La Nación, Costa Rica
28 de diciembre de 2025
Alguna vez se han preguntado, ¿somos dueños de nuestra propia muerte y, por ende, de nuestros últimos deseos, o debemos priorizar el bienestar de quienes quedan atrás?
La muerte, como inevitable parte del ciclo de la vida, plantea interrogantes no solo filosóficos sino también éticos, incluso en el ámbito financiero. Alguna vez se han preguntado, ¿somos dueños de nuestra propia muerte y, por ende, de nuestros últimos deseos, o debemos priorizar el bienestar de quienes quedan atrás?
Este dilema se multiplica en complejidad al considerar la planificación patrimonial. Los individuos suelen redactar testamentos y establecer fideicomisos para garantizar que sus deseos sean cumplidos tras su partida. Sin embargo, este proceso no es solo legal sino profundamente emocional y, en ocasiones, con un elemento ético.
Por un lado, el respeto por la autonomía individual sugiere que una persona tiene el derecho inherente a decidir sobre su propia muerte, incluyendo cómo disponer de sus bienes. Este enfoque valora la autodeterminación y las libertades individuales. No obstante, centrarse exclusivamente en los deseos personales puede generar tensiones o desamparar a los seres queridos, dejando retos financieros o emocionales que podrían haberse evitado con una perspectiva más incluyente.
Por otro lado, la consideración de los sobrevivientes introduce la noción de responsabilidad hacia quienes quedan. En este contexto, se aboga por planificaciones que tengan en cuenta las necesidades emocionales y económicas de la familia y los amigos, balanceando los deseos personales con el impacto sobre los demás. Este enfoque, aunque sensible, puede enfrentar casos donde los deseos del difunto se ven comprometidos, generando discusiones sobre hasta qué punto es justo interferir con las últimas voluntades.
La solución parece estar en el equilibrio. Organizar diálogos abiertos con parientes y asesores legales y financieros puede ayudar a construir un puente entre la autodeterminación y la responsabilidad compartida, considerando no solo lo que se deja atrás, sino también cómo se deja. Son conversaciones difíciles que a menudo se evitan. Sin embargo, con ellas se puede mitigar el impacto potencialmente negativo en los allegados y asegurar que las herencias reflejen tanto los deseos personales como el bienestar de quienes quedan.
En definitiva, si contamos con el lujo del tiempo, plantearnos si somos dueños de nuestra muerte o si debemos considerar a quienes permanecen es un dilema que se puede resolver de manera armoniosa. El contar con apoyo y hacerlo en un proceso sincero, racional y también emocional puede lograr no solo que se honren nuestras voluntades, sino que se potencie nuestro legado.
---
Dyalá Jiménez es abogada y se especializa en resolución de disputas internacionales. Es miembro de las más prestigiosas instituciones de arbitraje del mundo, como el Ciadi del Banco Mundial, el Consejo Internacional de Arbitraje Comercial y el Consejo Internacional de Arbitraje para el Deporte. Es exministra de Comercio Exterior y conforma la Junta Directiva de Cinde.