Viernes, 26 de Abril de 2024

Los viejos espías no se jubilan

PerúEl Comercio, Perú 6 de diciembre de 2019

A la espera del estreno del filme 25 de la saga de James Bond, planteamos siete hipótesis sobre por qué el agente 007 siempre será el Working Class Hero por excelencia.

Por enrique planas



Desde las 00:00 horas del miércoles, puntual hora británica, se lanzó el primer tráiler de ?No Time to Die?, entrega 25 de la saga de James Bond, la anunciada interpretación final de Daniel Craig como el agente 007. El filme se estrenará en abril del 2020, pero ya la expectativa es grande: la cinta dirigida por Cary Fukunaga cuenta con Rami Malek como el desfigurado villano Safin, Lashana Lynch es la primera 007 femenina, la cubana Ana de Armas es la nueva chica Bond y Léa Seydoux repite su rol tras ?Spectre?.





Hasta su muerte en 1964, el británico Ian Fleming entregó, desde ?Casino Royale? hasta ?Octopussy?, doce novelas y dos libros de relatos. En todas aquellas historias, el mundo funciona como si la II Guerra Mundial no hubiera alterado el ajedrez global, siendo Inglaterra pieza decisiva y Estados Unidos la potencia subordinada. Pero más allá de esta nostalgia por un imperio perdido, ¿qué hace irresistible a los filmes de Bond? ¿Por qué vamos a verlos a lo largo de los últimos 57 años como si fuera una ceremonia ritual? Indaguemos en el secreto de su fórmula.





?001: Bond es el héroe de la clase trabajadora?





Es curioso que siendo un hombre asociado siempre a la aventura, los días de James Bond comiencen de manera tan burocrática: por la mañana, acude a su oficina, lanza su sombrero trilby sin fallarle nunca al perchero y coquetea con la secretaria. ?¿Dónde estabas, James? Te han estado buscando por todo Londres?, decía siempre Miss Moneypenny cuando asomaba el agente secreto. Recatada y cómplice, ella cumplía un rol determinante: justificar el deseo más profundo de la clase trabajadora: llegar tarde a una oficina y salir impune al ser considerado un empleado indispensable, más allá de lo mal que pueda tratarnos el jefe.





?002: Cuestión de estilo?





Para James Bond, son los detalles lo que diferencian al héroe del resto de los hombres: un agente secreto no se fragua en la espectacularidad de sus batallas, sino en sus acciones más leves, en los gestos mínimos que desafían las situaciones de peligro. Esquivar las balas es algo ordinario para un espía entrenado: Bond es capaz de recordar abrir la puerta del auto a una dama mientras sus perseguidores disparan a sus espaldas. 007 añade a toda gran acción otra más sutil que revela su estilo.





?003: El auto soñado?





Clásico como el Rolex Submariner que lleva en su muñeca, como el Martini seco, mezclado, no agitado, como su Walther PPK, el deportivo inglés Aston Martin DB5 se ha convertido en un símbolo de masculinidad e ícono de elegancia. A falta de un original, todo buen fanático de Bond tiene en casa la réplica de aquel modelo de 1964. Mientras Sean Connery o Daniel Craig conducen el auto original, el resto debemos conformarnos con una versión reducida, lo que décadas después ha generado un natural complejo de inferioridad: todo hombre adulto que alcance a subir al auto de sus sueños se sentirá algo empequeñecido sobre el asiento. Trabajo pendiente para Freud.





?004: No hay sangre?





Tengámoslo claro: James Bond no es un superhéroe. Cuando se convierte en uno, su fórmula pierde efecto y se vuelve una parodia de sí mismo. Bond es, ante todo, un detective. A pesar de su licencia para matar, en sus películas no suele abundar la sangre. Hay más bien poca: un hilo, un discreto punto carmesí en la camisa o el vestido de la víctima. Es una estilización de la violencia propia de la estética de posguerra, efecto inmediato de quien ha vivido una conflagración mundial. Por eso, lo que sí abunda en sus filmes son las cicatrices, el recuerdo de la violencia sobre la piel.





?005: Las tres mujeres?





Si las historias de Bond funcionan como un reloj, es porque las mujeres son el péndulo de su mecanismo. La fórmula diseñada por Fleming y los productores Harry Saltzman y Albert R. Broccoli procuró siempre tres roles claves para ellas: la primera estará de su lado, pero será sacrificada como lo fue Shirley Eaton, bañada en oro en ?Goldfinger?. La segunda, su enemiga, deberá ser eliminada, transformada o sometida por el agente secreto, como lo fue Fiona Volpe, muerta de un disparo en la espalda mientras bailaba un estrecho calipso con Bond en ?Thunderball?. Finalmente, la tercera debe ser la aliada entusiasta, que triunfa al final al lado del héroe. Es el caso de Honey Ryder, mítica Úrsula Andress en ?Doctor No?. Sin ellas, no habría historia: Bond es incapaz de mover por sí solo los engranajes de su aventura.





?006: Debilidad vocal?





Bond es ícono de masculinidad a nivel incluso fonético: su nombre incluye todas las vocales fuertes (a,e,o), mientras que sus compañeras de aventura se disuelven en vocales débiles (i,u), sonoras manifestaciones de su supuesta vulnerabilidad: nombres tan inanes como Honey, Dinx, Jill, Tilly o la secretaria Miss Moneypenny. Tomen nota, lectoras: desde el nombre, las mujeres Bond siempre deben pelear por demostrar que no son débiles.





?007: Culposo placer?





Preguntarnos por qué vamos a ver una película de Bond tiene, finalmente, una última y culposa razón, la misma que explica el eterno éxito de la industria del porno: vamos a ver lo que esperamos encontrar, lo que sabemos que nos excita. Por más que se remocen sus historias, se actualice su tecnología o aumente la cuota de género en su elenco, en lo profundo, la conservadora fórmula Bond no cambia. Porque no es su historia lo que nos importa, sino la autosatisfacción que encontraremos al final.

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