Mucho más que el Presupuesto
El Presupuesto sin sobresaltos evidencia que cuando queremos, podemos.
Voces gubernistas -el senador Daniel Caggiani, la diputada Ana Olivera- se han congratulado porque el Presupuesto avanza gracias al diálogo con escucha recíproca, que ha conducido a que, en el Senado, la mayor parte de los artículos haya contado con votos de la oposición, lo cual augura la aprobación sin tropiezos en la Cámara de Representantes.
En la medida en que el Presupuesto es la columna vertebral de cada gobierno, da para que nos alegremos.
Ese regocijo se nos potencia si nos comparamos con los fanatismos de allende el Plata. Patéticamente, el juramento de muchos diputados recién electos se trasmutó en proclama sectorial, gritada entre insultos y grescas, mientras, desde su palco, en éxtasis rockero, azuzaba a los suyos el Presidente Milei. Ni en los peores momentos del Uruguay vivimos bochornos de esa laya, pero por las dudas, ocupémonos de que a ningún payaso se le permita imitarlos aquende el Plata.
Para ello, no nos quedemos en festejar nuestra capacidad para construir acuerdos políticos. El Presupuesto sin sobresaltos evidencia que cuando queremos, podemos; pero el andamiaje entero también evidencia que es a capricho, cuando se les da la gana a los popes. Para muestra, dos botones: vencieron los 60 días constitucionales para elegir Ministro de Corte que ocupe la vacante que dejó Elena Martínez, y no se intentó ningún consenso; hace más de cuatro años la Fiscalía de Corte se mantiene en estado coloidal de subrogación perpetua, tan luego en tiempos de fiscales con poderes omnímodos, emergentes de un Código del Proceso Penal que nos despojó a todos de la garantía de ser investigados por un Juez, vigilado por las trasparencias del Poder Judicial. Y a nadie se le mueve un pelo.
Por tanto, hay que celebrar el Presupuesto como un logro de la civilidad, pero hay que darse por enterado de que esa civilidad no abunda y no está consiguiendo respuestas conceptuales y legislativas a largo plazo.
Comparativamente, nos distinguimos por la libertad política, por la aptitud para el diálogo y por lograr que algunos valores y algunas políticas sean del Estado y no de los gobiernos, cuyos elencos son siempre transitorios, aunque siendo nóminas de turno se dé en mal llamarlos "el sistema político". Pero eso no basta, porque junto con las buenas maneras que nos unen en algunos temas y en algunos tiempos, germina maleza, grosería, menosprecio y odio en caricaturas enfermizas que irresponsablemente circulan en el boca a boca de las redes.
La libertad de la convivencia republicana no consiste en "digo y hago lo que se me canta, sin que me importe el prójimo", ni en "si me va bien a mí, del resto no me ocupo". Por desgracia, mucho de eso se nos ha colado, por vía de relativismo, materialismo y consumismo, con ideologías y modas económicas volanteadas como si fueran dogmas filosóficos. Y por mayor desgracia, los dolores públicos y los fracasos en temas patéticos como la seguridad, empujan a muchos a refugiarse en coto chico cuando no en soledad.
Pero el porvenir nacional nos necesita, a todos, lo más fuertes que nos permitan nuestras circunstancias.
Por eso, y porque como ciudadanos tenemos el país a nuestro cargo, debemos aplicar lo mejor de las fuerzas que tenga cada uno a reeducarnos en comprensión, a potenciar espíritus y a afirmar ideales.