Viernes, 09 de Mayo de 2025

Ya nadie cose medias

ColombiaEl Tiempo, Colombia 23 de abril de 2022

Alguna vez leí que a los Kennedy les cosían las medias

Alguna vez leí que a los Kennedy les cosían las medias. Rose, la madre, se la pasaba en esas. Recordamos a la mujer por haber enterrado a cuatro de nueve hijos, pero se nos escapa la imagen de la madre amorosa, cosiendo los calcetines de los niños que paría cada dos años, por tirar un promedio. Y eso que estamos hablando de una familia poderosa, si las hay, con presidente y senadores de los Estados Unidos a bordo. Políticos, empresarios, gente relacionada con la realeza europea (con el crimen organizado también); ni de los Windsor hemos oído tantas historias como de ellos. Pero la vida ha cambiado y ya nadie cose medias, y para ello no se necesita ser un Kennedy; con ser un González cualquiera alcanza para no tener que remendar un calcetín en la vida. En general, las cosas ya no se reparan, eso se sabe. Ahora se reemplazan, lo que es una señal de progreso y de soberbia también. El otro día se rompió el reloj de la cocina y cuando quise llevar a arreglarlo me cobraron más de lo que me costaba encargar otro por internet. En el caso de las medias, ves llegar a alguien a un sitio, sentarse y cruzar la pierna para que despunten unas de colores o de rayas, llamativas y bonitas, que gritan mírenme. Es una rara fascinación la que tenemos por ser admirados por nuestra ropa, como si nuestras prendas fueran logros propios y no cosas al azar que fabricaron otros sin saber quién las iba a lucir. Antes no pensaba así, por lo que durante mucho tiempo me llené de prendas fabulosas capaces de tapar mis carencias. Yo me pasé doce años de mi vida comprando medias como si fuera un ciempiés y no un bípedo, y aún hoy, cuatro años después de no renovar mi repertorio, tengo cinco cajones llenos de ellas. Hace dos semanas descubrí un par en el fondo de uno de ellos que no había estrenado y que no recuerdo dónde ni cuándo compré. Es que poco repetía medias, incluso las desechaba cuando me aburría de ellas. No tenían que estar rotas siquiera para que terminaran en el bote de la basura, porque otra cosa de las medias es que no son caras. Alguna vez fueron sinónimo de riqueza y estatus, ahora vienen en paquetes de seis y valen menos que un almuerzo en McDonald’s. Hay quien colecciona zapatos, adicción conocida y ampliamente estudiada, pero ¿qué obsesión persigue aquel que colecciona medias de manera irracional? Mi fascinación con ellas empezó cuando oí la historia de que antes se usaban no solo para comodidad del pie, sino para que no se viera la transición entre el pantalón y el zapato. Es decir, las medias solían usarse del mismo color de los pantalones para esconder la piel. Hoy no tienen que combinar con nada, ni con el pantalón ni con los zapatos ni con la vida misma; puede usted estar teniendo un día difícil como ninguno, oscuro y nublado, y al mismo tiempo usar medias fucsia con verde si se le antoja. Es extraño que hable de este tema en un espacio como este, hasta yo lo encuentro inadecuado. Cuando me siento activo y funcional escribo sobre política; si tengo rabia busco ser ofensivo y decir bobadas obvias para descolocar a la gente. Cuando estoy sensible, como ahora, trato de hablar de temas personales que no le interesan a nadie, siempre con la esperanza de que alguien que se sienta igual de insignificante se identifique y entienda que cualquier narración vale la pena si es capaz de conectar a un ser humano con otro. Mi profesor de español del colegio nos habló alguna vez de Proust y su obsesión por ganar el Goncourt. Decía el escritor que si ganaba el premio, aumentaba su popularidad, y así la posibilidad de conocer a otras almas como la suya. Algo parecido me ocurre. Sin galardones literarios ni novelas magistrales de por medio, en días como hoy me levanto convencido de que si hablo de mis medias alguien va a tocar a la puerta a contarme lo que le pasa con las suyas.
Extraños coleccionistas
Adolfo Zableh Durán
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