Lunes, 23 de Junio de 2025

La tía Berta, Tel Aviv y mis cuentas pendientes

ArgentinaLa Nación, Argentina 20 de mayo de 2022

La casa en Tel Aviv Mi tía Berta murió durante el pico de la pandemia, con más de cien años vividos y la lucidez mental envidiable que la caracterizaba

La casa en Tel Aviv



Mi tía Berta murió durante el pico de la pandemia, con más de cien años vividos y la lucidez mental envidiable que la caracterizaba. Se trataba sólo de asumir una noticia amarga pero previsible, aunque lo cierto es que para mí Berta se fue efectivamente de este mundo hace unos días, cuando volví a Tel Aviv para una cobertura periodística.



Allí me topé con la realidad: ya no estaban ni ella ni su querible lugar en el viejo departamento de la calle Ben Yehuda , puntos ineludibles de referencia para mí en cada visita a la ciudad desde aquel lejano 1986, cuando a mis 17 años, con mucho más pelo y menos kilos, llegué por primera vez a Israel.



Fue precisamente allí donde ella llegó, junto a su familia, desde Rosario y en aquel lejano octubre de 1973, cuando cinco ejércitos vecinos le declararon, sin previo aviso y en el Día del Perdón, la guerra al entonces joven Estado hebreo.



En realidad, como buen taurino testarudo y con el objetivo de cerciorarme de que las palabras de mi prima Ana fueran ciertas ("vendí la casa, ahora no hay nada", me advirtió) me acerqué hasta el edificio, a dos cuadras de esas playas renovadas y festivas de las que los habitantes de esta ciudad disfrutan casi a cualquier hora del día, a orillas del siempre azul mar Mediterráneo.



Mi prima tenía razón . La entrada antigua, franca y sin portero, había sido reemplazada por una fría puerta de hierro con clave electrónica, detrás de la cual apenas podía reconocer las viejas gavetas del correo, que en aquellos mediados de los ochenta, sin celulares ni mucho menos WhatsApp, representaron para mí el más concreto punto de comunicación con la Argentina.



Parado ante el hierro inmóvil, fue inevitable recordar entonces mucho de lo vivido en aquel departamento, refugio de mis alegrías, dudas e inseguridades durante buena parte del año que pasé en Israel luego de terminado el colegio secundario en Buenos Aires.



Apareció, como olvidarla, aquella calurosa noche de diciembre de 1986, cuando River ganó la única final del mundo de su historia, ante el Steaua Bucarest de Rumania. Luego de recorrer los bares cercanos a la casa sin éxito, decidí entrar sin hacer ruido y encendí el único televisor disponible, ubicado…en la pieza dónde dormían Berta y mi tío Ñato. "¿Qué hacés acá? Mañana hablamos", me espetó mi tía cuando me vio allí, como avergonzado intruso, gritando el gol de Antonio Alzamendi en la madrugada. De más está aclarar que, a la mañana siguiente, volví a la casa de mi tía con el confirmado pasaje de vuelta a Buenos Aires.



A pesar de su carácter fuerte, curtido por el trabajo, años de privaciones y vivir en un país amenazado por el fantasma de la guerra, Berta me perdonó y regresé muchas otras veces a su casa, siempre pidiendo permiso antes de actuar. En su cocina, me contaba cada vez novedades de la metapelet (ayudante) que la ayudaba con los trámites, o chismes sobre el inquilino de su pieza de servicio, mientras me "sugería" comer hasta hartarme hummus o alguna otra delicia.



Ella siguió firme, con su voz ronca y su risa estridente, haciendo trabajos de costura en su vieja máquina de coser mientras fumaba casi sin freno. Sostenía un mundo de complicidades en un hebreo rudimentario, aunque todo a su alrededor fuera cambiando.



Con los años, la ciudad fue mutando, y Berta se quedó a la vez sin sus antiguos vecinos, como aquel sobreviviente de la Shoá que, traumado por el horror nazi, solía llamarla por el portero eléctrico cada mañana.



A la vez, su Tel Aviv pasó de ser casi un "pueblo grande" con edificios grises sin balcones estilo Bauhaus, bullicio y desorden, a una mega urbe con rascacielos y hoteles de lujo, un emporio de consumo y sofisticación en el centro mismo de un país que sin renunciar a su esencia parece haber dejado atrás el idealismo romántico de sus primeros años de vida.



Me fui de aquella esquina familiar con el fresquito del viento costero golpeándome suave en la cara. En algún sentido, había logrado cerrar una cuenta pendiente.
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