En el Teatro Lola Membrives de Buenos Aires, Nico Vázquez protagoniza la adaptación de "Rocky", una experiencia inmersiva que hace énfasis en el costado humano de la historia de Sylvester Stallone.
Nico Vázquez lo recalcó en cada entrevista que dio en junio durante su breve paso por Montevideo: Rocky es un espectáculo de un despliegue tan majestuoso que sería una tarea titánica traerlo a Uruguay. "Si Tootsie era un kiosco, Rocky es un shopping", le comentó a El País. "Pero sería un halago recibirlos en Argentina". Basta con cruzar la puerta del teatro Lola Membrives, en plena calle Corrientes, para entender su frase.
Ahora que arrancan las vacaciones de setiembre, los uruguayos que viajen a Buenos Aires lo podrán comprobar de primera mano: hay funciones de jueves a domingo, con doble actuación los sábados (entradas en Plateanet). Y si hay algo que queda claro desde el primer instante, es que todo lo que rodea al actor rumores y escándalos sobre su separación de Gimena Accardi queda afuera. Lo que importa es la obra. La experiencia.
Esa sensación se percibe en la fachada. La pantalla gigante anuncia Rocky, "récord de críticas y público", y se suma a la lógica porteña de Corrientes: marquesinas que compiten a fuerza de luces y colores, transformando la avenida en una vidriera permanente.
Adentro, la escenografía se impone antes incluso de que se levante el telón. La araña central y los pisos de mármol sostienen el aire clásico de un teatro de principios del siglo pasado. Y sin embargo, tres réplicas de la película rompen la solemnidad: la bata amarilla del Italian Stallion, los guantes de boxeo y el short con los colores estadounidenses de Sylvester Stallone. Frente a ellas se forman filas para selfies, mientras uno de los encargados se convierte en fotógrafo improvisado para familias y parejas.
Ya en la sala se perciben las primeras diferencias con los teatros uruguayos: el personal recorre los pasillos vendiendo bebidas, dulces y papas fritas en tubo, y los acomodadores esperan una propina para entregar el programa de mano. Allí, como en el tul transparente que hace de telón, se repite la imagen: Nico Vázquez, caracterizado como Rocky y con un ojo hinchado tras la pelea con Apollo Creed, abraza a Dai Fernández, que encarna a Adrian Pennino, con un parecido sorprendente a Talia Shire, la actriz original.
La banda sonora de Rocky IV queda en segundo plano cuando una voz irrumpe por los parlantes. Advierte que la historia transcurre en 1975, cuando no existían los celulares. "Hagamos de cuenta que hoy tampoco existen, y disfrutemos por completo lo que está pasando aquí y ahora", propone esa voz tan efusiva, que suena como solo suenan las publicidades argentinas. "Cada golpe, cada emoción, cada instante. Y atentos: cuando llegue la gran pelea final, queremos que sean parte. Griten, alienten, vivan la pasión como si estuvieran allí".
Entonces, mientras el estribillo de "Hearts On Fire" toma protagonismo, las luces se apagan. Y ahí arranca el viaje al universo de Rocky, una verdadera experiencia inmersiva. En el tul transparente aparece la primera señal: Filadelfia, 1975. Detrás, se revela el cuadrilátero del gimnasio donde comienza la historia. Se escuchan gritos, vítores y voces que se desafían. El protagonista está en pleno combate contra un compañero de gimnasio.
El despliegue es titánico. La escenografía se transforma constantemente con movimientos casi coreográficos: el ring de boxeo, el gimnasio, la tienda de mascotas donde trabaja Adrian, la casa de Rocky, la escalinata que se convierte en postal eterna. El vestuario cambia casi al ritmo de la acción, la iluminación define los climas, y los recursos audiovisuales no solo completan la puesta: en varios momentos filman en vivo y proyectan en pantalla gigante para simular un noticiero o una transmisión de boxeo. Incluso, por momentos, las cámaras se meten en los pasillos de la platea.
Pero en el centro de todo está la historia. Uno ya la conoce: es la adaptación de la película estrenada hace casi 50 años, así que no hay giros inesperados. Eso sí, esta versión reafirma su costado humano: dos jóvenes introvertidos en una ciudad hostil. Ella, tímida, trabaja en una tienda de mascotas y carga con el cuidado de un hermano alcohólico; él, un boxeador torpe que pelea en sótanos de mala muerte y cobra deudas para un usurero con más compasión que violencia. Se miran, se acercan y descubren que, en medio de un entorno hostil, pueden ser refugio el uno del otro; son, como escribió Rainer Maria Rilke, dos soledades que se funden y se protegen.
Rocky es, sí, la historia de un hombre que, contra todo pronóstico, pelea por el título mundial frente a Apollo Creed. Pero también es la historia de alguien que, como dice Vázquez en una caracterización exigente que califica, fácil, entre lo mejor de su carrera, aprende a "resistir otro golpe". La obra enfatiza ese costado humano: la verdadera victoria no es ganar, sino no rendirse.
Los últimos 20 minutos son pura adrenalina. El escenario se transforma en el ring de boxeo, listo para la pelea entre Rocky y Apollo. Un rock enérgico marca la tensión mientras las pantallas reproducen la transmisión con comentaristas relatando la previa. Y entonces sucede lo que pedía la voz en off: cada boxeador hace su entrada desde la puerta de la sala hasta el escenario, recorriendo el pasillo. Los gritos se vuelven carne: a Rocky lo reciben con un "olé, olé, olé"; a Apollo interpretado por Osky Vidal, silbidos y abucheos. Uno olvida que está en un teatro.
Y llega el golpe definitivo. Los 15 rounds se suceden en vivo, coreografiados, entre aplausos, vítores y comentarios que acompañan cada movimiento. Cada golpe se ilumina, cada impacto retumba. Es eufórico.
https://www.youtube.com/watch?v=q7tDzA0VD54 La sangre, el esfuerzo, la tensión: se ve cómo Rocky resiste, mientras su pareja igual que el público lo observa con angustia. La sala contiene la respiración. Y entonces, un suspiro colectivo recorre el teatro cuando le cortan el párpado: un instante de asombro involuntario, el gesto universal de la sorpresa, que impulsa al protagonista hacia el final.
Tras el desenlace agónico, ya con el resultado, el abrazo apretado entre Rocky y su pareja arranca lágrimas en la platea. Ovaciones de pie.
Entonces Rocky, ya convertido en Nico Vázquez, se dirige al público: "Rocky somos todos: nos caemos, nos levantamos, y no importa si es la historia de un boxeador. Puede ser la historia de una docente, de un comerciante, de un ama de casa, del trabajo que sea. A todos nos pasan las mismas cosas. Y debemos seguir adelante, porque la vida tiene momentos duros. y momentos hermosos. Este personaje refleja eso."
Cuando llega el último aplauso, deja su golpe final con una sonrisa: "Y aunque no lo crean, ahora me tengo que arreglar el párpado: viene otra función". Afuera, la noche cubre Corrientes y cientos de personas ya esperan la revancha. La pelea nunca termina.