Jueves, 28 de Agosto de 2025

Ley de gravedad

ChileEl Mercurio, Chile 28 de agosto de 2025

Algunos no terminan de inscribirse y ya piensan en renunciar. El delirio fundacional de nuevas colectividades políticas ha resultado contagioso, y no se puede dejar de sospechar.

Tratándose de alguien mayor, como es mi caso, a nadie debería extrañarle que haya repetido más de una vez que en algún momento todos hemos sido DC, así no más se hubiera debido a las muy potentes figuras de Frei Montalva y Radomiro Tomic, que tenían algo más parecido a la mística que al carisma. Todo lo contrario, en la actualidad casi no hay DC. No ingresan nuevos militantes, y son muchos los que crecieron y hasta envejecieron en ese partido, y que en los últimos años lo han abandonado, casi siempre con abundante e innecesaria publicidad, no obstante que durante largo tiempo ocuparon con indisimulado deleite varios cargos públicos relevantes gracias a ese partido.
A mí lo de simpatizante DC se me pasó rápido, en tiempos de la Unidad Popular, y eso porque, además de la también potente figura de Salvador Allende, empecé a oler, anticipadamente, la derechización de ese partido. Como ven, nunca milité en la DC y mis preferencias políticas se fueron prontamente a otro lado, si bien siempre sin militar en un partido. Es que mi horror al gregarismo, a ir en manada, me convenció de que nada tenía que hacer en un partido, y seguramente menos en una iglesia.
Recuerdo muy bien la noche en que con un grupo de amigos y sus mujeres comimos en casa de uno de ellos (harán fácilmente veinte años), y de pronto, sin decir agua va, señalé a los comensales que veía inevitable la progresiva caída de la DC y también la de la Iglesia Católica. Mi imprudencia no consistió en decir algo así y ni siquiera en juntar un partido político con la más importante de las iglesias cristianas, sino en haberlo expresado delante de un conocido militante de ambos grupos, incluida su mujer. Se levantaron de la mesa como impulsados por un resorte y el dueño de casa tuvo que esforzarse para disuadir a la pareja invitada de pedir su sombrero y su bastón y marcharse, sinceramente ofendidos por mi doble provocación.
El malentendido con nuestra pareja se produjo porque esta interpretó lo dicho por mí como un deseo, en circunstancia de que se trataba solo de un presentimiento, de algo que se veía venir, y de lo cual había ya síntomas indesmentibles para respaldar una apreciación como esa. Afortunadamente, los ofendidos no se retiraron y, ya en sobremesa, se pudieron dar razones en pro y contra de lo que pensé que ya estaba ocurriendo en los dos sentidos, el partidista y el eclesiástico.
Los lectores dirán qué ocurrió finalmente en ambos sentidos, pero créanme que lo mío no había sido la expresión de ningún deseo. La DC venía cayendo por simple aplicación de la ley de gravedad, tal como ocurre con la vejez.
Hoy, la proliferación de tanto partido minúsculo y sin el más mínimo futuro -verdaderas "pymes" de la política (con perdón de tan laudables emprendimientos)-, a lo cual se ha sumado la fuga continua de militantes en prácticamente todos los partidos. Algunos no terminan de inscribirse y ya piensan en renunciar. El delirio fundacional de nuevas colectividades políticas ha resultado muy contagioso, y no se puede dejar de sospechar que ese carnaval de iniciativas partidarias haya estado guiado por el oportunismo, las inconsecuencias, los resentimientos, y las carreras políticas personales. Déficit de ideas también, y ni qué decir de ideales, sobreabundancia de intereses, y sumisión a los poderes fácticos, esto es, económicos.
Casi nadie se pregunta hoy "¿Cómo vamos?" (como país, se entiende), y la gran mayoría se hace esta otra pregunta: "¿Cómo voy ahí?".
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