Jueves, 02 de Octubre de 2025

Los riesgos de una memoria sintética diseñada a medida

ArgentinaLa Nación, Argentina 30 de septiembre de 2025

La posibilidad de corregir los recuerdos Hoy, la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind) , donde Kate Winslet -la inolvidable protagonista de Titanic- y Jim Carrey eligen borrar sus recuerdos tras una ruptura dolorosa, ya no se percibe como una simple ficción, sino como un inquietante anticipo de una realidad que avanza a gran velocidad y suscita un debate cada vez más intenso

La posibilidad de corregir los recuerdos



Hoy, la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind) , donde Kate Winslet -la inolvidable protagonista de Titanic- y Jim Carrey eligen borrar sus recuerdos tras una ruptura dolorosa, ya no se percibe como una simple ficción, sino como un inquietante anticipo de una realidad que avanza a gran velocidad y suscita un debate cada vez más intenso.

En el film, el procedimiento técnico utilizado por los protagonistas permite eliminar recuerdos concretos, pero a medida que los personajes los van perdiendo descubren que el intento de extirpar el dolor implica también arrancar aquello que los constituía como personas. La obra, estrenada hace veinte años, cobra una vigencia inquietante en el presente, ya que la posibilidad de intervenir y editar la memoria humana ya no pertenece solo al terreno de los creadores de Hollywood.

Uno de los rasgos más definitorios de la memoria es su fragilidad: no es un registro fiel de lo vivido, sino algo que reconstruimos cada vez que lo evocamos, moldeado por emociones, aprendizajes posteriores y recuerdos compartidos. Si aceptamos esta premisa, no parece imposible imaginar una era en la que tecnologías, incluidas la inteligencia artificial y la neurociencia, puedan intervenir en esa reconstrucción para modificarla, borrarla o reforzarla. De hecho, algunos experimentos actuales acreditan que se avanza en tal direccion.

Investigaciones con ratones que padecen Alzheimer han utilizado técnicas de optogenética -combinación de genética y estimulación con luz- para reactivar engrams , las huellas neuronales de la memoria, y restaurar habilidades perdidas. Otros ensayos han logrado debilitar o incluso silenciar memorias de miedo estimulando de manera selectiva las neuronas donde estaba almacenada la experiencia traumática. El proyecto Restoring Active Memory, de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de los Estados Unidos (Defense Advanced Research Projects Agency -Darpa-), trabaja en el desarrollo de interfaces neuronales implantables que buscan recuperar funciones de memoria dañadas por lesiones o enfermedades y que, en un paso más allá, podrían modelar la forma en que almacenamos y evocamos recuerdos.

Incluso sin intervención física en el cerebro, la inteligencia artificial (IA) ya puede manipular la memoria indirectamente a través de la percepción. Estudios recientes acreditan que imágenes y videos creados por IA incrementan la probabilidad de que quienes los ven desarrollen recuerdos falsos, muchas veces con un alto grado de convicción. A ello se suma otra línea de investigación que trabaja con células auxiliares del sistema nervioso: la manipulación de astrocitos (células gliales, en forma de estrella, que dan soporte a las neuronas en el sistema nervioso central) poco después de un evento traumático puede impedir que esa memoria se consolide en el largo plazo. En otras palabras, no estamos ante ciencia ficción pura, sino ante pasos concretos hacia una tecnología capaz de alterar la forma en que recordamos.

La tentación de comparar este panorama con la damnatio memoriae romana es inevitable. En la Antigüedad, el Senado de Roma podía condenar la memoria de un ciudadano considerado traidor: se destruían estatuas, se eliminaba su nombre de las inscripciones, se borraban registros de su existencia. No se trataba de un borrado neurológico, pero sí de una manipulación institucional del recuerdo colectivo. Lo que hoy vislumbramos va más allá: la posibilidad de que no sea solo la sociedad la que "edite" lo que recuerda, sino que la edición tenga efecto personalísimo y alcance al cerebro individual propiamente dicho.

La literatura inglesa también nos ofrece claves interpretativas. Aldous Huxley escribió: "La memoria de cada hombre es su literatura privada". La frase resuena como advertencia: si terceros pueden editar esos textos íntimos, ¿qué quedará de nuestra autoría sobre la propia vida?

Alfred Lord Tennyson , en In Memoriam A.H.H. (1850), exploró la persistencia del recuerdo como consuelo y como condena. Y autores más contemporáneos, como W. G. Sebald, retrataron la fragilidad de la memoria colectiva frente al trauma, donde el olvido se mezcla con la necesidad de recordar. Para el primero, el recuerdo aparece ligado al duelo íntimo y a la fe en la trascendencia. Para el segundo, la memoria se convierte en un archivo quebrado, donde la historia traumática desafía cualquier intento de reconstrucción lineal. Ambos, sin embargo, plantean que recordar nunca es neutral: puede salvarnos o condenarnos, sostenernos o hundirnos.

Pero, en todos los casos, la memoria aparece como fundamento de la identidad personal y social, una pieza demasiado delicada como para dejar en manos de algoritmos (y sus desarrolladores) .

La pregunta jurídica y ética es ineludible. Si se logra borrar un recuerdo doloroso , ¿seguimos siendo la misma persona? ¿Qué ocurre si se implantan memorias falsas, que luego condicionan nuestras decisiones? ¿Puede hablarse de consentimiento libre e informado cuando lo que está en juego son justamente los recuerdos que definen nuestra capacidad de decidir? El derecho a la integridad psíquica, a la autonomía y a la privacidad se enfrenta a un nuevo escenario: ya no es solo la protección de datos personales lo que se juega, sino la tutela de la propia mente.

No es difícil imaginar los dilemas que se plantean: un testigo que recuerda hechos inducidos artificialmente, un acusado que reclama haber perdido un recuerdo clave por intervención tecnológica o un paciente que cede a la promesa de borrar un trauma sin comprender que con ello puede perder parte de sí. La responsabilidad legal y médica será relevante. Y como en tantas otras áreas, también se presenta un riesgo de desigualdad: quienes puedan costear terapias sofisticadas accederán a borrar o reescribir pasados traumáticos, mientras que otros quedarán excluidos. Más inquietante aún, el uso político o autoritario de estas técnicas podría convertirlas en herramientas de control social.

El derecho argentino, como muchos otros, protege la dignidad, la intimidad y la integridad psíquica, pero en modo alguno integra o comprende, con especificidad, la problemática de los recuerdos editados a medida. Así como la damnatio memoriae enseñó que borrar la memoria colectiva era un instrumento de poder, ahora deberíamos pensar en reglas de juego claras que eviten la damnatio memoriae individual, ejercida por sofisticados sistemas de inteligencia artificial avanzada. Quizá lo fundamental sea asegurar que nadie pueda alterar recuerdos ajenos sin consentimiento expreso, previo e informado y bajo estrictos controles sobre los prestadores de servicios de recuerdos editados.

Al final, lo que está en juego no es solo la posibilidad de aliviar sufrimientos genuinos -por ejemplo, el de los veteranos con estrés postraumático-, sino la esencia de lo que nos constituye como seres humanos. Porque recordar es, en buena medida, existir. Nuestra memoria, imperfecta y subjetiva, es la narración que nos da continuidad. Si esa narración puede ser escrita y reescrita por otros, habrá que decidir quién empuña la pluma y bajo qué reglas. La ciencia nos demuestra que ya dimos los primeros pasos hacia ese horizonte.

El derecho y la ética deben apurarse a dar respuesta a esta problemática antes de que la edición de recuerdos "a medida y a demanda", que plantea la película de Kate Winslet y Jim Carrey, mediante la utilización de técnicas de inteligencia artificial, deje de considerarse ficción para convertirse en un dilema del presente. Aunque borrar los recuerdos de un desamor no estaría nada mal.

Abogado y consultor en derecho digital y privacidad; profesor UBA y Austral; director del programa "Derecho al olvido y cleaning digital" de la UBA
La Nación Argentina O Globo Brasil El Mercurio Chile
El Tiempo Colombia La Nación Costa Rica La Prensa Gráfica El Salvador
El Universal México El Comercio Perú El Nuevo Dia Puerto Rico
Listin Diario República
Dominicana
El País Uruguay El Nacional Venezuela