La figura más codiciada
Hace unos años escribí un texto sobre un personaje de la política nacional que se llenaba la boca en redes sociales diciendo: "Mi esquema de seguridad"
Hace unos años escribí un texto sobre un personaje de la política nacional que se llenaba la boca en redes sociales diciendo: "Mi esquema de seguridad". Mi esquema de seguridad esto, mi esquema de seguridad aquello… Y así. De hecho, de ahí sale mi teoría de que en Colombia la gente no se mete en política para ayudar al prójimo, sino para no montar en transporte público. Pues hoy la vida me pone en la incómoda situación de ser vecino de la persona en cuestión. Todo comenzó hace unas semanas cuando empecé a ver escoltas junto a camionetas blindadas en el parqueadero del edificio, por lo que tuve que preguntar de quién se trataba. La situación ya me parecía incómoda antes de conocer la identidad de la persona, y ahora que la sé, prefiero andar a pie antes que bajar al sótano. Es que hemos normalizado que los políticos anden armados hasta los dientes. Pasa con un famoso restaurante bogotano que es frecuentado por poderosos (senadores y ministros incluidos) y que como mínimo tiene todo el tiempo en la puerta a dos guardaespaldas con escopetas, y una fila de escoltas y camionetas de alta gama en horas pico. No le dicen a uno quiénes son los comensales del lugar y creería que se trata de fugitivos de la justicia. Y no creo exagerar cuando digo que si esos dirigentes estuvieran haciendo bien su trabajo, quizá no tendrían que andar escondidos detrás de tanto fierro. El asunto es que tuve la oportunidad de conocerle a mi nuevo vecino el esquema de seguridad en cuestión y, la verdad, no quedé muy impresionado, más bien incómodo. No pienso decir su nombre porque quiero ahorrarme problemas: la calle es un caos y el hogar es el único refugio que nos queda, así que no tiene sentido traer la guerra a casa. Y podrán decir que soy un tibio, pero cuando uno tiene algo que perder (en este caso la paz mental), es mejor ser moderado. Eso es lo que no entienden los pretendientes al poder, que eso de pelearse contra el mundo no es sostenible, y que a lo que ellos llaman tibieza es más bien instinto de supervivencia (y sí, tibieza también, pero nada más humano que querer proteger aquello que consideramos valioso). Tibio se ha vuelto mi vecino también (o vecina). No lo soportaba en sus días de activista porque me parecía un vendehúmos, lleno de ruido pero sin contenido, empeñado en hacer lucir como grandes logros actos que están al alcance de cualquiera, y hoy lo encuentro más insoportable porque decidió volverse políticamente correcto ahora que tiene privilegios. Eso es lo que quieren ese tipo de personas: romper el sistema a punta de pequeñas revoluciones para luego vivir de él hasta el fin de sus días. Parece que los colombianos tenemos cada vez más claro que la mejor manera de progresar es empezar protestando en las calles y ascender hasta terminar viviendo del Estado. Y es posible que mi indignación con nuestros políticos en general y con este en particular no se deba a que conspiren o hagan torcidos, sino a que la tengan más fácil que el ciudadano común; o sea, lo mío no es conciencia social, sino envidia. Es que no soporto que elegir el camino del trabajo honrado sea a veces tan difícil; eso, y que me roben el protagonismo. Ya tengo interiorizado que fracasé en mi objetivo de ser famoso, un sueño que tenía desde el colegio, y ahora tengo que conformarme con ser un monigote, un famoso de cuarta. En el pasado fui vecino de personajes como Piedad Bonnett, Carla Giraldo, Marlon Moreno y el mono de Sweet, lo que quiere decir que ya sé lo que significa ser humillado en casa, y ahora que estaba convencido de que nadie iba a arrebatarme el honor de ser el inquilino más ilustre de la propiedad, llega este (o esta) a quitarme el título.
No es conciencia social, es envidia
Adolfo Zableh Durán