Fronteras inciertas
A fines de la década del 50, Jane Goodall se había sumergido en los bosques de Kenia, decidida a estudiar la vida de los grandes simios
A fines de la década del 50, Jane Goodall se había sumergido en los bosques de Kenia, decidida a estudiar la vida de los grandes simios. Y un día, lo vio. Con gesto parsimonioso, un chimpancé cortó las ramitas perpendiculares de la rama de un árbol. Luego introdujo ese palito construido por él mismo dentro de un termitero, lo sacó cubierto de insectos y se lo llevó a la boca, a modo de cuchara. La simpatía que Goodall podía sentir por los simios subió un escalón. Porque lo que acababa de ver obligaba a cambiar las categorías que por siglos habían trazado una línea inexpugnable entre naturaleza y cultura. Aquel chimpancé no solo se había provisto de una herramienta; había hecho trizas uno de los pilares de la frontera que lo separaba de lo humano. La semana pasada, en un zoológico de Boston, la gorila Kiki fue madre del cachorro que, desde esta foto, nos mira. Las viejas certezas siguen temblando.