Enseñanzas de Chile
Importa salir de la ridícula interpretación izquierdista según la cual todos los liderazgos que han ganado elecciones en la región son "ultra- derechistas" y amenazan la democracia.
Hay varias enseñanzas de los resultados del pasado 16 de noviembre en las elecciones generales de Chile, y cuya presidencial se resolverá el próximo domingo, que pueden realmente ser tenidos en cuenta en la evolución propia de nuestra democracia.
En primer lugar, hubo un giro a la derecha franco y decidido. No es nuevo en la región, claro está: salvo Brasil, Perú y Colombia, con elecciones presidenciales en 2026, en todos los países de elecciones libres de Sudamérica ha ocurrido ese cambio en favor de ese signo político. Para el caso chileno, al muy probable triunfo de Kast el próximo domingo se suma una dimensión muy importante para la gobernabilidad democrática: los partidos de derechas quedaron muy cerca de la mayoría parlamentaria. Esto quiere decir que el pueblo otorgó a la eventual presidencia de Kast instrumentos claros para poder llevar adelante su programa de acción.
En segundo lugar, importa salir de la ridícula interpretación izquierdista según la cual todos los movimientos y liderazgos que han ganado elecciones en la región son "ultra- derechistas" o de "extrema-derecha" y ponen en peligro a la democracia. Sin duda alguna el signo general del liderazgo de Kast es el de un liberal conservador del tipo que hubo muchas veces a lo largo de la historia de su país: su slogan en la primera vuelta, por ejemplo, repitió que el objetivo era gobernar "sin comunismo". Pero también es cierto que ni Kast, ni Milei, ni ningún otro presidente con signo de derecha en la región han venido a cambiar las reglas democráticas o a formar un gobierno corporativo o a prohibir las libertades públicas.
No hay ultraderechismo maléfico: hay distintos tipos de derechas, todas tan legítimas y representativas de sus pueblos como fueron las izquierdas que por lustros recibieron las mayorías de apoyos populares en sus países. Y aquí está la tercera enseñanza del proceso político chileno: ocurrió allí, en una de las democracias más sólidas de la región, un fenómeno de renovación partidaria que no ha sido lo suficientemente destacado.
En efecto, por causa de la ley de partidos políticos chilena, los partidos que no llegan al 5% de votos o a un mínimo de cuatro representantes parlamentarios en al menos dos regiones distintas, deben disolverse. Y aquí está la novedad: viejos partidos de larga tradición, como el Partido Radical de Chile, o nuevos partidos que buscaban expresar cierta modernidad de centro-derecha, como Evópoli, o de representación ciudadana transversal, como el Movimiento Amarillos por Chile, entre otros quince en total, no alcanzaron esos relativamente bajos umbrales de representación y por tanto dejarán de existir.
El cambio es profundo y hay que darse cuenta de sus fuertes implicancias. Porque en paralelo, el partido Nacional Libertario del joven ascendente Kaiser, de muy reciente formación, recibió más apoyo que el Partido Socialista o que el Partido Comunista, por ejemplo. Los partidos fuertes e históricos de la derecha como Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional, por ejemplo, quedaron entre los más votados del país, tras el liderazgo indudable del partido de Kast cuyo perfil conservador es tan manifiesto como asumido. Y el partido del outsider Parisi, que fue el tercer candidato más votado a la presidencial, quedó como el segundo más votado.
Todo esto quiere decir que hubo un giro a la derecha, que nadie está pensando realmente a nivel popular que esa derecha sea un satanás antidemocrático, y que frente a los desafíos de estos tiempos las sociedades han premiado a nuevos partidos que representan mejor sus intereses y sus preocupaciones. Lejos de estar debilitada, la democracia así se fortalece: canaliza nuevos liderazgos a través de estructuras partidarias, asegura alternancias en el poder a través de mecanismos de elecciones legítimos y respetados, y sigue su rumbo con un pueblo que evalúa de forma crítica y exigente los resultados de cada gobierno para decidir luego si le renueva o no su apoyo en las urnas.
Es verdad que Uruguay tiene bases partidistas muy viejas y sólidas que han logrado en todos estos años cooptar muchos de los nuevos movimientos que han surgido en la sociedad. Sin embargo, es evidente que el discurso crítico propio de la hondura del giro a la derecha que se está viendo en la región no está teniendo entre nosotros un protagonismo muy marcado. ¿Será que somos una isla, o será que los partidos han perdido reflejos y en algunos casos se exponen a caídas como las que vivieron algunos allende la cordillera? El tiempo dirá.