La agenda Biden para A. Latina
El breve transcurso, algo más de 100 días, desde la inauguración del Presidente Joe Biden, podría confirmar que Estados Unidos mantendrá una bajísima prioridad, ya declinante, en sus relaciones con América Latina.
El desinterés no es novedad. Se ha mantenido durante décadas por sucesivos gobiernos, sin que implique una disminución de su excepcional influencia en el continente. Próximamente se cumplirán 70 años desde el lanzamiento de la Alianza para el Progreso por el Presidente John F. Kennedy, único programa estratégico significativo de cooperación de los Estados Unidos con Latinoamérica, terminado en 1970.
En la baja prelación que atribuye Washington a la región, se exceptúan las relaciones con México, por su vecindad, economía y extranjería, y los lazos con Colombia y Brasil, por su incidencia en la migración, narcotráfico y el cambio climático, parte de la agenda del Presidente Biden que, a diferencia de su predecesor, Donald Trump, ofrece cambios positivos mediante una diplomacia profesional, convergencias en el multilateralismo y algunas oportunidades nuevas para la cooperación.
El interés de la nueva administración por hacer frente al cambio climático se concentra en Brasil, con un probable deterioro en sus relaciones bilaterales en la medida que no se contenga la deforestación de la Amazonía y no se cumplan los compromisos anunciados en la cumbre de líderes sobre clima, celebrada a mediados del mes pasado, convocada por Biden, luego de su retorno a los acuerdos de París. Es previsible que el Departamento de Estado eleve el tono de las críticas hacia Brasilia, condicionando cautelosamente los vínculos a los acuerdos medioambientales, tal como solicitaron hace unas semanas 15 senadores demócratas, encabezados por Bernie Sanders y el presidente del Comité de Asignaciones, Patrick Leahy, en carta dirigida al secretario de Estado.
Otro punto de enlace con la región surge de la presión migratoria proveniente de México y del tránsito de inmigrantes desde El Salvador, Honduras y Guatemala. La vicepresidenta Kamala Harris está a cargo de las nuevas políticas y del programa de asistencia a los países centroamericanos con fondos destinados a erradicar la corrupción, criminalidad y pobreza, estimados causantes de la presión migratoria descontrolada al hemisferio norte.
Un aspecto adicional de relacionamiento, de necesaria colaboración continental y global, surge de la ciberseguridad, desafío en el que Estados Unidos se siente y ha demostrado ser vulnerable.
Para la continuidad operacional, la contención de fraudes y protección de datos en la región, Norteamérica cuenta con un nuevo y potencial instrumento de influencia, dispone de las más avanzadas tecnologías y confiabilidad, que no exhiben sus competidores, China y Rusia, sospechosos de ser la fuente de gran parte de estos incidentes. Sumarse a los beneficios de esas tecnologías no es fácil; supone que los gobiernos participantes cuenten con institucionalidad especializada, agencias encargadas de la seguridad de la información suficientemente dotadas, lo que no es frecuente en Sudamérica. Por de pronto, Chile carece de una legislación moderna al respecto y no dispone de una organización pública que sirva de contraparte para aprovechar la oportunidad de cooperación en este campo.
Derechos humanos, de nuevo en primer planoImportante parece la iniciativa del Presidente Biden de retomar la vigilancia del respeto de los derechos humanos como política de Estado, abandonada por su antecesor. La iniciativa enaltece la imagen, autoridad moral y reputación de Estados Unidos en el exterior, dañada por sostenidos acontecimientos de discriminación racial y excesos de las policías. A la vez, agrega un elemento de potencial tensión en sus vínculos y gestiones con China y Rusia, e incluso con democracias donde suceden episodios que transgreden libertades fundamentales, situación que se advierte estos días por los reclamos a Colombia, receptora de especial ayuda para el combate del narcotráfico, que sigue siendo de interés para Biden. Ante dichos reclamos, derivados del gran número de muertos en las protestas sociales, la cancillería colombiana ha respondido con el compromiso del Presidente Duque de investigar los acontecimientos y reiterar el respeto a los derechos humanos. Contradictorio, si bien explicable por la importancia geoestratégica y económica de Brasil, es el silencio del vocero del Departamento de Estado ante la muerte de 25 personas en un operativo antidrogas de la policía de Río en la favela de Jacarezinho, a pesar de las denuncias y protestas de organismos de DD.HH.
La lamentable importancia secundaria que Estados Unidos le asigna a Latinoamérica debe considerar el realismo de sus intereses estratégicos para su seguridad nacional y mundial, todos focalizados fuera de la región, en el Indo Pacífico y en el Medio Oriente; la especial atención que presta la administración Biden a su alianza con los países europeos y asiáticos, el escalamiento de los desafíos provenientes de China y Rusia: todos frentes en que América Latina tiene mínima capacidad o ninguna incidencia. Habría que agregar la escasa integración, asimetría de poder respecto de Brasil, la desnuclearización y la ausencia de conflictos críticos de trascendencia en Latinoamérica. No obstante, accidental, formal y atribuible hasta ahora a Donald Trump, es la ausencia, por un espacio sin precedentes, de embajador norteamericano en Chile, desde mediados de 2018.
La limitada agenda del gobierno de EE.UU. para América Latina, exceptuando su nueva aproximación para el retorno de la democracia en Venezuela, no menoscaba su decisiva influencia y densos vínculos con los países del continente, como la mayor potencia mundial, económica, militar, científica, promotora de la libertad y la democracia.