Un "Werther" plenamente logrado
El Teatro Municipal de Santiago acaba de ofrecer una nueva producción de "Werther", de Jules Massenet, que unió belleza plástica, refinamiento sonoro y profundidad emotiva
El Teatro Municipal de Santiago acaba de ofrecer una nueva producción de "Werther", de Jules Massenet, que unió belleza plástica, refinamiento sonoro y profundidad emotiva. Un espectáculo de admirable coherencia, capaz de devolver al público la esencia de una ópera que despliega el temblor íntimo del alma romántica.
Emilio Sagi optó por una lectura tradicional, pero alejada de cualquier rigidez museística. Sin anacronismos ni pretensiones conceptuales, el director español concibió un espacio donde el movimiento nacía de la emoción, y cada desplazamiento parecía prolongar una frase musical. Desde el inicio, una proyección del célebre cuadro "El caminante sobre el mar de nubes", de Caspar David Friedrich, se alzó como una declaración estética: el Romanticismo, con su fe en la soledad como vía de revelación, marcó el horizonte visual y emocional de la obra. La escenografía de Daniel Blanco prolongó ese gesto inicial con una composición corpórea de líneas limpias y atmósfera pictórica, donde los colores fríos evocaban tanto el paisaje interior de Werther como el ideal romántico en términos de lenguaje visual: la emoción transformada en color, la naturaleza como espejo del pensamiento. Las luces de Ricardo Castro, modeladas con precisión, acentuaron la sensación de un tiempo suspendido, como si la acción se desarrollara dentro de la memoria. El vestuario de Pablo Núñez, de refinada factura, completó el conjunto con equilibrio y sutileza, y contempló el célebre gilette amarillo del protagonista, que fue moda tras publicarse la novela epistolar de Goethe.
En el foso, Maximiano Valdés, al frente de la Orquesta Filarmónica, combinó rigor técnico y profunda comprensión del estilo francés. Su dirección se distinguió por la claridad de los planos sonoros, el control del equilibrio entre voces e instrumentos y la capacidad de hacer respirar la música, logrando ese delicado y necesario balance entre transparencia y densidad emocional. Las maderas, los cellos, el arpa, el oboe, el clarinete, se escucharon con nitidez de cámara. Tal como Massenet lo concibió, Valdés demostró que, en "Werther", la orquesta siente y sufre junto al protagonista, envuelto en un clima primero otoñal y luego invernal.
El tenor Sergey Romanovsky encarnó un Werther viril y sombrío, de timbre cálido y centro baritonal; compuso un personaje en tensión permanente entre la razón y la pasión, evitando los excesos declamatorios y privilegiando el fraseo intenso y sostenido. Su canto proyectó sinceridad y fuego contenido, con agudos de resonante potencia; si bien se extrañaron algunos matices dinámicos y un mayor refinamiento estilístico, su interpretación fue seria y honesta. Un traspié en la difícil aria "Lorsque l'enfant revient d'un voyage, avant l'heure" no afectó la calidad de su desempeño. Fue muy aplaudido.
Shannon Keegan, más soprano que mezzosoprano, de distinguida línea de canto, trazó bien el arco dramático de Charlotte, creciendo desde la contención inicial a la plenitud del tercer acto; su "Va¡ laisse couler mes larmes" alcanzó verdadera emoción. Vanessa Rojas (Sophie) lució emisión limpia, timbre cristalino y exacta afinación; podría cantar el rol en cualquier escenario. Luke Sutliff interpretó a Albert con sobriedad y supo escapar de la rigidez del personaje. Sergio Gallardo desplegó su habitual solvencia como el Bailli, mientras que la dupla Schmidt-Johann (Gonzalo Araya y Francisco Salgado) aportó energía, solidez vocal y dinamismo; fue notable lo que lograron hacer en sus invocaciones al dios Baco. El Coro de Niños Mawünko destacó por su afinación y naturalidad, y también por su impecable intervención escénica.