Adiós, 2025
El año se despide en silencio, como aquello que no siempre fue comprendido mientras sucedía
El año se despide en silencio, como aquello que no siempre fue comprendido mientras sucedía. El mundo continúa girando entre el cansancio y el vértigo: avances que prometen futuro y heridas que aún no encuentran palabras. Vivimos cada vez más necesitados de sentido, aunque no lo reconozcamos; más informados, pero con una creciente pérdida del discernimiento.
Asistimos, además, a una negación tan inquietante como absurda de la cultura que nos formó. Se quiebra el diálogo con la memoria y se sospecha de toda herencia, como si empezar de cero garantizara pureza o superioridad moral. En ese vacío prosperan discursos cerrados, que ofrecen respuestas simples o repetidas a problemas complejos y exigen adhesiones absolutas allí donde harían falta paciencia, escucha y matices.
A los jóvenes no se les puede pedir que carguen con respuestas que otros no supimos construir, pero sí que no renuncien a las preguntas. Aunque no encuentren soluciones finales, pueden atreverse a cuidar lo frágil y a soñar que la justicia y la ternura aún tienen lugar en la historia. Hay belleza en eso.
Los mayores debemos dialogar desde la memoria y la responsabilidad: no para imponer caminos, sino para ofrecer raíces; no para apagar fuegos, sino para ayudar a discernir cuáles valen la pena. Así, quienes ya están terminando podrán seguir caminando sin el peso del desprecio ni del olvido, reconciliados con la vida y con la muerte como parte de un sentido más amplio y luminoso. Tal vez entonces podamos sostener juntos, con una confianza discreta, aquello que todavía merece ser cuidado.