Miércoles, 16 de Julio de 2025

En las costas del pueblo chango

ChileEl Mercurio, Chile 15 de agosto de 2021

La pavimentación de 100 kilómetros de la Ruta 1 al sur de la Región de Antofagasta permite llegar, con mayor facilidad, a caletas antes casi reservadas a vehículos todoterreno, para ver así una versión de la costa nortina poco usual y, sobre todo, para conocer a los descendientes del pueblo chango y su vida profundamente ligada al mar.

F inalmente la mar se calmó. Durante los varios días de marejadas en que las olas no dejaron ni acercarse a las rocas, las comunidades de pescadores y recolectores que viven en los alrededores de Paposo se quedaron esperando a que la natural fuerza de un mar embravecido hiciera lo suyo y arrancara grandes cantidades de huiro, alga parda que es el sustento de los habitantes de la costa.
En los cerca de 100 kilómetros de la recién pavimentada extensión de la Ruta 1 entre Caleta El Cobre y Paposo, hacia el sur de la Región de Antofagasta, vemos más montones de huiro secándose en la orilla que autos circulando.
Cuando los campos de alga negra estén lo suficientemente secos, lo venderán todo, lo molerán y se irá en grandes sacos a exportación para extraer el alginato, sustancia que se utiliza como espesante.
-Es por temporada. En invierno se botan más algas, porque se mueve más la mar a causa de los vientos. Para diciembre se empieza a cambiar de rubro, se empieza a subir a los botes porque la mar es menos fría, más calma, y llegan los dorados -dice Waldo Ardiles, presidente del sindicato de pescadores, buzos y algueros de Paposo.
Recolectar, secar y vender es la versión moderna del ciclo que el pueblo chango viene haciendo desde tiempos ancestrales en la costa nortina: vivir del mar. Reconocidos legalmente como pueblo originario desde el año pasado, las comunidades changas tienen sus asentamientos entre las regiones de Antofagasta y Valparaíso, y en el caso del sector sur de la Segunda Región hay cuatro organizaciones constituidas: Finao Loreto, La Playita, Salitrito y El Gaucho.
La ruta es poco transitada: históricamente el paso de buses y camiones hacia el sur de Antofagasta fue por la Ruta 5, angustiantes cinco horas de desierto para llegar a Chañaral. Después, el 2010, se asfaltó la B-710 que permitió acercarse a la costa, ahorrarse una hora al sur y pasar por Paranal, Paposo y Taltal. En marzo de este año se sumó este tramo de pavimento junto al mar, pero de todas formas el flujo es mínimo. En toda una tarde de ruta, no vimos más de una decena de autos.
Desde Antofagasta hay que atravesar unos 50 kilómetros de Panamericana para llegar a Varillas, ingresar hasta el mirador de Caleta El Cobre -el inicio de una cuesta que ofrece una impecable vista de la cordillera de la Costa-, y de ahí debemos bajar los cerros por un camino de ripio que hay que hacer con cuidado. La señal del celular se pierde y no volverá hasta Paposo. Hay tramos tan malos que los conductores hacen sus propias huellas en el desierto para saltarse ese amasijo de polvo y piedras. Después de muchas vueltas rodeando los montes, por fin los pequeños brotes de arbustos desafiando la sequedad del desierto. Y, finalmente, el mar.
La historia changa está registrada por sus primeros habitantes en las pictografías que dejaron hace siglos en las piedras de El Médano o Loreto, ubicados junto a la Ruta 1. Ahí ellos plasmaron representaciones de peces, camélidos, balsas y escenas de caza en pintura roja. En Loreto, por ejemplo, las rocas se pueden visitar a la orilla de la carretera.
Entre esas playas y roqueríos, los descendientes del pueblo chango aprovechan el huiro que dejó la marejada. Sobre una piedra, Nolvia Salas lanza al mar una "araña", gancho de fierro que va atado a una cuerda de nylon y que agarra las gruesas algas que están bajo la espuma del mar. Las matas, pesadas y resbalosas, las va acumulando y después las deja en la orilla. Todos sus antepasados son de la zona. Decirse changa ahora es un orgullo, pero Nolvia recuerda que antiguamente los discriminaban por su origen. A tal punto, dice, que la palabra "chango" llegó a ser peyorativa.
-A Taltal iban a estudiar los niños, y les decían "los changos de Paposo". Las niñas mías a veces se agarraban con las otras... A veces llegaban llorando porque les decían changos. ¿Y qué? Si todos somos changos: la gente de la costa.
En busca de la raíz
En puertas y casas de Paposo, y en las redes sociales de la comuna, se ven carteles llamando a los habitantes a inscribirse para buscar las raíces de la etnia. Según datos de la Conadi, a la fecha poco más de 600 personas han pedido su acreditación indígena como parte del pueblo chango, pero un cuarto de las solicitudes se rechaza por falta de antecedentes.
Todos pasan por un proceso de detección del árbol genealógico. Históricamente, dicen sus habitantes, los changos se reconocen por los apellidos que se quedaron y arraigaron en la costa nortina. Los Salas, los Almendares, los Gutiérrez.
Maritza Astudillo Gutiérrez, nacida y criada junto al mar, sabe mariscar desde los 8 años y continúa la herencia familiar. Erizos, lapas, pulpos, almejas. "La lapa se da en el huiro, hay que buscarla", dice.
-Mi abuelo nos contaba muchas historias. Ellos iban arriba, a las salitreras, a hacer trueques. Llevaban sus mariscos, verduras, hacían queso porque tenían cabras. Llevaban todo para arriba y les daban cosas.
Paposo tiene una escuela pública que llega hasta octavo básico. Para seguir estudios hay que ir a los liceos que tiene Taltal, 50 kilómetros al sur. De adolescente, Maritza Astudillo paseaba por la plaza de la ciudad con el buzo del club deportivo de su pueblo, y sentía la discriminación por su origen.
-Era muy hiriente. Que los changos hediondos a huiro... que comen baúnco (pez con mala fama de pasar cerca de las descargas de aguas servidas). Yo siempre les inculqué a mis hijos que no se avergüencen de que les digan changos, porque algún día íbamos a ser reconocidos.
Pasada la caleta Blanco Encalada hacia el sur, los cerros grises empiezan a mostrar tímidos brotes de vegetación, la que crece gracias a la espesa niebla, la camanchaca, que se cuela entre las quebradas. Después, largos kilómetros de costa despoblada salvo por los cúmulos de huiros tirados en la orilla que en algún momento se secarán. Los cactáceas, aguadas y planicies pobladas por la característica copiapoa empiezan a llenar el paisaje hasta que se puede decir que pareciera que el desierto se termina ahí.
A falta de letreros camineros muy detallados, los mismos pobladores crean los carteles que ubican al viajero: en una casa, un aviso ofrece bencina a mil pesos el litro. Otro indica que hay una gruta de la Virgen de Andacollo. Uno pequeño señala que hacia la costa está El Gaucho, un pequeño caserío donde viven comunidades en casas hechas de material ligero. La mayoría está esperando el huiro.
Héctor Colque, presidente de la Agrupación de Changos Cazadores de El Gaucho, dice que la lucha por el reconocimiento de su etnia se fue afianzando con gestiones municipales y con la ayuda de los representantes del pueblo colla, de la Región de Atacama. Varias organizaciones de habitantes costeros del norte constituyeron el Consejo Nacional del Pueblo Chango, y en octubre de 2020, tras su discusión en el Congreso y la participación de descendientes de la etnia, se publicó la ley que les da reconocimiento oficial.
-Nos abrieron los ojos y nos explicaron que podríamos formar una etnia más. Yo vengo siendo la cuarta generación: nací aquí y estudié. Todos han sido nacidos acá.
Las familias fueron creciendo. Segundino Tello llegó desde Ovalle, conoció a la madre de sus hijos en esta zona y se quedó en El Gaucho. Hace siete años perdió la vista por un glaucoma, pero eso no le impide trabajar en el alga. Desde su casa tiene un sistema de cordeles que lo guían hasta la orilla del mar para sacar los huiros. "Hasta que Dios diga no más", dice y luego se ríe.
Más allá, en Playa Chica, la familia de Roxana Cerezo lleva 23 años viviendo en la costa. Eran de Paposo, "pero como el trabajo está acá, estamos acá".
Primero instalaron la carpa, después los "rucos", y ahora tienen un pequeño caserío donde implementaron un corral para la crianza de cabras, y otro donde están sus caballos: Relámpago y otro al que, por ahora, le dicen la Chueca.
-Yo me crié con mi abuelo. Fui poco a la escuela; yo criaba mis cabras. Yo nunca me voy a ir de mi tierra porque es mía. ¿Para qué voy a dejarla si es mi vida? -dice Juan Díaz.
En el mar
Al llegar a Paposo se ve de lejos la peligrosa cuesta de la B-710 donde bajan camiones y buses hacia Taltal, y que empalma con la Ruta 1. La central termoeléctrica de Enel es la primera infraestructura industrial que vemos en muchas horas, y aquí recién vuelve la señal telefónica.
Pese al importante nexo que cumple en la ruta, abasteciendo a los conductores y asistiendo los continuos accidentes en la peligrosa cuesta, la modernidad llega tarde a Paposo. Hace un par de años por fin lograron tener agua potable las 24 horas, pero la falta de alcantarillado convierte el avance en un despropósito: para limpiar las fosas sépticas, los paposinos cuentan que deben pagar hasta 90 mil pesos para que llegue un camión y se encargue.
-Pero tenemos cosas mejores que no las tiene una ciudad -dice José Gutiérrez, pescador y presidente de la única junta de vecinos-. En la orilla usted puede mariscar, sacar erizos, lapas, hasta pulpo, y si quiere pescar, tira un nylon, saca un pescado y tiene el almuerzo.
Gutiérrez se metió de lleno en la industria del huiro. En un acampado junto al camino a Taltal, adaptó el motor de un camión para echar a andar su propia moledora. La ruidosa máquina convierte las algas en chips que van a parar a sacos que él mismo va amarrando y dejando a un costado. Un camión los vendrá a buscar más tarde. Y se paga bien: hasta 430 mil pesos la tonelada.
El orgullo chango está presente en toda la ruta. La bandera del pueblo (representada con el arte rupestre que recuerda a El Médano) está instalada afuera de las casas y en los livings .
Los antepasados de Gutiérrez también subían hasta una oficina, Alemania, para ofrecer los productos que les daba el mar. Hoy, aunque no hay salitreras ni balsas de cuero de lobo, las aguas nortinas siguen entregando el recurso para las nuevas generaciones de un pueblo que ahora está reconocido y tiene su propio representante en la Convención Constituyente.
El pescador Waldo Ardiles dice que ser chango es algo que se siente.
-La primera vez que me subí a un bote, después nunca más me bajé. No quería ni ir a la escuela, quería pasar metido en el bote. Yo siento que tengo esas raíces de muchos años atrás, porque aprendí todo eso; como cazaban ellos, nosotros hacemos lo mismo, con un poco más de modernidad porque ellos usaban piedras y nosotros tenemos acero, madera. La caza de ballenas ya no se hace porque no se consumen, pero sí cazamos la albacora. Somos recolectores porque ellos recolectaban todo lo que había en la orilla. Y nosotros hacemos lo mismo, tal cual.
En la orilla se escuchan las olas rompiendo. La marejada está avisando que se vienen buenos días para sacar huiro.
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