Necesario, pero no suficiente
Mientras no libremos esa batalla, seguiremos apilando datos numéricos, que nunca reflejarán la tragedia.
El Ministerio del Interior presentó los indicadores de delitos acumulados en los primeros nueve meses del año El informe difundido por el área de estadísticas de la Secretaría de Estado indica un descenso general de las denuncias, del orden del 5,3%.
En rueda de prensa, Diego Sanjurjo, jerarca del Área de Estadística y Criminología Aplicada, señaló que la mayoría de los 15 indicadores desde enero a setiembre muestran una baja, pero hay 5 delitos que se mantienen estables, entre ellos nada menos que el homicidio. Indicó que el 20% de los asesinatos este año estuvieron relacionados al tráfico de estupefacientes, no sólo al tráfico del crimen organizado sino también al que surge de relaciones barriales o familiares infestadas por el consumo y la venta de drogas.
Es muy correcto que el Ministerio del Interior lleve cuidadosamente la cuenta de los delitos que llegan a su conocimiento a lo largo de cada mes y cada año. Esa información la necesitan los servicios policiales para hacerse cada vez más eficaces, que es lo que necesitamos todos.
También es muy correcto, y plausible que, gobierne quien gobierne, el Estado difunda los datos de la criminalidad, de manera que los ciudadanos podamos medir los aciertos y los errores de las orientaciones aplicadas a resolver los asuntos de seguridad personal y colectiva que nos angustian y nos asedian también a todos.
Pero en el Uruguay, desde hace largo tiempo la delincuencia no es un tema que pueda medirse sólo con los números de las estadísticas policiales, judiciales o universitarias. Tras un crecimiento exponencial de los delitos, hemos atravesado las barreras mayores del dolor y la repelencia y ya estamos en la dura etapa en que las noticias policiales nos tienen hastiados y asqueados, Por eso, la respuesta a la ola delictiva debemos buscarla más allá de las estadísticas. Los números no son todo: lo vio claro hace 70 años el gran sociólogo ruso-estadounidense Pitirim Sorokin que denunciaba la "cuantofrenia". Los datos aplastan y no dejan pensar, como observa el filósofo coreano-alemán fustiga Biung-Chul Han. A esas reflexiones universales, aquí en la comarca podemos agregar que estamos hartos de diagnósticos y hambreados de reeducación orientadora para levantar el alma colectiva del país por encima de las miserias morales en que vienen chapoteando demasiados.
La valla más sana que debemos oponer al delito radica en las inspiraciones nobles y los ejemplos de abnegación honrada que anidan en los individuos y comunidades lúcidamente firmes. La recuperación de marginados y el vigor de la honradez no son asunto sólo de la policía, los jueces y el Derecho Penal. No puede resolverlos el Ministro Negro como no pudo antes el Ministro Heber ni antes el Ministro Bonomi. Son asunto de educación y reeducación sobre reglas de conducta.
Si en vez de llevar a las zonas rojas inspiración y entusiasmo educador, seguimos justificando los horrores de la crónica diaria por la existencia de contextos críticos, no libraremos nunca la batalla en el espíritu y por el espíritu.
Y mientras no libremos esa batalla, seguiremos apilando datos numéricos, que nunca reflejarán la tragedia de las víctimas y sus familias y nunca enseñarán el Levántate y Anda que, desde su origen bíblico, se alza como imperativo vital y filosófico en la laicidad del siglo XXI, erizado de amenazas.