Gestión simbólica
Más allá de anuncios y medidas, las barras bravas mantienen su poder.
Al margen del magro desempeño deportivo de Chile, el recién concluido Mundial Sub-20 fue un recordatorio de que el fútbol sí puede ser un espectáculo al que las familias concurran sin temor. Contribuyeron planes de seguridad bien concebidos, pero también las características de un evento que, por su naturaleza, no convoca a las barras bravas, el gran lastre de nuestro campeonato nacional. Pero no parece fácil que en esta última competencia pueda replicarse ese buen clima vivido en el Mundial. Muestra de ello, el mismo domingo en que concluía en Santiago el Sub-20, en Viña del Mar un partido entre Universidad Católica y Everton debía ser suspendido en los descuentos debido a la violenta invasión de la cancha por hinchas viñamarinos.
Tampoco las señales institucionales abren muchas esperanzas.
Hace casi seis meses, en un país conmocionado por los incidentes ocurridos dentro y fuera del Estadio Monumental que significaron la muerte de dos jóvenes, la respuesta del Gobierno fue reconocer el fracaso del plan Estadio Seguro, anunciar su cierre y anticipar que el Ministerio de Seguridad asumiría la tarea en su Departamento de Orden Público y Eventos Masivos. Si ello pudo despertar alguna expectativa, los hechos prontamente la apagaron. El nuevo departamento absorbió al mismo personal de Estadio Seguro, con la excepción de su jefa, la que aún está siendo reemplazada por un interino, mientras sigue desarrollándose el concurso para nominar un titular. Así, no es extraño que, pasada la conmoción por los hechos del Monumental, los que en su momento motivaron declaraciones escandalizadas de políticos y dirigentes, sesiones especiales en el Congreso y anuncios varios, no se aprecien verdaderos cambios.
Tal vez la mejor caracterización es la que hizo un grupo de investigadores del CEP, quienes, usando métodos computacionales, analizaron las narrativas surgidas en redes sociales precisamente en torno al caso del Monumental. Según ellos, lo que hubo aquí fue una "gestión simbólica de crisis", esto es, la repetición de una dinámica ya demasiado conocida: "declaraciones iniciales enérgicas, demandas de reforma y una progresiva dilución operativa en las políticas de intervención propuestas". Se trata, en rigor, del patrón que autoridades y dirigencias deportivas han seguido a lo largo de los años cada vez que se ha producido algún incidente grave en un estadio. De este modo, sucesivos anuncios de cambios legales y nuevas políticas solo han servido para contener las crisis, pero el problema de la violencia ha permanecido sin resolverse. Y es que, en los hechos, se ha evitado enfrentar el tema de fondo: las barras bravas. Más aún, sostienen los investigadores, mientras se anuncian cada tanto medidas paliativas en los estadios -más guardias, cámaras, etc.-, las barras se consolidan como poderosas estructuras permanentes, que controlan mercados informales (reventa de entradas, estacionamientos, distribución de sustancias ilícitas, etc.) y también territorios, y para las cuales los partidos de sus equipos son la oportunidad para visibilizar su poder, bajo la mirada tolerante de la mayoría de las dirigencias.
Mientras esta dimensión no se aborde, el problema solo se agudizará. Lo alarmante es que no se ve voluntad política para hacerlo.