Las señales del nuevo fútbol chileno
El término de la temporada futbolística chilena -a lo que solo falta la final de la Copa Chile entre Limache y Huachipato- obliga a los balances
El término de la temporada futbolística chilena -a lo que solo falta la final de la Copa Chile entre Limache y Huachipato- obliga a los balances. A los obvios y a los más profundos.
Entre los primeros, hay una lista larga de conceptos que ya están enquistados y forman parte de la discusión diaria: los campeonatos profesionales que se juegan en Chile, léase Liga de Primera, Liga de Ascenso y Segunda División profesional, remecen y son emotivos en ciertos momentos por obra de las definiciones específicas, pero cada vez menos llamativos en encuentros sueltos. Incluso en los llamados "clásicos". Hay más miedo a perder que ganas de ganar.
Lo otro que está asumido es que cada vez más queda en evidencia que la formación de los jugadores está en crisis. Ni siquiera ese engendro que es la regla de los sub 21 invita a la sorpresa y admiración por nuevos valores. Al final, en verdad nos quedamos pegados en mocetones que ya pasaron con largueza la treintena de años como Charles Aránguiz, Fernando Zampedri y Joaquín Larrivey, quienes son los que a uno se le vienen pronto a la cabeza a la hora de hacer rankings y "equipos ideales".
Para cerrar el círculo de las obviedades, está, sin duda, el cada vez más evidente pésimo nivel de los arbitrajes. Es cierto que alegar en contra de los jueces es parte de la definición del fútbol. Pero, sinceramente, hoy estamos ante una estructura, una organización, que no solo carece de criterio. Simplemente, ignora el reglamento y hace lo que le da en gana según haya amanecido el día.
Pero, vamos, que también hay cosas, sino altamente positivas, al menos interesantes.
Este 2026 puede haber sido el año en que el fútbol chileno se decidió por un concepto estratégico. O al menos, está en camino de ello. De modo simple, entre la posesión y el juego directo, quedó más o menos claro que existe más afinidad con lo segundo.
El ejemplo es Coquimbo Unido, el súper campeón, que prácticamente incentivaba al rival a tener la pelota para luego vulnerarlo con contraataques o transiciones rápidas de tres o cuatro toques.
Pero esta no fue una visión particular de un DT como Esteban González.
Cobresal, O'Higgins, Audax y varios más privilegiaron esta manera de jugar, y hubo otros como la U y la UC que solo utilizaron la posesión para rearmarse antes de salir rápido a atacar.
Incluso el vilipendiado Colo Colo de Jorge Almirón fue este año menos obsesivo con la mantención de la pelota (lo que quizás fue producto de la confusión que ya tenía el DT argentino).
Pero no es todo. Si se analizan los últimos amistosos jugados por la selección adulta bajo la conducción técnica de Nicolás Córdova, se observará la misma tendencia.
Lo extraño del caso -o quizás lo bueno de ello- es que esta tendencia, que es posible que se siga imponiendo a futuro, no ha sido fruto de una evaluación técnica gremial ni de seminarios o simposium, sino que ha respondido a idearios propios, a dogmas que indican que en este fútbol chileno tan gris, apático y lleno de imperfecciones hay al menos ganas en los entrenadores de buscar fórmulas que se ajusten a las realidades con los cuales se cuenta.
Eso sí es una buena noticia.