Mal menor o voto nulo
Me resulta moralmente imposible no tratar, al menos con mi voto, de evitar que un miembro del PC presida nuestro país.
Creo que nunca he votado por un candidato que me satisfaga en un cien por ciento como persona y tampoco con la totalidad de sus propuestas de políticas públicas. Los candidatos no pueden ser a la medida de cada cual. De hecho, en la mayoría de las veces la elección puede ser entre un mal y un mal menor, pero no hay que olvidar que las distinciones entre ambos pueden ser definitorias.
En la próxima elección presidencial es posible que muchos sientan que ninguna opción es de su gusto y los comprendo, porque ese ha sido mi predicamento casi siempre. En estas circunstancias lo correcto es hacer un análisis de cómo el resultado de una elección afecta ámbitos que son esenciales para el progreso, la supervivencia de la democracia y de los derechos de las personas.
No tengo nada contra las personas comunistas. Me crie en un país menos polarizado. Cuando yo era muy chica mi padre fue diputado y me contaba que mientras en el día él debatía acaloradamente con miembros del PC en la Cámara, más tarde era perfectamente posible que una de esas mismas personas me sentara en su falda y cariñosamente jugara conmigo. No me enseñaron a odiar al que difiere y jamás me sentí odiada tampoco. Pero todo eso cambió cuando al menos un tercio de la población creyó posible hacer la revolución por la vía armada para cambiar radicalmente la democracia liberal, el orden económico libre, la actividad empresarial y erosionar gravemente los derechos y libertades individuales.
Sigo sin odiar a los comunistas, porque el odio hiere más al que lo siente que al que lo recibe, pero considerando cuáles han sido las propuestas de este partido y de sus compañeros de ruta del Frente Amplio en los últimos años, me resulta moralmente imposible no tratar, al menos con mi voto, de evitar que un miembro del PC presida nuestro país. Baste señalar el proyecto constitucional radical que promovieron, la justificación, si no la promoción, de la violencia como método de resolución de los conflictos políticos; la resistencia (salvo del Presidente Boric) a firmar la salida pacífica a la crisis de 2019 propuesta por el Presidente Piñera; los fines y medios que defiende el marxismo leninismo; los estatutos de ese partido que reivindican la posibilidad eventual del uso de la violencia y de la vía armada y mantiene el entrenamiento militar de sus cuadros; finalmente, los horrores históricos que durante años el comunismo chileno apoyó con entusiasmo en la órbita soviética y hoy en Corea del Norte, Venezuela y Cuba.
Una opción legal y a veces legítima podría ser votar nulo o en blanco. Sin embargo, a mi juicio, esa opción es una especie de narcisismo político que prioriza la pureza personal por sobre la responsabilidad colectiva, una forma de preservar la autopercepción de alguien éticamente impoluto sin debida consideración por cómo los resultados afectarán a la población y a la institucionalidad democrática. El voto no es solo un símbolo, es un instrumento práctico que produce efectos concretos y me rehúso a creer que la "pureza de mi voto" sea más importante que las consecuencias políticas, sociales y económicas del resultado final.
Y nadie puede negar que aquellas serán diametralmente distintas en un caso y en el otro. Es muy posible que ni José Antonio Kast ni el Partido Republicano representen la totalidad de mis preferencias, intereses y valores, pero no tengo duda alguna que el sistema democrático, dentro del cual el candidato siempre ha participado lealmente, no está en juego, que sus propuestas aseguran mayor crecimiento económico, más y mejores empleos y avances en la seguridad del país. Más aún, en política la realidad se impone y valida la sabiduría popular que nos dice que "otra cosa es con guitarra". Si llega a la presidencia Kast, como Meloni, tendrá que llegar a acuerdos, negociar, transar y mantener un curso de moderación.