El maestro polaco
Eric Lu, pianista chino que ganó el primer premio en el 19° Concurso Internacional de Piano Frédéric Chopin, en Varsovia
Eric Lu, pianista chino que ganó el primer premio en el 19° Concurso Internacional de Piano Frédéric Chopin, en Varsovia.
Como sucede una sola vez cada cinco años, días atrás volvió a darse cita en Varsovia el más prestigioso certamen pianístico, uno de los más antiguos y consagratorios del instrumento: el Concurso Internacional de Piano Frédéric Chopin . Y como en su 7ª edición, la del año 65, que le reveló al mundo el talento inconmensurable de Martha Argerich , en la anterior el del italiano Maurizio Pollini y en la sucesiva el de Krystian Zimerman , el premio de Varsovia tiene el don de convertir a sus ganadores en estrellas mundiales, embajadores vitalicios de una cultura musical. Motivo suficiente para generar expectativa en el universo pianístico y volverse tema obligado de la conversación melómana: que el estilo de Chopin, que el repertorio, el jurado y los candidatos favoritos, que los secretos del lirismo, que la nostalgia de su música o la brillantez de su técnica, que la expresión romántica, que los amores, la debilidad y el microcosmos de ese corazón polaco que latía a la distancia en las melodías del genio… Por esa atmósfera que se vuelve intensa en la repetición de cada lustro, recuerdo el legado de Jorge Lalewicz, el maestro polaco en la Argentina.
Lalewicz llegó al país como inmigrante en 1921. Ya era conocido como pedagogo en Viena, nombrado con frecuencia por una alumna destacada, la escritora Victoria Kamhi, esposa de Joaquín Rodrigo, autor del archifamoso Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta. Pronto logró establecerse, crear unas clases privadas de renombre y heredar una cátedra en el Conservatorio Nacional. Su autoridad se comparaba con la de Vicente Scaramuzza , el inefable maestro que formó a Bruno Gelber y a Martha Argerich y a varias generaciones de músicos descollantes, como Eduardo Delgado, por dar un ejemplo. Pero Lalewicz enseñaba con una técnica diferente a la del calabrés. Se basaba en la escuela rusa, de la que habían surgido portentos como Arthur Rubinstein , amado con devoción por el público porteño. Su método era menos rígido y no cultivaba la obsesión por la anatomía, pues no eran la mecánica ni la agilidad materias de su desvelo, sino una expresión grandiosa y profunda, llena de colores y proyección . Beethoven estaba en la cabecera de su repertorio. No lo desechaba a Mozart, porque de hecho impartía lecciones con sus sonatas, pero prefería los franceses por la exploración del sonido. Indicaba tocar con el brazo en reposo y la mano elongada, dando libertad y amplitud al virtuosismo. El efecto absolutamente contrario al que producía la economía y control del gesto que inculcaba Scaramuzza basándose en su escuela italiana y la herencia pulcra del clavicémbalo.
Pía Sebastiani fue su mejor discípula. Ella me contó del salón musical que daba los sábados por la tarde con los alumnos en su casa de la calle Aráoz, en Palermo. Dos Steinway de cola enfrentados en un salón al que se llegaba luego de atravesar un vestíbulo donde había tres mástiles con banderas izadas, una de Polonia y dos blasones de familia. Y al terminar la música, un té con scones y el típico Syrniki de las fiestas polacas, una torta de queso con frutos rojos. A diferencia de otras tertulias, no se cursaba invitación, ya que las puertas permanecían abiertas a todo aquel que quisiera asistir. Excepto los estudiantes de Scaramuzza, que ante una traición semejante hubiesen sido expulsados del conservatorio por quien, de hecho, juzgaba imperdonable que un compatriota suyo —Augusto Sebastiani—, llegado a la Argentina desde Nápoles igual que él, hubiese mandado a su talentosa hija Pía "a estudiar con un polaco".
Lalewicz ya había fallecido cuando Martha obtuvo la medalla en Varsovia, su tierra natal. Pero como el tiempo de los maestros y sus rivalidades ha cambiado y el mundo también, hoy los ganadores del concurso se llaman Lu, Chen, Wang y Lyu, todos pianistas de origen chino, los campeones en la música de Chopin. "Esa música ligera y apasionada que se parece a un pájaro —como escribió Baudelaire — revoloteando sobre los horrores de un abismo".