Tradición se ha perdido en las grandes ciudades, pero se mantiene en los pueblos.
Las mascaradas o los payasos son uno de los mayores atractivos en los pueblos costarricenses, decía la Sección B de La Nación del 13 de setiembre de 1975.
"Jóvenes y niños se divierten mirando los personajes singulares que, durante los días de fiestas populares, recorren las calles de alguna ciudad del territorio nacional".
El hombre-león, la muñeca, la giganta, el payaso y el diablo, son algunos de los integrantes de las comparsas que animan los días festivos.
"Sin embargo, esta tradición popular se ha ido perdiendo y muchos de los niños que crecen en las grandes ciudades desconocen la experiencia de correr, en una tarde, junto con un grupo de personas disfrazadas que brindan esparcimiento", decía el periódico.
Hay máscaras de múltiples formas y variedades, muchas basadas en creencias religiosas, predominantes en culturas que consideraban al mundo poblado de toda clase de espíritus y demonios.
En América, los nativos cubiertos con máscaras realizaban desfiles y bailes "para alejar al invierno y las enfermedades, atraer las lluvias, etc.".
Detalló que hace algunos años, las máscaras que se fabricaban en Costa Rica eran verdaderas "obras de arte".
Entre los lugares que sobresalen en este oficio se encuentran Barva y Alajuelita.
En Barva, residía una persona que se propuso que la tradición perdurase: Carlos Salas Cabezas, quien tenía una colección de aproximadamente 20 piezas, con figuras de animales, hombres deformados y diablos.
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