Puerto en tormenta
El gobierno de Orsi no sabe qué hacer. Literalmente.
Todavía se sienten las consecuencias del paro de la pesca: todavía no se han cerrado sus heridas y el puerto vuelve a ser escenario de insensatez y conflicto. Como se sabe, una paralización del puerto produce daños expansivos. Decenas de empresas y actividades se ven afectadas (perjudicadas) por un conflicto en el que no tienen arte ni parte. Pero, además, como éste es un conflicto insensato -contra la introducción de un software que mejora la productividad- no deja ni siquiera el consuelo moral de solidaridad con una lucha justa. Se trata, una vez más, de un conflicto laboral desencadenado por una dirigencia sindical mentalmente hermética, incapaz de entrever el cambio inevitable que se viene con la evolución tecnológica.
Finalmente, se está ante una situación manejada por inexpertos por ambos lados (o por quienes se creen demasiado expertos) y va y viene, camina una semana y se para la siguiente; al redactar estas líneas el paro no se ha levantado pero el gremio resolvió la reanudación de tareas. Situación esquizofrénica que, por supuesto, no permite a nadie programar cargas o recibir barcos.
El gobierno no sabe qué hacer. Literalmente. El Presidente Orsi manifestó que no ha sentido hasta ahora necesidad de entrar en escena y que "por el bien del país lo mejor que puede pasar es que haya acuerdo" (sic, El País, 21 de Oct.). Estas palabras reflejan -involuntariamente pero con claridad- la posición de alguien que está convencido que no tiene potestades ni poder para incidir en nada. Son palabras como las que podría pronunciar el Cardenal Sturla, que sabe que no tiene poder y solo puede exhortar al buen comportamiento y a la oración.
En el reciente conflicto de la pesca la patronal resolvió un día no concurrir más a las reuniones tripartitas convocadas por el gobierno. ¿Por qué? Porque era para dialogar, dialogar, dialogar y no se decidía nada y la zafra de pesca iba transcurriendo y perdiéndose. No asistieron más, tomaron sus decisiones (dentro de lo pactado en el convenio) y los barcos salieron a pescar.
El daño que este conflicto en el puerto le está infligiendo al país tiene una dimensión interna, como se ha dicho, pero también hacia afuera en la medida en que nos empiezan a ver como puerto sucio. Eso quiere decir lugar complicado, impredecible, donde no se puede planificar nada y donde las pérdidas materiales importan poco a actores que tienen respaldos por otro lado y, por eso, pueden sostener cualquier insensatez. La declaración de puerto sucio no es enunciada por ninguna institución: es la voz que se corre entre las empresas cuando se cansan de perder y se van a otros puertos. Uruguay es muy chico y muy fácil y barato de dejar de lado; no jode a nadie: se joden los uruguayos a sí mismos.
El puerto de Montevideo es un regalo de la naturaleza, de ubicación privilegiada a la salida del enorme estuario del Plata, ofrece abrigo natural y utilidad internacional como puerto hub en la región. Había salido de una larga postración y cobrado empuje con la ley de puertos del gobierno Lacalle. Hace más de dos años que todo eso está disminuyendo y los conflictos aumentando. ¡Abrir los ojos!