Un paseo por "Trumplandia"
La mirada interna de esta nueva versión de Donald Trump muestra contrastes muy llamativos con la primera presidencia.
Pocas cosas exterminan el patriotismo como llegar a la puerta de embarque del vuelo final a Uruguay. No es la ostentación de termos o el uniforme sepia. Ni siquiera los comentarios racistas sobre el grupito de asiáticos que embarcaban a Montevideo. Pero... ¿por qué sólo los uruguayos nos apelotonamos como ganado en la puerta antes de que llamen a embarcar? Ni hablar del aplauso al aterrizar...
Mientras atravesábamos esta crisis "pequeñoburguesa", un grupo de compatriotas uniformados en Mickey nos inspiró el título. Porque una semana en EE.UU. es sumergirse en "Trumplandia". Incluso con el merchandising, ya que en los aeropuertos y quioscos están casi tan presentes los gorros MAGA, y las camisetas con un Donald desafiante tras el atentado en Pennsylvania, como en Orlando las orejas del irritante ratón.
Aclaración obligada: EE.UU es un país inmenso, y pretender llegar a conclusiones generales por tres días en Miami y tres en Washington es de una pedantería inaceptable. Pero sí habilita algunas imágenes reveladoras.
Por ejemplo comprobar que el "boom" del sur de la Florida sigue sin freno. Acá no importan los aranceles, la competencia china, la supuesta caída del turismo por la hostilidad migratoria. El nivel de pujanza que expone esta zona es incalculable. Se ve en las grúas, en las colas en los restaurantes, en el nivel del parque automotor, en la vestimenta colorida. En la imagen "kitsch" sin complejos, que abarca desde al galán maduro en su coupé Maserati, hasta el valet parking afroamericano, cubierto de cadenas de oro en el hotel.
"Miami está mejor que nunca", nos dice Alex, una especie de cónsul uruguaya extraoficial con esa pasión por nuestras cosas propia de quien ya no vive en nuestro país. Y que se ofrece a darnos un tour acelerado por la ciudad.
"Desde que volvió Trump la economía pegó un salto, porque como que la gente estaba temerosa de invertir, y había crecido mucho el delito y la gente en la calle. Hoy es otro mundo", nos cuenta con el mismo tono de vértigo que nos explica su pasión por el fútbol femenino, su rol como primera agente FIFA mujer uruguaya, o el descubrimiento de una joven jugadora en Nacional que tiene todo para volar a lo más alto.
El tour no pudo terminar en forma más "Miami". Visitando la gran atracción del ya de por sí extravagante hotel Faena: un esqueleto de mamut, bañado en oro, y que se encuentra en una cúpula de cristal para mantenerlo a temperatura ideal. ¡A una cuadra de la playa! "Beautiful", diría Trump, masticando un McNugget.
De Miami a DC solo hay un par de horas de vuelo, pero un mundo de distancia sensorial. La capital, con su look clásico, venerable, sus construcciones de 300 años, y su gente vestida de forma europea, es la contracara total. Si la Florida, con el dorado perenne y Mar a Lago como estandarte, es el hogar aspiracional del "trumpismo", Washington es la quintaesencia del "pantano". Núcleo del rechazo a un presidente que vino a incordiar la calma aristocrática de funcionarios, "think tanks" y consultores con sueldos pornográficos.
"¿Viste los soldados por todos lados?", nos pregunta Dave, viejo amigo periodista, con la obsesión por la aprobación extranjera propia de la elite académica americana. La verdad es que sí, se ven los chicos muy jóvenes, vestidos a guerra, y convocados por Donald para poner fin a una ola de delincuencia que para un latinoamericano, es una tomada de pelo.
Vera, otra periodista de origen uruguayo, y que hoy está ubicada en el sitial más encumbrado del oficio a nivel global, nos remarca el tema migratorio. "Si te fijás bien, vas a ver por ahí a los agentes de ICE, con la cara tapada, y buscando inmigrantes". "El problema es que nadie quiere hacer ese trabajo, entonces tuvieron que bajar requirimientos y el nivel de estos agentes es muy bajo".
Pero, tanto Vera como Dave coinciden en algo. Esta gestión Trump 2.0 es radicalmente distinta a la anterior. Es más efectiva, más seria en sus ambiciones, está mejor rodeado, más allá de que te guste o no lo que está haciendo con el país. Y también la sociedad lo ve diferente. Sus adversarios ya no ostentan esa oposición casi histérica del primer mandato, y lucen más resignados. Los partidarios, que antes lo vivían como un gusto culposo, hoy sacan pecho y no disimulan su simpatía.
Hace años leímos un comentario que decía que los países, como las personas, tienen edad. Que Uruguay, más allá de su tiempo cronológico, es un país viejo, y por eso tiene una obsesión por la estabilidad y la seguridad. EE.UU., por su parte, es un país adolescente, y allí radica su audacia, su pujanza, y a veces la torpeza de sus arranques y cambios de rumbo. La era Trump es tal vez la muestra más perfecta de esa cosa imberbe, que irrita tanto a algunos, pero que ilusiona a otros con que la decadencia de toda potencia, esté todavía lejos en el tiempo. Aunque a veces el show sea tan chocante como ver a un adulto, ojeroso y vencido, con una enorme camiseta de Mickey en un aeropuerto.