Lunes, 22 de Septiembre de 2025

El pecado original

UruguayEl País, Uruguay 21 de septiembre de 2025

El nuevo presupuesto debía ser una oportunidad para revisar a fondo el gasto: sacar de donde se gasta mal, y poner donde más se necesita.

En el relato del Génesis -libro presente tanto en la Biblia cristiana como en la Torá judía- se cuenta que, en medio del Jardín del Edén, Dios había colocado el árbol del conocimiento del bien y del mal, y advirtió a Adán y Eva que no comieran de su fruto. Pero la serpiente engañó a Eva y, al ver que el árbol era agradable a la vista y prometía sabiduría, tomó de su fruto y comió. Luego se lo ofreció a Adán, que estaba con ella, y él también comió.

Según la tradición judeocristiana, aquel acto de desobediencia marcó la entrada del pecado en el mundo -el llamado "pecado original"-, quebrando la comunión pura entre Dios y la humanidad e inaugurando una existencia marcada por la fragilidad, en la que las personas conservan, sin embargo, la posibilidad de redimirse.

La visión cristiana del "pecado original" sostiene que todas las personas nacen marcadas por la culpa heredada de sus antepasados y necesitan la gracia divina para salvarse, mientras que la judía lo interpreta como el punto de partida del libre albedrío humano, sin culpa transmitida.

El comportamiento de los últimos gobiernos encaja tanto con la interpretación cristiana como con la judía del pecado original, bajo una premisa que nadie parece cuestionar: el aumento del gasto público ineficiente es una carga que el sector privado debe soportar. Por un lado, se toma la base presupuestal heredada como un punto de partida inevitable y, al mismo tiempo, se culpa al gobierno anterior por haber hecho crecer el gasto, señalándolo como el verdadero pecador, mientras se asume responsabilidad solo por las propias promesas electorales, que implican nuevos gastos.

El proyecto de ley para el nuevo presupuesto no es la excepción: prevé para 2025-2029 un aumento del gasto total superior al 10% en términos reales -es decir, por encima de la inflación-, con incrementos de magnitud similar en remuneraciones, gastos no personales, transferencias, inversiones y pasividades. De punta a punta, durante la administración Lacalle Pou el gasto creció 9%, en el segundo gobierno de Vázquez 13%, en el de Mujica 38% y en el primero de Vázquez 29%.

El Consejo Fiscal Asesor -un organismo técnico independiente creado en el ámbito del Ministerio de Economía y Finanzas- publicó en estos días un informe en el que subraya la necesidad de hacer un mayor esfuerzo para reducir el gasto presupuestado.

Un documento publicado en 2020 por la Academia Nacional de Economía, firmado por el actual ministro de Economía y el jefe de programa del Partido Nacional en la campaña electoral, señala que uno de los principales problemas del presupuesto uruguayo es que se enfoca en los insumos y no en los resultados, lo que dificulta reasignar recursos.

El estudio propone que el presupuesto pase a organizarse en programas con objetivos y responsables claros, en lugar de hacerlo por unidades ejecutoras; que se mida de forma sistemática los resultados y el impacto con indicadores concretos; que se hagan evaluaciones periódicas sobre el cumplimiento de esos objetivos; y que toda esa información se use para decidir cómo asignar los recursos en los próximos presupuestos. También advierte que, sin información sobre resultados, no se puede mejorar la rendición de cuentas ni la responsabilidad fiscal, porque el control se limita a que se cumplan las normas y no a que las políticas sean efectivas.

Todo esto coincide con lo que planteó el año pasado CERES en su informe "La transformación del gasto público en Uruguay", que además propone usar inteligencia artificial para acelerar el proceso. Uruguay enfrenta una encrucijada fiscal en su camino al desarrollo: necesita más inversión pública en áreas clave como justicia, seguridad, salud, vivienda, educación e investigación, pero no tiene margen para subir impuestos sin afectar a la inversión privada y poner en riesgo el crecimiento económico. Por eso, el nuevo presupuesto debía ser una oportunidad para revisar el gasto y reasignar recursos: sacar de donde se gasta mal, y poner donde más se necesita.

Seguimos con un presupuesto armado en decenas de incisos y cientos de unidades ejecutoras, lleno de vericuetos y laberintos. Un tercio del gasto ni siquiera se puede rastrear con claridad: está escondido en rubros como "Partidas a Reaplicar" (19% del total), "Subsidios y subvenciones" (10%) y "Diversos créditos" (2%), sin cometidos explícitos por la forma en que se registran. Esta opacidad, sumada a la dispersión mencionada, alimenta una fragmentación presupuestal que diluye responsabilidades y limita la eficiencia del gasto público, justo cuando el margen fiscal es escaso.

El proyecto de ley de presupuesto enviado al Parlamento fue una oportunidad perdida para revisar a fondo el gasto y detectar ineficiencias, superposiciones y rubros de baja prioridad. Es un trabajo arduo, porque obliga a cuestionar la pertinencia y vigencia de cada programa, pero así lo hacen tres de cada cuatro países de la OCDE, que logran reasignar recursos de forma significativa sin aumentar el gasto total.

Tengamos claro que la OCDE no solo sugiere -no impone- cambios en materia fiscal, sino también mejoras en muchas otras áreas en las que Uruguay necesita avanzar.

Este proyecto de ley también fue una oportunidad perdida para instaurar un presupuesto basado en resultados, que vincule la asignación de recursos al desempeño concreto de programas y actividades públicas, y así aumente el impacto del gasto en la sociedad. Es un desafío complejo, porque exige definir objetivos claros y justificarlos, medir de forma sistemática el desempeño y el impacto, y usar esa información para decidir las asignaciones futuras.

El presupuesto que se discute en el Parlamento parte de un gasto público que, para atender a la misma población, se ha duplicado desde 2005 y que ahora se propone hacer crecer de forma significativa. Si de verdad queremos que la economía crezca y disponer así de recursos para invertir en buenas políticas públicas, hay que redistribuir el gasto. Los impuestos ya llegaron a su límite y forzar más recaudación sería contraproducente.

Para redimir el "pecado original", es necesario revisar el gasto a fondo de una buena vez.
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