
Raúl Candal y Silvia Bazilis, en "Don Quijote"
Para el público de los años 80 y los primeros 90, que creció como espectador en el Teatro Colón, fueron la pareja perfecta
Raúl Candal y Silvia Bazilis, en "Don Quijote"
Para el público de los años 80 y los primeros 90, que creció como espectador en el Teatro Colón, fueron la pareja perfecta . Él, un bailarín espigado, de melena abundante, con piernas largas y la dramática precisa cifrada en cada gesto; ella, grácil (no frágil), con un registro dúctil y una inagotable cantera de recursos para componer sus personajes. Costaría precisar más allá de los virtuosismos cómo eran el uno sin el otro en escena. Tampoco vamos a convertir lo que sigue en un despliegue de adjetivos, que habría de sobra. Juntos, Raúl Candal y Silvia Bazilis integraban la fórmula de la cohesión, como se llama en la física o la química a la atracción de las moléculas de una misma sustancia, pero aquí en el arte. Ahora, de pronto, en la confitería del Pasaje de Carruajes, vuelven de un recuerdo y son Onegin y Tatiana en aquella última función, una despedida a su altura, en la cúspide de sus carreras.
"Eso que hacías vos con el libro no se lo vi después a nadie más", le dice ella, del otro lado de la mesa del café, treinta años después. Con las cartas él era implacable, no solo por los naipes que barajaba en una escena del ballet que irrita al joven Lensky (encarnado por un entonces prometedor Iñaki Urlezaga , que no había cumplido los veinte), sino también por las declaraciones de amor en papel, que terminan hechas pedazos, desgarradas como él mismo antes del telón final. Silvia Bazilis y Raúl Candal, de vuelta en Teatro Colón para el montaje de "Don Quijote" que el Ballet Estable estrenará el próximo jueves
"Coincidencias coincidentes -juega Raúl con las palabras-, aunque no por mera casualidad las cosas se dan a veces como tienen que ser". Es que reunidos otra vez, la pareja de amigos está de vuelta en las salas del mayor coliseo porteño justo a tiempo para la celebración del centenario de los cuerpos estables . Sin querer, el hecho adquiere cierto tono de justicia. Ellos, inolvidables, que tanto les dieron al teatro y a su público, regresan por una invitación de Julio Bocca que los honra y que es, al mismo tiempo que un homenaje, la posibilidad de devolverles a los jóvenes bailarines que hoy forman parte de la compañía un poco de todo lo que los nutrió en sus años de gloria (algo que no se consigue instantáneamente, de un "dedazo", como se va hoy de una cosa a la otra en cualquier pantalla digital). Ellos pasaron con los años de sostener la lanza, en el cuerpo de baile, a ser príncipe, y más tarde a dirigir el Ballet Estable ( Candal estuvo al frente en un difícil 2007, fuera de sede ); recorrieron todo el derrotero, aprendieron El lago de los cisnes directamente de Carter, Coppelia de Martínez, Don Quijote y El Cascanueces , de Prebil , La Sylphide de Lacotte y el bello Adagietto de Araiz , que hoy los echa a rodar por las redes sociales en un reel, remasterizados. Y, así, un largo etcétera de nombres propios (George Skibine, Flemming Flindt) hasta que, en ese 1994 de la evocación anterior, la sala bullía de aplausos y bravos. Un DVD demodé lo constata: la imagen ya no es tan nítida después de trasponer la cinta de un viejo VHS, pero la emoción sigue intacta .
También en ellos. Los primeros días de este regreso, por ejemplo, Silvia volvía a su casa y se ponía a llorar cuando les contaba a sus hijas que, por los pasillos, algunas viejas caras conocidas de las que no recuerda el nombre exacto pero sí la cálida familiaridad que transmiten le decían sin escatimar en sorpresa: ¡qué alegría verte de nuevo en casa! Y si estaban juntos... ¡mayor la alegría entonces! Cuando los llamaron para montar la versión coreográfica de Don Quijote que firman a dúo, pensaron que esta vez no iban a poder poner una obra desde cero, como hicieron en 2014, para el estreno en Uruguay. "A nuestra edad, diez años es mucho tiempo", balbucean. Raúl Candal y Silvia Bazilis, una dupla irrepetible
Sin embargo, esta tarde, antes del cortado y de los recuerdos, Raúl -gran maestro de varones- pasaba correcciones a un torero, primero, y después a Basilio, en la sala principal. Desde la platea, no cabían dudas de quién era ese hombre espigado que volvía a coincidir en el compromiso con su eterna compañera. Por mejores actores que sean, en ese sentido, en el escenario no se puede mentir.