Juan Villoro: "Que el español se llame idioma hispanoamericano"
El escritor publica "El vértigo horizontal", un recorrido por la inabarcable Ciudad de México en el que confluyen literatura de viajes, crónica periodística y autobiografía.
De principio a fin o siguiendo distintas rutas. Así puede leerse el último libro de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), "El vértigo horizontal" (coeditado por Almadía y Anagrama), un singular retrato de su megalópolis natal a partir de sus lugares, sus personajes, recuerdos personales o acontecimientos; entre ellos, los terremotos de 1985 y de 2017. El título del libro, tomado de una expresión de Pierre Drieu La Rochelle para describir la pampa argentina, alude a la apabullante extensión y el caótico crecimiento de esta urbe de 9 millones de habitantes (sin contar la zona metropolitana, que supera los 20). Conocida anteriormente como Distrito Federal, en 2016 cambió su estatus legal y su nombre por el de Ciudad de México y el escritor participó en el equipo ciudadano que redactó el borrador de su constitución.
-¿Se puede considerar este libro como una peculiar guía de viaje de la Ciudad de México?
"Una de las cosas más gratas de los viajes es con quién los haces, con quién estás conversando, cómo vas viendo los lugares a partir de lo que otra persona te señala o sugiere. Se podría decir que este es un libro para acompañar en el viaje. No es una guía exhaustiva de la ciudad, porque además plantea muchas cosas problemáticas que yo no quisiera que la gente viviera, no es en ese sentido un catálogo de atracciones, sino que de las luces y sombras de la ciudad. Cuando leí 'Estambul', de Orhan Pamuk, me enteré de cosas de su familia, de los autores que le interesaban, de historias secretas de la ciudad. Ese es el tipo de libro que a mí me gusta, un viaje literario o sentimental".
-Algunos de los textos que incluye tienen más de 20 años. ¿Cómo compuso el conjunto?
"Empecé a escribir de la ciudad hace 25 años. En 1994 ocurrió el levantamiento zapatista y entonces se produjo un viraje cultural muy importante en México, porque pusieron el tema indígena en la agenda de la modernidad. Hasta entonces nos referíamos a los indígenas en pasado. Ese mismo año recibí una invitación a escribir algo de la Ciudad de México y busqué un tema que tratara de combinar nuestra aparente modernidad con las muchas influencias del mundo prehispánico, y lo encontré en el metro, porque todas las cosmogonías prehispánicas ocurren bajo tierra y el sistema de señales del metro tiene un código pictográfico, como los códices indígenas, entre otras cosas porque todavía hay mucho analfabetismo. Ese fue el primer texto que escribí. A partir de entonces escribí crónicas tratando de establecer conectivas no muy usuales en el entendimiento del espacio urbano, y hace unos ocho años me di cuenta de que ya tenía suficiente material como para armar un libro, con el problema de que ese material se parecía demasiado a su tema, había crecido desordenadamente como la Ciudad de México. Entonces se me ocurrió nuevamente recurrir al metro y trazar seis líneas principales de lectura que se intersectaran y que permitieran leer el libro de distintos modos, de principio a fin o siguiendo algunas de estas líneas de lectura".
-¿Esa expansión ha tenido alguna planificación urbanística?
"No. Falta un plan maestro. El principal estímulo para construir en la ciudad ha sido la especulación pura y dura. Hay un verso de Ezra Pound que dice 'con usura, no hay casa de buena piedra'. Y esto se demuestra cada vez que hay un terremoto en la Ciudad de México: muchos edificios se vienen abajo. La ciudad ha crecido sin orden ni concierto, pero es también un espacio sumamente creativo y estimulante. Los que vivimos allí, los chilangos, todos los días juramos abandonar la ciudad y todos los días nos reconciliamos con ella. Este libro trata de ver esas luces y sombras de mi ciudad".
-Usted estuvo presente en los dos terremotos, el de 1985 y el de 2017. ¿Cómo los vivió?
"Sí, viví los dos y también el de Chile de 2010, que fue el quinto más fuerte de la Tierra. Aquel fue más fuerte desde el punto de vista sísmico, pero mucho menos dañino porque la arquitectura chilena es una forma del milagro, y es un país mucho más organizado y preparado para estas contingencias que nosotros. Siendo mucho menos fuertes, los terremotos de México de 1985 y 2017 causaron graves daños en la ciudad. Fue una tragedia, pero al mismo tiempo reveló la intensa solidaridad de la gente. El último texto de mi libro se llama 'El puño en alto', es una especie de letanía dedicada a los brigadistas, que levantaban el puño para que todo el mundo guardara silencio y se pudiera escuchar si alguien seguía con vida".
-¿Cómo son los contrastes sociales en la ciudad?
"Yo hice el servicio militar en la punta norte de la ciudad. Iba vestido como conscripto y la gente de esa colonia, muy popular, cercana a un barrio ferrocarrilero, me aceptaron entre ellos porque pensaron que yo era un joven pobre, no alguien perteneciente a la clase media favorecida que pronto sería un universitario. Tuve un noviazgo con una chica de allí a la que solo pude conocer porque el uniforme me permitió desclasarme y entrar en esa otra ciudad, en una casta distinta. México es un país muy estratificado. Otro ejemplo de esto son las crónicas que incluyo en el libro sobre los niños de la calle que viven en las alcantarillas. El clima de la ciudad de México es bastante benévolo y hay niños que llegan caminando desde Centroamérica para vivir en la calle".
-¿Qué le parece la petición de López Obrador de que España pida disculpas por la conquista de México?
"Él ha hecho un uso social del perdón muy importante en lo que toca al ámbito de su competencia. Ha pedido perdón a víctimas de la violencia, a personas que han sufrido abusos. Me parece significativo, porque al pedir perdón por hechos que ocurrieron en otras administraciones él se está comprometiendo a que esto no vuelva a suceder. Más complicado me parece pedir perdón por lo que ocurrió hace 500 años. Sería como decir que la situación de los pueblos originarios depende exclusivamente de España y durante 200 años de independencia de México han seguido sojuzgados. Se debe reconocer que la conquista fue una empresa del expolio y de la sangre, desde luego, pero el despojo que los indígenas sufren hoy es responsabilidad del México moderno. Es pura demagogia".
-¿Cree que sigue existiendo un colonialismo cultural y lingüístico por parte de España en América?
"Es evidente que la industria editorial más poderosa sigue teniendo sede en España y los principales medios de información también. Aparte de esto hay usos que son inconscientes. Yo tengo muchos amigos traductores aquí en España y yo mismo ejerzo la traducción. Para un mexicano sería impensable traducir una novela inglesa ubicada en la guerra civil española donde los milicianos hablaran con modismos mexicanos. Sería un despropósito. En cambio un traductor español traduce una novela ubicada en México donde hablan sicarios y le parece normal que hablen con modismos españoles. Eso es así porque hay un sentido de propiedad y autoridad del idioma muy naturalmente aceptado. El hecho de decir que hablamos español es un acto colonial. Debemos tener conciencia de que es una lengua hispanoamericana".
-¿Usted le cambiaría el nombre al idioma?
"Sí, propondría que se llamara idioma hispanoamericano, porque la lengua ya no es española aunque en su origen sí lo fuera. Sería un reconocimiento importante".