Panorama adverso
Todo indica, en suma, que la gobernabilidad seguirá esquiva.
El próximo gobierno será difícil, independiente de en qué manos esté. Con un crecimiento económico que hace años se resiste a recuperar dinamismo y una deuda pública que bordea el máximo definido como "prudente", la billetera fiscal estará apretada. Más allá de las declaraciones, el gasto fiscal posee una inercia brutal: está mayormente definido por leyes y tanto despedir como cortar beneficios producen resistencia (mientras que la demografía seguirá presionando el gasto en salud y PGU). Gobernar con poca plata puede ser responsable y pedagógico, pero la ciudadanía, sin dudas, prefiere las virtudes mejor financiadas.
En tanto, todo indica que la política será compleja. En el escenario más probable de segunda vuelta, el país quedará al menos tan polarizado como quedó tras la elección de 2021, con el agravante de que quizás el centro quede esta vez más resentido -tanto por la derecha como por la izquierda.
A poco más de un mes de las elecciones, ninguno de los ocho candidatos alcanza el 30% de los apoyos. Como referencia, Piñera II obtuvo el 37% de los votos en primera vuelta y Bachelet II el 47%. Según la serie de Cadem, los últimos tres gobiernos han llegado a tener una evaluación neta negativa dentro de su primer año y hay pocas razones para creer que el próximo vaya a tener una luna de miel más larga (menos aún con poca plata). Es más, hoy todos los candidatos marcan un rechazo de al menos 50% en Cadem ('definitivamente no votaría'), con la sola excepción de Evelyn Matthei.
Por su parte, es posible que el próximo Congreso siga fragmentado, manteniendo las dificultades para gobernar que han enfrentado las últimas administraciones, especialmente si quien llega a la Presidencia se ha caracterizado por ser intransigente con sus votos. Incluso si el próximo gobierno logra un buen número de representantes, como ningún partido cuenta con una base sólida de apoyo ciudadano (según la CEP, el partido más popular llega apenas al 5% de identificación), es de esperar que, cuando la popularidad presidencial empiece a caer, comiencen los descuelgues. Todo indica, en suma, que la gobernabilidad seguirá esquiva.
El escenario internacional tampoco será miel y hojuelas. La guerra comercial continuará produciendo incertidumbre. Mientras que la otra guerra, esa por la hegemonía del mundo, empieza a parecerse a esa guerra fría, pero al borde de la ebullición, que marcó las décadas previas a la caída del Muro. Pero ahora, mientras China amenaza y Rusia mantiene la mirada en Europa, Estados Unidos -contra su historia- se muestra reacio a posicionarse del lado que corresponde a las democracias liberales.
Así las cosas, quizás convenga a los electores elegir candidato no comparando los escenarios que estos pintan, sumidos en el optimismo electoral, sino pensando en cuál de ellos puede hacer el menor daño en un contexto en el que nada será favorable.