Abuelos y abuelas

En la adicción por transformar todo en cifras estadísticas no se registra el aporte que a la economía nacional hacen anónimamente, desde los sitios en que los han situado sociedad y parentela, la mayoría de los abuelos y abuelas que aún soportan la inquietante aventura de la vida humana. La mayoría encara lo que significa ese desafío sustentados con pensiones cuyos montos más parecen una broma de mal gusto que un beneficio solidario de la seguridad social. Esos ingresos los incrementan liquidando, cuando los tienen, el saldo de ahorros con sacrificio acumulados tras años de trabajo que no han concluido, pues la realidad les impone integrarse a la atención del núcleo familiar que, ilusionados, formaron hace años.
En tales condiciones, superando las inevitables limitaciones que imponen los años -que no pasan, se quedan-, muchos asumen labores que por diferentes causas no pueden cumplir sus hijos. Así cuidan, acompañan, educan, entretienen, alimentan y protegen, es decir, regalan amor a sus nietos, sanos o enfermos, servicios que usualmente se prestan sin más retribución que un beso recíproco al término de la jornada compañera.
En los debates que se realizan acerca de remuneraciones, pensiones o jornadas laborales, nadie se ha acordado de estos personajes presentes en toda familia, cualquiera sea su nivel económico y social. Integran un voluntariado generoso no reconocido ni menos agradecido.