Alergia non grata
La alergia me tiene frito
La alergia me tiene frito. Estoy p'al gato. Los ojos no paran de llorar. Lo triste es que las lágrimas caen por la mejilla sin asunto.
No hay una pena que las empuje ni un canto que traiga recuerdos. Mi nariz es un grifo de agua abierto día y noche. Los pañuelos de género no dan abasto. Meto la mano al bolsillo y, más que pañuelo, saco un crustáceo húmedo que, pobrecito, a duras penas cumple su deber.
No hay remedio que valga. Años ha, me hallaba en la avenida Macul y una abuelita, al notar mi alergia, me aconsejó: "Secreto de la naturaleza. Abrace a este árbol (plátano oriental) y dígale: 'por qué me tratas tan mal si yo te quiero tanto', hágalo". Abracé al árbol y no sé de dónde salió un curadito y me dijo: "Yo lo ayudo, hip, a sujetarlo, amigo", y también se abrazó a él. Una señora que pasaba comentó: "Qué vergüenza, cómo pueden emborracharse tan temprano". Yo me disculpé: "Lo mío es alergia, señora", pero ella, rezongando, se había alejado de la escena.
Algo bueno de la alergia: no es contagiosa, pero, al parecer, es hereditaria. En mi niñez sentí molestias. La señora Peta, vecina, me pellizcaba las mejillas y decía: "!Qué niño tan lindo¡". Me irritaba eso. Cuando me traían la torta de cumpleaños para que apagara las velas, me decían que, calladito, pidiera un deseo. Un acto inútil porque no se cumplió: la señora Peta nunca tuvo alergia...