Crónica de vida y muerte del Puente de Cal y Canto
Publicado por Justo Abel Rosales un mes después de su destrucción, en 1888, la reedición del libro vuelve a recorrer sus cien años como vía de conexión de Santiago y La Chimba, y como la mayor pieza ingenieril de la Colonia.
La expresión "cal y canto" se entendía entonces como "fuerte, macizo y muy durable", de modo que para cuando hubo que buscarle un nombre a esta colosal obra de ingeniería realizada en Chile durante la Colonia se le llamó, sin más, Puente de Cal y Canto.
"La misma expresión se aplica para designar a una persona de carácter enérgico y de voluntad incontrarrestable y tenaz, y como todo esto tuvo Zañartu, resulta que este y su puente fueron de cal y canto", escribe el quillotano Justo Abel Rosales, cronista, periodista, archivero y escritor del siglo XIX, en su libro "El Puente de Cal y Canto. Historia y tradiciones" ($10.000).
El volumen fue publicado a solo un mes de la destrucción del Puente de Cal y Canto el 10 de agosto de 1888. Y vino a ser, como Rosales pretendía, un documento para la historia acerca de la obra que el corregidor de Santiago, Luis Manuel Zañartu, llevó adelante con la mano más dura que se hubiera tenido registro, explotando al extremo a los esclavos, negros, mulatos, bergantes e incluso a quienes fueran sorprendidos en estado de intemperancia.
"Justo Abel Rosales fue un testigo presencial de la destrucción del puente. Como mucha gente que se reunió en las riberas del Mapocho, estuvo ahí el día en que se vino abajo. Incluso escribió una crónica en el diario El Ferrocarril Urbano, justo después de la caída. El suyo es un retrato de época, que tiene historia y anécdota. No es una investigación, sino una crónica", dice Andrés Aguirre, de Noche Unánime Editores, que acaba de lanzar una reedición del libro. La primera y última reedición había sido publicada en 1947.
Las obras de construcción se iniciaron en 1767 y finalizaron quince años y abundantes castigos después. El libro de Rosales relata el siglo de vida que tuvo como pieza principal en la conectividad de Santiago con el sector norte denominado La Chimba, principalmente a través de la Cañadilla, hoy avenida Independencia. Abre con capítulos dedicados al corregidor Zañartu y sus hoy inaceptables métodos de presión a los trabajadores, y cierra con los procedimientos que el ingeniero Valentín Martínez utilizó para deshacerse del puente, con miras a su propio proyecto de canalización del río Mapocho. Entremedio se enlistan numerosos y formidables relatos contados al ritmo de Rosales (ver recuadro).
El puente tenía poco más de 200 metros de largo y once arcos de piedra traída desde las canteras del cerro Blanco. Ofrecía una enorme resistencia a la fuerza del agua durante las "avenidas" producto de los temporales, que duraban varios días. "Era parte de la vida de los santiaguinos y de alguna manera un orgullo: un elemento monumental en una ciudad rural que los hacía creer que estaban a un gran nivel", dice Aguirre. Y concluye: "Se había promulgado una ley que dejaba abierta la posibilidad de intevenir el puente para la canalización del río. Se usó material de uno de sus pilares para ello, lo que socavó sus cimientos. Y una crecida del Mapocho hizo caer parte del puente. El debate sobre su destrucción quedó abierto: ¿fue premeditada o fue ineptitud?".
Mil y una historiasFantasmas. Eran tiempos sin luz eléctrica, de manera que entre las sombras y sus formas habitaban demonios, brujos y ánimas. Según la creencia, las almas de los negros y mulatos muertos en la construcción del puente salían en la oscuridad. "Después de las diez de la noche no había persona que se atreviera a pasar para uno u otro lado", escribe Rosales.
Temblores. Por el Puente de Cal y Canto salió huyendo una multitud en dirección a las chacras de La Chimba luego del sismo del 19 de noviembre de 1822: "Resistió las fuertes sacudidas del terremoto y el torbellino de gente que se precipitaba (...) tan firme como si solo hubiera recibido un papirote".
Huevos. La historia oral señala que la argamasa que debía unir piedras y ladrillos del puente fue elaborada con 500 mil huevos. Rosales indica no haber encontrado el documento que lo acredite, y señala: "La tradición no menciona si los huevos fueron de gallina o de pavo, que en esos tiempos abundaban".