Perjurio

Recién terminado el acto de asunción presidencial, algunos partidarios del ala más progre del kirchnerismo dejaron ver detrás de la euforia un modesto malestar porque Alberto Fernández juró "por Dios, la Patria y sobre estos Santos Evangelios". Les parecía una parcialidad inaceptable, una variedad de la "exclusión" (una de esas palabras que siempre queda bien usar). Habrían preferido seguramente una jura por "Néstor y Cristina", como fue de uso, por cualquier otro nombre propio, o por el perro Dylan. Son preferencias, claro está. Pero preferencias que desnudan finalmente una miopía axiológica.
Habrá que recordárselo a los flamantes catadores de juramentos. Los hombres, además de pasajeros, somos mudables, y por eso juramos por aquello que nos excede y que no cambia, el absoluto (Dios), o instancias de comparecencia: una "carta magna" o una abstracción compartida (la Patria). No es un secreto que cuando se quiere absolutizar lo relativo se tiende, en el mismo movimiento, a relativizar lo absoluto. Este evidente absurdo lógico termina a veces teniendo carta de ciudadanía en las discusiones y en los hechos. Cuando eso pasa, se empieza a navegar sin brújula, de noche y en un cielo sin estrellas.