Una dosis de elegancia
Muchos confunden elegancia con ropa cara. Pero tiene mucho más que ver con un tipo de presencia y con cómo hacemos sentir a los demás.
Trump, Maduro, Milei. Pero también pasa por casa dos por tres. En un mundo cada vez más obsesionado con conseguir un minuto de atención en los medios y en las redes sociales, se ha forjado un falso culto a la autenticidad, que peca demasiadas veces de una pérdida del mínimo cuidado en las formas. Lo que podríamos llamar la ausencia de una necesaria dosis de elegancia. Porque en el ejercicio del poder, como en nuestra vida cotidiana, las formas que elegimos emplear hacen una diferencia significativa.
Muchos confunden elegancia con ropa cara. Pero tiene mucho más que ver con un tipo de presencia y, sobre todo, con cómo hacemos sentir a los demás. Porque aunque sea nuestro máximo rival, implica respeto por el otro incluso en las diferencias.
Esa confianza serena que se proyecta sin estridencias, habla sin gritar, muestra una fortaleza que no requiere ostentación a cada paso. Es escuchar con respeto, incluso en el desacuerdo, haciendo sentir a los demás vistos y valorados. Es el arte de fluir en una conversación sin aparente esfuerzo, dejando huella en lugar de cicatrices profundas. Es el líder que resuelve problemas sin generar drama, que responde a los ataques con claridad en lugar de ira. Que gana con humildad y pierde sin excusas. Porque la verdadera fuerza no reside en el volumen de la voz ni en lo hiriente de las palabras, sino en la determinación. Se trata de crear un espacio necesario para un diálogo auténtico y efectivo, transformando las transacciones en relaciones y los conflictos en oportunidades. Es la sutil construcción de una arquitectura invisible de confianza, de influencia e impacto duradero. Es una profunda manifestación de inteligencia.
El problema, claro, es que esto mediáticamente -tanto en la agenda pública, como en la privada- no rinde. Como dijo el ex presidente Sanguinetti en su nota del pasado domingo: "(nosotros) éramos explicadores que intentábamos convencer a través de una explicación racional. Hoy estamos en un tiempo de comunicadores, que es distinto. En una época apresurada, en la cual hay un combate entre la simple noticia y la real información, el político tiene que instalarse en un medio muy difícil".
Los actos de elegancia que hoy pueden parecer de la vieja guardia, aparentemente simples, son ese hilo invisible que construye vínculos y humaniza el espacio compartido, cada vez más necesario en un mundo que confunde autenticidad con descortesía, opiniones firmes con falta de educación y autoridad con despotismo.
No es debilidad, todo lo contrario. Es fuerza bajo control. Se ve en cómo gestionamos el fracaso, la crítica y el conflicto sin perder el equilibrio. No está en el tamaño de la conquista, sino en cómo lo afrontamos. Porque nuestro verdadero legado no reside sólo en las barreras que rompamos, sino en la luz que dejamos para quienes nos siguen.
Se le atribuye a Albert Einstein la frase: "en medio del desorden, encuentra la simplicidad; de la discordia, la armonía; y en medio de la dificultad, reside la oportunidad"
En estos tiempos, parecería que la auténtica valentía radica en ese cuidado de las formas. Donde la elegancia, lejos de ser una palabra del pasado, se convierte en una necesaria promesa para el futuro.