Conmemorar no es celebrar
Rafael Herz
El 7 de octubre no puede ser una fecha de celebración
Rafael Herz
El 7 de octubre no puede ser una fecha de celebración. Ese día, Israel sufrió el ataque más sangriento de su historia reciente: cientos de civiles asesinados, familias enteras masacradas, jóvenes secuestrados y comunidades rurales arrasadas por Hamás. Convertir esa jornada en símbolo de "resistencia" o en fiesta política es una afrenta a la memoria de las víctimas y una negación del sufrimiento humano. No hay causa nacional, ni legítima aspiración de libertad, que justifique la masacre de inocentes. Ese día debe ser, ante todo, una advertencia sobre lo que ocurre cuando la vida humana se vuelve un instrumento de política. Sin embargo, la condena del horror no puede cegarnos ante la desproporcionada respuesta del gobierno israelí. Lo que siguió al 7 de octubre no fue solo una operación militar contra Hamás, sino una devastación generalizada sobre la Franja de Gaza. Miles de civiles palestinos —niños, mujeres, ancianos— han muerto bajo los bombardeos. Barrios enteros han sido reducidos a escombros, hospitales han quedado inoperantes y el hambre se ha convertido en arma. Israel tiene el derecho de defender a sus ciudadanos, pero eso no le otorga carta blanca para destruir a un pueblo entero. Cuando la defensa se convierte en venganza, pierde toda legitimidad moral y política. La tragedia es doble: un pueblo vive bajo el terror de una organización armada que instrumentaliza su sufrimiento, y otro se atrinchera tras el miedo y la violencia, convencido de que solo la fuerza le garantizará seguridad. En ese círculo vicioso, la humanidad de unos y otros se diluye. Por eso, el verdadero sentido de recordar el 7 de octubre no debe ser perpetuar la división, sino reafirmar la urgencia de una paz justa. La única salida posible es el reconocimiento pleno del derecho de ambos pueblos a existir, a vivir dentro de fronteras seguras y en igualdad de dignidad. Los israelíes tienen derecho a no temer por su vida en cada frontera, y los palestinos tienen derecho a no vivir bajo el asedio, la ocupación, y la desesperanza. El mundo debería dejar de mirar el conflicto como un tablero de alianzas y empezar a verlo como una tragedia humana. Conmemorar el 7 de octubre, entonces, significa recordar el dolor sin justificar la violencia, condenar los crímenes sin caer en el cinismo, y reafirmar una verdad que muchos prefieren olvidar: solo habrá seguridad para Israel cuando haya justicia para Palestina, y solo habrá justicia para Palestina cuando Israel también pueda vivir sin miedo. Y ojalá el acuerdo que se avecina entre Israel y Hamás que implica la liberación de rehenes israelíes, así como de miles de presos palestinos, el retroceso de las tropas de Israel de varios puntos, y la más que necesaria entrada de apoyo humanitario a la población civil, sea el inicio de un proceso en esa dirección. Aún son muchos los obstáculos, pero la esperanza es que, por fin, inicie una nueva etapa que reconozca el derecho a la vida rechazando la barbarie que ocurrió el 7 de octubre y en los dos años después.
Analista internacional.