Pensar, todavía
Acostumbramos a decir que las cosas no sirven para nada si no contribuyen directamente a un objetivo o no se insertan en una dinámica práctica deseada.
Pensar no sirve para nada, es la verdad. Probablemente usted, lector, ya esté molesto. Pero solamente porque lo dije en alto. Si me lo hubiese guardado, estaríamos de acuerdo. Lo que no decimos es que pensar no sirve para nada porque imposibilita la productividad, la eficiencia, el trabajo. Y este es un país de laburantes. ¿De qué le sirve pensar a un laburante? A menos, claro, de que uno entienda pensar en términos instrumentales para calcular probabilidades, medios y fines, intereses. Quizá el problema sea, entonces, ver de qué se trata pensar.
Pensar es una actividad que se sitúa por fuera del mundo del trabajo. De eso estaba convencido Josef Pieper. Cuando uno se propone verdaderamente pensar de qué va todo esto, uno ya no puede situarse dentro de la lógica del trabajo, porque se interrumpen ciertos automatismos que son necesarios para hacer las cosas. Si una persona que trabaja en un ministerio tiene unas ciertas tareas que cumplir y de pronto se pregunta para qué hacerlas, con qué propósito, en sentido último, ocuparse cada día de ellas, ya no las puede hacer. Pensar interrumpe la funcionalidad, las operaciones, las dinámicas, se aleja del mundo concreto.
En un marco así, pensar no sirve para nada. Es decir, no le es directamente funcional al "todo" que son el hacer y la productividad. Pero no servir para nada no es lo mismo que no servir a nada. Acostumbramos a decir que las cosas no sirven para nada si no contribuyen directamente a un objetivo o no se insertan en una dinámica práctica deseada. Si uno se sitúa en esa mentalidad, pensar no sirve para nada. Ese 'nada', sin embargo, ya revela los presupuestos del valor de una actividad: lo que se considera valioso es lo productivo. Esto, en el mundo de hoy, ya lo sabemos. Incluso para la política.
No quiero hacer la típica crítica de la hiper-productividad capitalista, ni seguirle la pisada a Byung-Chul Han en sostener que la lógica de la productividad implica una forma de auto-explotación, una especie de ejercicio contra-espiritual en que uno, más que hacerse libre, se somete porque representa modelos alienantes y ejerce contra sí mismo movimientos que cumplen esa alienación. No se trata de sostener tampoco que uno no tenga que trabajar para dedicarse a pensar. Quizá podamos seguirle el hilo a Pieper, que primero se lo sigue a Aristóteles, y sostener que pensar no sirve para nada en la medida que es una actividad libre. Así se habla de la filosofía: no tiene fin más que en sí misma. Pensar tiene su fin en sí mismo. Por eso no sirve para otras cosas. Está claro, entonces, que no puede servirle al que está preocupado por la productividad.
Me parece a mí que todavía no es suficiente para entender lo que está en juego. Hay que escuchar también a Hannah Arendt, para quien pensar es primero algo negativo, "la búsqueda de significado que implacablemente disuelve y examina nuevamente todas las doctrinas y reglas aceptadas". La imagen que da es muy precisa: el viento del pensar. Porque se trata de un viento que disuelve y examina, tira abajo y reconsidera lo que está aceptado, lo que se tiene por evidente, las ideas dominantes, las lógicas que imperan. El pensar es purgativo, como esas plantas amazónicas que se usan para desintoxicar el organismo. Para no repetir clichés ni fórmulas pre-establecidas, para distanciarse un poco de lo que uno cree que piensa y en realidad lo piensa a uno.
Si Pieper y Arendt tienen algo de razón, ¿es cierto que pensar no sirve para nada? ¿Cómo podría servir para algo aquello que nos sitúa fuera de la dinámica de la productividad y además disuelve y examina las convicciones que tenemos? No podríamos hacer las cosas que hacemos si cuestionamos su sentido aparentemente evidente, ni entregarnos a funciones impuestas por una relación puramente práctica con el mundo si disolvemos la pretensión de que es la única manera de vivir en él. En ese sentido, pensar está fuera de la lógica de "servir para algo". Y así es que reaparece la diferencia que hice antes: pensar no servirá para nada, pero sin duda sirve a algo. Le sirve a la libertad. Teniendo su fin en sí mismo e informando indirectamente lo que somos, sin servir para todo lo evidente, sirve a los hombres porque les permite situarse sobre sí mismos, pensar lo que piensan, creer lo que creen, desear lo que desean, sin ser pensados, creídos y deseados por estructuras, condiciones previas y fuerzas que lo configuran secretamente.
Por eso no deja de tener sentido hacer lo que decía Pascal para evitar los males de la humanidad: sentarse solo y en silencio a pensar. Lo que añadiría Arendt, en todo caso, es que uno no está solo cuando está consigo mismo de verdad. Otra cosa es que los males de la humanidad desaparezcan. Probablemente, no. Pero a muchos políticos les haría bien probarlo. Y a nosotros que lo probaran, justamente porque no sirve para nada.