La necesaria paciencia
No se puede vivir sin una dosis de paciencia, sin experimentar en carne propia la necesidad de esta virtud que no llama demasiado la atención, pero que, sin embargo, es uno de los sedimentos más sólidos de la capacidad moral del hombre
No se puede vivir sin una dosis de paciencia, sin experimentar en carne propia la necesidad de esta virtud que no llama demasiado la atención, pero que, sin embargo, es uno de los sedimentos más sólidos de la capacidad moral del hombre. Sin este aguante que se cultiva a diario, todo sería en realidad mucho más difícil y, en consecuencia, las adversidades del día a día se transformarían en una insoportable agonía para el sujeto.
La existencia no transcurre solo en la inmediatez y en el apuro, sino también en la espera. Los distintos acontecimientos, sobre todo aquellos más gravosos para el ánimo, convocan a gritos a un cierto estoicismo práctico, ya que sin esta cualidad que supone aprender a resistir y a no desalentarse frente a las desdichas y contratiempos que caen encima, la vida de cada cual se deslizaría sin freno por un tobogán conducente al desasosiego.
La paciencia no es impavidez ni indiferencia, pero sí un contrapunto importante al desmedido afán del ser humano de disponer del tiempo en el que suceden las cosas. Ese dominio no está en sus manos, y eso descoloca al hombre. No obstante, me parece bueno, incluso para el mismo individuo que cada uno es, el que la vida y la paciencia ante lo que nos disgusta deban entrelazarse para que el yo siga serenamente transitando por este mundo.