"En Chile, los adultos mayores de la ruralidad están tremendamente abandonados"
Fue pastor de cabras, profesor de Matemáticas y a los 76 años lidera una red solidaria -que él mismo creó- que apoya con alimentos y compañía a personas de la tercera edad en Monte Patria. Aquí advierte sobre las precariedades que enfrentan.
C ada mañana, Camilo Escorza (76) amanece en su cabaña en Los Morales, un pueblo rural ubicado en la comuna de Monte Patria, en la Región de Coquimbo. Después de tomar desayuno, riega los árboles, hace algún arreglo en su parcela que colinda con el río y después se alista para realizar la entrega de alimentos a adultos mayores que tenga programada para ese día.
"Estoy todo el día ocupado", cuenta Escorza. "Riego, pinto, arreglo cosas. Y, entremedio, voy coordinando a los legionarios, respondiendo llamadas, viendo qué podemos conseguir para los adultos mayores".
Los "legionarios" son los Legionarios de los Gramos Dorados, una red autogestionada que Escorza fundó hace poco más de un año tras ver, en plena pandemia, la realidad de las personas mayores que viven en los cerros de la precordillera de Monte Patria.
Hoy son más de 30 integrantes formales en el sector y cerca de 50 si se cuenta a quienes colaboran a distancia desde Santiago y otras zonas de Chile. El grupo reparte alimentos, estanques de agua, medicinas, insumos para las casas -como mangueras, utensilios de cocina o pequeños muebles- y también organiza eventos musicales y culturales para los adultos mayores que no tienen acceso fácil a agua, comida, servicios ni compañía.
Su labor lo ha convertido en un líder comunitario reconocido. Hace dos semanas fue parte de la ceremonia como uno de los 100 Líderes Mayores, un reconocimiento que otorga la Fundación Conecta Mayor UC, junto a la Universidad Católica y "El Mercurio".
Escorza nació en una comunidad llamada La Chacarilla, una localidad de la comuna de Monte Patria. Luego su familia se trasladó al valle del río Huatulame y, más tarde, al pueblo de Los Morales, donde Escorza vive actualmente. Era uno de nueve hermanos.
Su padre tenía múltiples oficios: construía bateas para lavar ropa, fabricaba carbón que vendía en Coquimbo, trabajó como herrero, amansador de animales y en faenas mineras. "Mi papá era analfabeto, pero muy inteligente. Salía a vender cosas y se manejaba muy bien en las cuentas. Siempre le interesó aprender cosas nuevas", relata Escorza.
Desde sus cinco años, Escorza lo ayudaba siendo pastor de cabras. "En ese tiempo estudiaba y también pastoreaba. Caminaba tres kilómetros a pata pelada para llegar a la escuela, con pantalón corto en invierno. Teníamos poca ropa y poco alimento. Y en la tarde trabajaba con mis padres". Egresó de sexto básico ocupando el segundo lugar del curso de 27 compañeros; su hermana fue la primera.
"Cuando yo terminé la escuela, la verdad es que estaba condenado a seguir ahí, con las cabras y la siembra de tomates", comenta.
Pero en 1964 su vida cambió. Escorza cuenta que su familia oyó la noticia de que un sacerdote había llegado a la zona buscando jóvenes para llevarlos a un seminario claretiano en Talagante, y él decidió ir. Allí se internó y continuó sus estudios en el ex Colegio Claretiano de Santiago, en San Miguel.
"De allí egresé, pero yo venía del campo, sin mundo, sin nada. Los curitas me dijeron que saliera a conocer el mundo, que postulara a la universidad", cuenta Escorza. Años más tarde ingresó a la Universidad de Chile y en 1976 se tituló como profesor de Matemáticas. Ese mismo año se casó con la profesora de Castellano Elvira Pavez y ejerció durante décadas en distintos establecimientos de Santiago.
Tuvieron tres hijos y, tras 31 años de matrimonio, se separaron. Escorza siguió trabajando en varios colegios y desarrolló un oficio paralelo: la marroquinería. Tenía un taller y locales donde vendía productos de cuero fino. En 2011 se jubiló como profesor.
Aunque residía en Santiago, Escorza dice que nunca perdió el vínculo con su lugar de origen. "Venía en vacaciones de verano e invierno a ayudar a mis padres y siempre veía mucha necesidad entre los vecinos y los campesinos", cuenta.
A partir de esas visitas formó dos sindicatos que gestionaban apoyo y alimentos para agricultores. Pero cuando llegó la pandemia decidió ampliar esas ayudas.
"Yo pensaba ¿cómo, siendo un sindicato de agricultores, no vamos a ayudar también a la dueña de casa, a la gente que tiene animales?", dice. "Entonces empecé a romper las reglas. Conseguía azúcar, leche y otros alimentos y los repartía casa por casa".
Al pasar los días y con la ayuda de múltiples instituciones, logró conseguir miles de cajas de alimentos. En una de esas actividades, cuenta, subió a la precordillera y le sorprendió ver cómo vivían muchos adultos mayores. "Había mucha miseria, gente mayor que tiene que movilizarse mucho para tener agua, que incluso no tienen baño y van a la quebrada; que no tienen suficiente alimento. Los niñitos hacen las tareas en el suelo".
Fue ahí cuando surgieron los Legionarios de los Gramos Dorados. Junto a Clara Carvajal, su actual pareja, comenzaron a armar pequeñas bolsas de alimentos.
"La organización lleva el nombre legionarios porque es una legión, un conjunto de personas que vamos a cumplir un objetivo. Y la palabra gramos está porque al principio repartíamos gramos de cosas. Un kilo de azúcar lo partíamos en cuatro; un kilo de arroz, igual. Armábamos bolsitas con varios elementos: un cuarto de azúcar, un cuarto de arroz, un confort, unas bolsitas de té y empezábamos a visitar a los adultos mayores de la ruralidad".
Escorza dice con orgullo: "Ahora ya no son gramos. Actualmente tenemos hasta 200 kilos de alimentos para repartir". Los legionarios sostienen su dinámica con llamadas y un chat de WhatsApp. Los recursos los consiguen golpeando puertas: empresas, organizaciones y personas de la comunidad.
Recientemente crearon una nueva figura: los embajadores. "Ellos tienen cada uno un rol con una actividad. Puedes ser embajadora de las personas enfermas; como una mujer que cuida a un adulto mayor que estaba en condiciones complejas y ahora va bien vestido, con su ropa lavada. También hay embajadores músicos, que llevan algún show musical a los mayores. Cada legionario es como la pieza de un reloj: todos son fundamentales".
-¿Cómo percibe la relación del país con los territorios rurales?
"En Chile, los adultos mayores de la ruralidad están tremendamente abandonados. En el país todo está pensado para la ciudad. En el mundo rural viven muy primitivamente, no porque quieran, sino porque las políticas de desarrollo generalmente están pensadas para las ciudades. Alguien que fabrica mermelada, por ejemplo, no puede vender al supermercado porque necesita resolución sanitaria, y no tiene luz ni agua. El campesino, el adulto mayor rural, tiene muchos impedimentos. Hay zonas donde si no llega el camión aljibe, no hay agua. Para comprar víveres tienen que pagar entre 50 y 60 mil pesos solo por bajar al pueblo. Ahí se les va la jubilación".
-Su labor implica movilizar apoyos. ¿Cómo ve hoy la solidaridad en el país?
"Este país es muy solidario. Es cosa de ver la Teletón o lo que a mí me colaboran. Si yo digo que necesito cinco elementos para una persona, a los 10 o 15 minutos ya está listo. O me llaman y me dicen: 'Yo no tengo cosas, pero tengo cinco mil pesos'. El problema es que hace falta mucha capacitación y educación en relaciones humanas, porque la convivencia es bastante mala. Pero no pasa solo aquí, es cosa de verlo en los partidos políticos, en los estadios, en las familias. Hay mucha violencia ahora en Chile. Falta tolerancia".
-¿Qué lo mueve a mantenerse activo en su labor de ayudar el resto?
"Lo hago automático, como que es un deber innato. Lo hago porque hay que ayudar nomás. Yo siempre he pensado que si una persona va a hacer algo para que le reconozcan, mejor que ni se meta. En este mundo de la solidaridad hay que entrar sin interés".
Escorza dice que ha encontrado una forma de llevar la vejez volviendo a sus orígenes. Tras décadas en Santiago, cuenta que construyó la cabaña donde vive actualmente en el lugar donde fue pastor de cabras. Y que constantemente recorre los mismos cerros por los que paseaba en su infancia.
"Para uno es reconfortante regresar y volver a ver los lugares por donde anduvo antes en la vida, la piedra donde me sentaba, los mismos pájaros, la quebrada, la cancha donde trabajábamos el metal con mi papá".
Y desde ese lugar, asegura, quiere seguir empujando su legión: "Mientras tenga fuerzas, voy a seguir. Y ojalá que otros se animen también. La solidaridad tiene que salir del corazón, no por buscar aplausos".