Viernes, 07 de Noviembre de 2025

Por qué Santilli y Adorni no son testimoniales

ArgentinaLa Nación, Argentina 5 de noviembre de 2025

El presidente Milei junto a Santilli, Adorni y Karina Milei, en la Casa Rosada, durante el acto protocolar por el Día de las Iglesias Evangélicas Acostumbrado por el general a poner el guiño a la izquierda y doblar a la derecha, el peronismo nunca se sintió incómodo con las transfiguraciones camaleónicas

El presidente Milei junto a Santilli, Adorni y Karina Milei, en la Casa Rosada, durante el acto protocolar por el Día de las Iglesias Evangélicas



Acostumbrado por el general a poner el guiño a la izquierda y doblar a la derecha, el peronismo nunca se sintió incómodo con las transfiguraciones camaleónicas. Un día fue nacionalista y estatista. Otro, pronorteamericano y privatista. Después se autopercibió de izquierda. Amalgamó montoneros con ortodoxos, frenéticos de la soberanía con neoliberales, prorusos, prochinos, proiraníes. A La Cámpora se la amasó con los barones del conurbano. Al rebelde principista Juan Grabois, con el feudal Gildo Insfrán. El fervoroso peronismo se adueñó de la causa feminista mientras encumbraba al único presidente del mundo que resultó denunciado como supuesto golpeador por la primera dama. Pero nada de esto le impidió al movimiento octogenario renovar hace diez días, aun en una muy mala elección, la adhesión persistente de un tercio de los argentinos.

Esa magia casi de buen navegante, la de la adaptación a los vientos, también patrocinó el desarrollo de un hábito de carácter magistral, el de reprocharles a los rivales conductas lacerantes para la democracia sin atender el detalle de que la mayoría de ellas llevan en el orillo la marca registrada peronista.

Pasó en primer lugar con la corrupción a gran escala. Años atrás la defensa política de la acusada Cristina Kirchner no consistía en proclamar su inocencia -ella nunca se abrazó a ese concepto- sino en responder políticamente con una pregunta sustentada en la teoría del relativismo exculpatorio: ¿y Macri? Con ella presa, condenada hasta por la Corte Suprema, el peronismo sacó quién sabe de dónde carradas de autoridad moral para desplegar una campaña que, con jingle y todo, acusaba a los Milei, en particular a Karina Milei, de percibir un porcentaje fijo de las contrataciones del Estado. Quedarse con dineros públicos que a uno le confían para administrar es algo horrible, le faltó decir.

Lo mismo había ocurrido antes con los mal llamados escraches, palabra de origen lunfardo a la que se adaptó para designar marcaciones domiciliarias de represores por parte de la agrupación HIJOS a los que la Justicia no perseguía. De la mano del kirchnerismo, el "escrache" devino un señalamiento fascistoide de enemigos del poder, fueran periodistas cuyas fotografías se invitaba a escupir en la plaza pública, empresarios, sujetos "al servicio de las corporaciones" o meros críticos del gobierno nacional y popular de entonces. Sin embargo, los escraches, que siempre fueron y seguirán siendo horrendos y condenables, para el peronismo-kirchnerismo sólo se volvieron execrables cuando el mecanismo se espejó y los "escrachados" resultaron tropa propia. Ahí se descubrió de golpe la esencia "antidemocrática" del método. Nada de mea culpa, por cierto, bastó fingir amnesia sobre quién lo había impuesto.

Esta semana en virtud del mismo circuito justiciero el peronismo se presentó como catador de candidaturas testimoniales, un invento de Néstor Kirchner del año 2009. Ya por entonces la Cámara Electoral lo consideró una estafa al electorado, lamentablemente no punible, dijeron los jueces, a partir de los dos casos líderes, Daniel Scioli y Sergio Massa, quienes luego serían entronizados en forma sucesiva como candidatos presidenciales, la distinción más elevada que puede obtener en su partido un político de carrera.

Desde un inasible atalaya de la virtud democrática, por estas horas voces peronistas le vienen poniendo amonestaciones a granel al gobierno libertario por dos candidaturas testimoniales que no son tales, las de Manuel Adorni y Diego Santilli, recién nombrados por Milei como jefe de Gabinete y ministro del Interior. Gusten más o gusten menos como políticos, la realidad es que Adorni y Santilli no estafaron deliberadamente a sus votantes cuando buscaron cargos legislativos. No existe ningún indicio de que al armarse las listas ellos hubieran tenido certeza de que el Presidente les ofrecería tras las elecciones altos cargos en el gabinete nacional. Pero además hay otra cosa: no es lo mismo simular descender por voluntad propia que ser ascendido por decisión ajena.

Lo verdaderamente absurdo -e inverosímil y al cabo fraudulento- es que un político quiera pelear por una candidatura en busca de un cargo de menor jerarquía del que ya desempeña: un ministro para ser diputado o incluso un gobernador para ser diputado (como sucedió ahora con Osvaldo Jaldo en Tucumán), un intendente para ser concejal (hubo múltiples casos en la elección bonaerense, todos tirados de los pelos). Ahí es cuando cabe la presunción de que se pergeñó una maniobra. En general, quienes descienden lo que hacen es usurpar una candidatura con el mero propósito de remolcar a un pelotón de ignotos o poco atractivos compañeros de lista (principio cuestionado en las recientes elecciones nacionales en provincias donde triunfaron listas libertarias magras en figuras reconocidas).

El Excel definitivo sobre quiénes fueron candidatos testimoniales y quiénes no recién estará listo el 10 de diciembre, día de la asunción, o a lo sumo en el momento exacto de la jura, porque ahora sólo se cuenta con la palabra de los interesados, que por definición no sería cien por ciento confiable.

Es cierto que lo de Adorni podía ser visto como un salto llamativo. Adorni quería pasar de vocero presidencial a miembro destacado de la Legislatura porteña. A mediano plazo su meta supuestamente era desplazar al Pro de la jefatura de gobierno de CABA, de allí el posicionamiento legislativo.

Los voceros de la Casa Rosada suelen integrar la glamorosa categoría de hombres del presidente, por eso lucen como depositarios de un enorme poder. Sin embargo, ninguno de los que se sucedieron desde que se creó la Vocería en 1983 (José Ignacio López, Humberto Toledo, Raúl Delgado, Ricardo Ostuni, Juan Pablo Baylac, Eduardo Amadeo, Luis Verdi, Miguel Nuñez, Iván Pavlovsky, Juan Pablo Biondi y Gabriela Cerruti) recorrió luego un camino descollante -algunos sí tenían una carrera política previa- ni aprovechó el cargo como trampolín para cosas mayores. De los doce se destaca por su inmenso prestigio, hasta hoy, el primero, José Ignacio López, quien nunca abandonó el oficio y el corazón periodístico.

No es la primera vez que un presidente nombra legisladores electos como funcionarios del Poder Ejecutivo. Hasta podría recordarse que el propio Massa, ex alsogaraicista, ya había sido candidato testimonial antes de que se desarrollaran en forma industrial las candidaturas testimoniales, porque en 2005 fue electo diputado y no asumió el cargo debido a que Kirchner lo confirmó al frente de la Anses, donde se desempeñaba desde el gobierno de Eduardo Duhalde. Por cierto, en ese momento nadie lo criticó por burlar la voluntad popular.

Más recientemente, Sandra Pettovello y Diana Mondino eran diputadas nacionales electas cuando Milei las designó ministras. Tampoco se habló entonces de candidaturas testimoniales, aunque la situación no fue demasiado diferente de la que se plantea ahora con Adorni y Santilli.

En todo caso lo que cambió es que el peronismo creó este año las candidaturas testimoniales orgullosas . Para la provincia de Buenos Aires dejaron de ser vergonzantes. "Lo hemos hecho de frente a la gente", explicó el ministro de Gobierno Carlos Bianco, mano derecha de Axel Kicillof, cuando se armaron las listas para las elecciones provinciales desdobladas de septiembre. Bianco afirmó en aquella oportunidad que las candidaturas testimoniales están previstas por la ley. Confundió vacío legal con previsión legal.

Imprecisiones, ambigüedades, son ni más ni menos lo que de a poco desvirtúa el sistema político, corroe la representación, porque se le pide a la gente que vote para diputado o lo que fuere a alguien que no piensa serlo. Algunos ahora lo dicen de antemano para mitigar el engaño, lo cual no modifica la alteración de la voluntad popular. Distinto es cuando el candidato sí piensa serlo pero entre las elecciones y el juramento de la banca el presidente de la Nación lo convoca a desempeñar una responsabilidad mayor. Cuando las instituciones son débiles todo parece lo mismo, pero no es lo mismo.
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