Todo tiene un final
Por fortuna estamos eximidos de la maldición de la eternidad y eso nos permite alternar principios y finales
Por fortuna estamos eximidos de la maldición de la eternidad y eso nos permite alternar principios y finales. Desde luego, esta sensación de alivio que se experimenta al terminar muchas cosas no es igual para todas las personas en los mismos momentos. La celebración del año nuevo y la despedida del viejo, por ejemplo, vienen con risas, ilusiones y esperanzas para unos, mientras para otros hay lágrimas por el final de proyectos inconclusos, rupturas afectivas y muertes de seres queridos que cerraron definitivamente su ciclo vital. Pero dividir el tiempo en años, meses y días permite tomarse la vida en pequeños sorbos saboreando los días buenos y teniendo el consuelo de que los malos pasarán. Quienes hoy lean esta columna seguramente estarán cerrando el año 2025 completando tareas laborales o preparándose para mañana celebrar con familiares y amigos la llegada de un 2026 que todos deseamos mejor, aun a sabiendas de que empezará con grandes acontecimientos colectivos, tratándose de un año de renovación en el que elegiremos un nuevo gobierno. Lo bueno de la democracia es que también nos salva de los caudillos eternos y permite cerrar ciclos, independientemente de que eso entristezca a unos y dé grandes dosis de felicidad a otros. Sin duda, ya debe haber muchos sufriendo con la certeza de que el final de sus privilegios se aproxima y que si el nuevo gobierno es adverso al que termina entrarán en un período de hibernación durante el cual no irán en los carros oficiales, ni repartirán contratos a manos llenas, ni serán perseguidos para dar declaraciones y sentirse personajes de primer nivel. Desde luego, hay muchísima gente buena y sensata en el Gobierno que espera con ansiedad ser liberada este año de la carga de responsabilidades y de angustia que conlleva tratar de defender o, al menos, guardar prudente silencio ante la proliferación de insensateces que día a día se excretan desde el Palacio de Nariño. De otro lado, decenas de ciudadanos que se consideran capaces de presidir el destino de todos nosotros brindarán mañana seguros de conseguir el favor popular para ofrecernos fraternidad, seguridad, progreso, buena onda, salud y energía. A ellos se suman otros cuatro o cinco mil a quienes brillan los ojos de pensar en los millones que circulan por el Honorable Congreso de la República si logran conseguir una curul desde la cual fabricar buenas leyes, montar espectáculos grotescos, arañar algo de la gran piñata nacional o simplemente dejar pasar el tiempo esperando que lleguen las vacaciones. Los ciudadanos del común pensamos con ilusión, a pesar del escepticismo que nos caracteriza, que ojalá nuestros familiares, amigos y las mayorías del país actúen con la misma sensatez nuestra, pues siempre estamos seguros de que esa cualidad de saber lo que se necesita -sea un gran viraje político, una continuidad que asegure hacer lo que definitivamente no se hizo, o algo que esté por la mitad- es un patrimonio personal y que todos los que piensen distinto están equivocados o no son capaces de ver los hechos tal como son. Lo cierto es que mañana se termina este año y para efectos prácticos comienza también la despedida de este período presidencial en medio de grandes incertidumbres sobre el futuro inmediato, aunque la salud mental colectiva exige que tengamos esperanza en un mejor cuatrienio. Tal vez soñar con una paz total sea el máximo aspiracional, pero si pudiéramos al menos tener una paz relativa, en la cual se pueda compartir con los vecinos, andar tranquilos por los campos y ciudades, trabajar sin sobresaltos y no despertar cada día con un nuevo insulto lanzado desde un teléfono torpe que nunca se fatiga de vociferar suplantando a quien debiera dirigir con moderación y cordura el país, ya habríamos logrado mucho. En resumen, mi deseo para 2026, a la manera antigua, es que podamos vivir como gente bien educada. fcajiao11@gmail.com
Esperanza en un mejor cuatrienio
Francisco Cajiao