Los viajes de Gulliver
Como parece ser tristemente habitual en nuestro medio, solemos ser víctimas de lecturas reducidas de obras clásicas
Como parece ser tristemente habitual en nuestro medio, solemos ser víctimas de lecturas reducidas de obras clásicas. De mutilaciones gratuitas y antojadizas. Así ha ocurrido con "El Quijote", "Robinson Crusoe" y hasta con "Moby Dick", calificada (!horror¡) como novela juvenil.
Caso similar ocurre con la obra maestra de la sátira inglesa, "Los viajes de Gulliver", de Jonathan Swift, de 1726. Las ediciones suelen limitarse a dos de las cuatro partes del libro: Lilliput y Brobdingnag. En Lilliput se narran las aventuras del capitán (también médico) en un mundo donde todo lo que allí existe mide una doceava parte que en el nuestro. Al revés, en Brobdingnag es Gulliver quien mide una doceava parte de todo lo que le rodea. Hasta aquí se trata de enanos y gigantes, y la sátira se construye en el juego de las perspectivas.
Sin embargo, es en las dos partes siguientes donde Swift despliega toda su fuerza, sarcasmo y hasta su amargura: los viajes a Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib y Japón, que forman parte del tercer libro, y el cuarto y final, donde se narran las aventuras en el país de los Houyhnhnm, una raza de caballos parlantes, nobles e inteligentes, poseídos por la razón, que viven en un mundo utópico, pleno y pacífico, donde la única amenaza son los cavernarios, bestiales y asquerosos Yahoos, humanos como nosotros...
Si no conoce las últimas dos partes, lector, lo animo a ello. Se sorprenderá de su brutal actualidad.