Grandeza y tristeza
Cuenta la historia que Napoleón Bonaparte, observando un monumento junto a uno de sus oficiales, oyó que este decía: "qué triste", a lo que el emperador contestó: "sí, lo es, al igual que la grandeza"
Cuenta la historia que Napoleón Bonaparte, observando un monumento junto a uno de sus oficiales, oyó que este decía: "qué triste", a lo que el emperador contestó: "sí, lo es, al igual que la grandeza". La reflexión napoleónica bien viene al caso si uno quiere meditar sobre la cualidad de algunas personas que destacan sobre el resto, sobre el común de los mortales. Así como a veces el ser humano conoce en otros o en sí mismo muchas debilidades, flaquezas o miserias, percibe felizmente también en algunos esas características que lo ennoblecen o particularizan ante los demás. Hay individuos que, por su bondad, o heroísmo, o generosidad, entre otras virtudes posibles de mencionar, ejercen un liderazgo moral o son un referente para muchos.
Me pregunto, sin embargo, si estas personas excepcionales vivirán sus propias cualidades con un cierto aire de resignación y de solitaria tristeza. ¿No habrá en ellas una magnitud que de alguna manera las aleja del resto y las convierte en alguien inconsolable en medio de sus más íntimos padecimientos? ¿No acompaña a todo aquel que triunfa o resalta por un motivo noble una inevitable melancolía? ¿Qué es, acaso, la grandeza sino la suma de una fortaleza interior revestida de conciencia y de soledad? No tengo respuestas a estas distintas interrogantes, pero la afirmación de Napoleón me sugirió estas modestas cavilaciones.