Lecturas nocturnas

Como a mucha gente, me gusta leer antes de dormir. Es una manera de dejar atrás las cosas del día y el desasosiego que nos entrega una contingencia polarizada y tantas veces afectada por inquietantes visos de insensatez. Por ello, leer es también una manera de descansar de la agitación cotidiana y de la coyuntura incesante. Es una forma en que la inteligencia se nutra de algo más que de los avatares diarios, y supone siempre un espacio más íntimo de reflexión, pues no hay lectura sin que a la par se piense en torno a lo que se está leyendo.
Los libros, por tanto, sobre todo en ese rato previo a pernoctar, son amigos silenciosos que dicen tanto, aunque sea calladamente. Acompañan de manera decisiva y expanden un universo incluso a quien permanece habitualmente en su sitio.
Habiendo tanto que leer, surge, sin embargo, la dificultad de resolver cuál libro escoger antes de cerrar el día. No siempre es fácil, pues la lectura, lo mismo que la vida, responde también a estados de ánimo que no son estáticos, sino más bien móviles y, por consiguiente, varían y dan cuenta de intereses intelectuales distintos en momentos diferentes. Por suerte, una biblioteca con una muestra temática razonable da pie a que cada noche la lectura sea un escenario no rígido, sino infinitamente abierto.