Fabiola León-Velarde
El mar peruano tiene una superficie que equivale al 77% de todo nuestro territorio continental. Es, en buena cuenta, casi un segundo Perú todavía por cuidar, comprender y explorar. Su destino debe ser parte esencial de la agenda de quienes aspiran a gobernar el Perú.
Aunque se nos conoce como un país pesquero, esa imagen es más limitada de lo que parece. Nuestra pesca industrial, centrada en la anchoveta, es potente y nos posiciona entre los principales exportadores de harina y aceite de pescado del mundo. Sin embargo, si ampliamos la mirada al conjunto del sector, pesca y acuicultura, el Perú aún está muy por detrás de países como Chile, que exporta más del doble que el Perú, gracias al desarrollo sostenido de su acuicultura (especialmente la del salmón). Mientras tanto, nuestra acuicultura apenas representa el 12% de todas nuestras exportaciones pesqueras.
El Perú ha intentado cerrar esa brecha. El Programa Nacional de Innovación en Pesca y Acuicultura, con apoyo del Banco Mundial, financió más de 1.600 iniciativas entre el 2017 y 2023, y sentó las bases de un sistema nacional de innovación en el sector. No obstante, si ese esfuerzo no continúa, corremos el riesgo de que sus logros se diluyan.
El desafío, sin embargo, no es solo crecer. Es también proteger. Nuestro mar enfrenta múltiples amenazas. El cambio climático ya altera sus ciclos, presenta más altas temperaturas, menos oxígeno, acidificación y migración de especies. Las descargas de aguas servidas sin tratar, los residuos industriales, los derrames petroleros y el omnipresente plástico deterioran nuestros ecosistemas costeros. A ello se suma la pesca ilegal, especialmente la pesca de arrastre, que sigue devastando fondos marinos sin mayor fiscalización.
Las áreas marinas protegidas juegan un rol fundamental, pero hoy solo constituyen el 8%, y muchas áreas enfrentan serias limitaciones en cuanto a su gestión efectiva, financiamiento y monitoreo. A casi 50 años de la creación de la Reserva Nacional de Paracas, resulta clave renovar nuestro compromiso con la conservación de este ecosistema único, y rechazar las presiones vinculadas a la actividad pesquera que podrían poner en riesgo su equilibrio.
La ciencia y la tecnología son nuestras principales aliadas. Sensores oceanográficos, modelos climáticos, algoritmos de inteligencia artificial, drones y aplicaciones móviles hacen posible anticipar eventos como El Niño. Técnicas genéticas rápidas de identificación y monitoreo permiten proteger nuestra biodiversidad marina, resguardar la calidad del agua y combatir la pesca ilegal en tiempo real. Incluso la ciencia ciudadana, ya presente en nuestra costa norte, puede sumar al monitoreo de especies, tallas mínimas y vedas, integrando el conocimiento tradicional con la ciencia moderna.
Nuestro mar es vida, alimento, cultura y futuro. Aunque la pesca es un pilar económico, el verdadero potencial de nuestro mar es enorme. La ciencia y la tecnología son herramientas valiosas para desarrollarlo plenamente. Debemos promover la acuicultura y proteger nuestras zonas marinas para conservar ecosistemas, fortalecer la resiliencia climática y abrir nuevas oportunidades sostenibles. Este es el camino hacia un desarrollo más competitivo, justo e inclusivo del mar de Grau.
El Comercio no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.