Sábado, 27 de Abril de 2024

No hay mucho para repartir

ArgentinaLa Nación, Argentina 12 de octubre de 2019

Difícil que se entiendan alguna vez

Difícil que se entiendan alguna vez. Ocurrió el martes, en la Universidad Católica Argentina, durante un seminario sobre inclusión social. Miguel Blanco, director general de Swiss Medical, acababa de exponer los requisitos que cree necesarios para que el país despegue, ese conocido credo empresarial que va desde la propiedad privada y la seguridad jurídica hasta "el equilibrio fiscal por el lado de la baja del gasto, no la carga tributaria", y, en el mismo panel, al otro extremo de la mesa en todo sentido, compendió sus razones Esteban Castro, líder de la CTEP: "Las empresas que exportan tienen que entender que los que estamos últimos en la fila podamos pagar los alimentos. Una persona que vive en un country tiene miedo de entrar al barrio donde yo vivo, pero yo no puedo entrar en un country: eso es desintegración social".
Es el contexto de la discusión que hereda el próximo presidente, sea quien fuere. Y que ya genera una especial atención en el Frente de Todos, que propone llamar, si gana, a un gran acuerdo entre los sectores. Las organizaciones sociales, convertidas ya en protagonistas de la vida pública tanto o más gravitantes que los sindicatos, pretenden sumarse. "Sin que nadie nos pueda llevar a patadas: un acuerdo es un acuerdo", advirtió Castro en la UCA. "Nos pusieron el doloroso mote de choriplaneros. No es que no trabajo, no es que nos encanta cortar la ruta: es que no nos queda otra", agregó.
La Argentina llega a esta encrucijada con la sensación de estar atravesando un ajuste que no solo no concluyó, sino que, para algunos analistas, en términos reales recién empezó. En rigor, dicen, lo que hizo Macri fue reemplazar gasto por deuda. Los números les dan parcialmente la razón. El déficit fiscal primario, que en 2015 estaba en el 3,8% del PBI, quedará reducido al cabo de este año a cerca del 1%, pero el déficit financiero, que ya ascendía con el kirchnerismo al 5,1%, es probable que orille el 6% en 2019. Es lo que pudo o quiso hacer Macri. Lo posible en la Argentina sin el peronismo, creen en su entorno. Que obligó al Gobierno a transitar una cornisa que terminó de implosionar después de las primarias, cuando el mercado percibió que, si volvía Cristina Kirchner, corría riesgo el pago de la deuda. El acreedor privado suele ser más despiadado o incrédulo que el Fondo Monetario Internacional: mientras este observa el resultado fiscal primario de los países -es decir, el margen operativo que tienen para cumplir con sus gastos corrientes-, aquel le presta una atención más inmediata al total de la cuenta, incluidos los compromisos de deuda, principalmente cuando empieza intuir que podría no cobrar. El bolsillo personal es más sensible que el bilateral. Y la trampa no está superada, porque el próximo gobierno tendrá que renegociar con ambos.
Es fácil decirlo ahora: se trataba de un equilibrio demasiado frágil para un año electoral. Lo ideal, acaso en un país distinto, habría sido no alterar el 0% de déficit primario con que el Presidente se había comprometido a terminar 2019. Pero llegó el resultado de las primarias, la primera corrida cambiaria y, como Castro y Blanco, los candidatos tampoco se pusieron de acuerdo. Macri dijo que había entendido el mensaje de las urnas y, como respuesta a esa demanda social, aumentó el gasto público: aquel horizonte inicial del 0% de déficit primario quedará entonces este año en alrededor del 1%. Y Alberto Fernández criticó en un comunicado el programa con el Fondo y provocó así una segunda corrida, que obligó al Gobierno a instalar el cepo. Resultado: la Argentina está más pobre, fiscalmente más vulnerable que antes del 11 de agosto y con una inflación creciente que impide emitir. "Algunos creen que estamos en el 2002: yo creo que estamos en una situación similar a la del 89", dice el economista Jorge Colina, de la consultora Idesa.
No hay analista que crea que desenredar el nudo vaya a resultar sencillo. Primero porque la reprogramación de la deuda, de la que Macri todavía no habla y que Fernández propone como una "salida a la uruguaya", requerirá seguramente un esfuerzo mayor: Uruguay tuvo que ofrecerles a sus acreedores un programa de diez años seguidos de superávit fiscal (2003-2013) y empezó a pagar vencimientos recién al quinto año del acuerdo (2008). Fue ortodoxia, la palabra prohibida aquí. Pero los sectores que en estos días apuntalan el acuerdo social suponen lo contrario: su atención está puesta más en la distribución que en la generación de riqueza. Y ni hablar en el mundo de la política partidaria. "Le abrimos la mano a Macri", tituló en su portada Hoy, semanario del Partido Comunista Revolucionario, aliado del Frente de Todos, no bien se aprobó la ley de emergencia alimentaria.
Es entendible que el sector productivo esté preocupado. No tanto el representado por la Unión Industrial Argentina, convencido últimamente de que Alberto Fernández será el ganador y lanzará un programa de incentivos a la producción y reducciones en las tasas de interés, como aquellos segmentos en los que el Estado suele apoyarse para generar dólares: el agro y los hidrocarburos.
Los petroleros han visto el filo del abismo desde las primarias. Esperan, por lo pronto, que la próxima administración salga del congelamiento de combustibles, una medida que ya hizo caer las proyecciones de inversión para el año próximo y que amenaza el 2021. La de las tarifas de los servicios públicos será otra discusión larga. Los empresarios han creado una nueva cámara con la que pretenden explicarle a la sociedad que la extracción y la venta de combustibles son inviables sin precios libres y sin enviar dólares a las respectivas casas matrices. Los mismos dilemas que en tiempos de Cristina Kirchner. "Vamos a tener un tiempo largo de cepo", proyectó esta semana el máximo ejecutivo de una petrolera. Guillermo Nielsen, uno de los referentes económicos de Alberto Fernández, les transmitió a estos empresarios la idea de que el Frente de Todos pondrá una especial dedicación en Vaca Muerta. Cuando visitó la UIA, el candidato habló de un equilibrio: ni precios dolarizados ni pesificados. Gradualismo II, el regreso.
Esa es, curiosamente, una coincidencia de ambas campañas. Como si, pasado el mal momento, hubiera llegado el tiempo de repartir. ¿Cómo mantener, después del 27, la promesa frente a una sociedad que, según el veredicto de las primarias, ha dado por terminado el ajuste? Es el lado psicológico de la herencia de Macri: la sensación de que su programa fue un despiadado ejercicio de disciplina fiscal que será necesario revertir. La peor incertidumbre no es sobre el futuro, sino ignorar lo que realmente pasó.

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