Cartografía de la luz
El departamento de Petén, en el extremo norte del país centroamericano, reúne algunos de los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo maya. Aquí, un recorrido por pirámides, cavernas y junglas de la región en busca de un tesoro tan atractivo como huidizo: la luz solar que ilumina la Mesoamérica profunda. Texto y fotos: Nicolás Lazo Jerez , desde Guatemala.
T ras las copas de los árboles, proyectada en el horizonte, la luz del día asoma débil, como una promesa que demora en cumplirse. A esta hora, pasadas las cinco y media de la mañana, el cielo es una sucesión de líneas paralelas en tonos naranjas, ocres, celestes y azules. De momento, el sol no se ha dejado ver. Pero la espera no durará mucho, no mucho más. A juzgar por el brillo dorado que reluce allá al fondo, su irrupción es inminente.
Amanece en la selva. El silencio, que reinaba en el ambiente hace apenas unos minutos, se quiebra poco a poco con los ruidos que inauguran la jornada. En todas direcciones se oye el garrido de los loros y el gorjeo de los tucanes. Cada tanto, un gruñido temible resuena durante varios segundos: los monos aulladores ( Alouatta palliatta ) despertaron de mal humor.
El Parque Nacional Tikal , en el extremo norte de Guatemala, se resigna por fin al abrazo tibio de la luz solar, que a eso de las seis y media disipa los últimos jirones de una niebla porfiada. Solo en ese momento, la selva se muestra en su esplendor completo, imponente.
Desde el Templo IV, o Templo de la Serpiente Bicéfala , situado en la zona principal de una antigua ciudad maya, y considerado la tercera estructura precolombina más alta del continente, la vista resulta sobrecogedora. Si el visitante toma palco en la cima del templo, a casi 70 metros de altura, se enfrentará a los picos de piedra caliza de otras edificaciones prominentes y divisará, a lo lejos, la lámina imperturbable que es el lago Petén Itzá .
Volver la mirada bajo los pies implica, más que observar, ejercitar la especulación. Entre el follaje tupido que se extiende hacia los cuatro puntos cardinales, no queda más que adivinar el conjunto inabarcable de altares, canales, calzadas, dinteles, lajas y vigas que constituyen la urbanización de Tikal, compuesta por más de cuatro mil estructuras y descrita por diversos historiadores como uno de los reinos más influyentes y poderosos del mundo maya.
Al sur del Templo III, o Templo del Sacerdote Jaguar , están las canchas para practicar el juego de pelota mesoamericano, un deporte fechado hacia el 1400 a. C. y que, además de cumplir funciones lúdicas, servía para zanjar conflictos de diverso tipo.
-La degradación ambiental (de la civilización maya) explica el auge, el progreso y la prosperidad que se vivió, a pesar de que ellos no conocían el átomo y de que no dominaban la tecnología del petróleo o del combustible fósil, a diferencia nuestra -explica Víctor Bonilla, del Instituto de Investigaciones en Ciencias Naturales y Tecnología de la Universidad Rafael Landívar-. Esa es también una de las teorías que explican el declive: degradaron tanto el bosque que erosionaron el suelo. La erosión del suelo llevó, finalmente, a la pérdida de la productividad en cultivos, aunque tenían un sistema tecnológico muy sofisticado.
Ajeno a teorías y explicaciones, más acá, un coatí amistoso se acerca -como quien da la bienvenida- a los primeros seres humanos que se ha topado en lo que va del día.
Unos 65 kilómetros al suroeste de Tikal, en la localidad de Santa Elena de la Cruz, cualquier viajero podría sumergirse en las entrañas de la tierra y de este modo evitar, si así lo prefiere su capricho, cualquier contacto con la luz del sol.
Las cuevas de Actún Kan (en maya, "roca de la serpiente"), emplazadas en un parque del mismo nombre, son una red de cavernas que se extiende bajo una serie de cerros boscosos y que, de acuerdo con la creencia de los pueblos precolombinos que acudían a esta zona para celebrar ritos religiosos, alguna vez estuvo cubierta de agua.
Aquí, la única luz que acompaña es la del casco minero que provee la administración del Parque Regional Municipal. A veces, no es posible siquiera distinguir qué aguarda a la vuelta de la esquina.
Por supuesto, la experiencia no parece recomendable para espíritus impacientes, ni mucho menos para quienes padezcan algún grado de claustrofobia. En ocasiones, al explorador no le quedará más remedio que adoptar la postura "punto y codo", contener la respiración y atravesar -reptando entre el barro, el estiércol, los gusanos y las hormigas- túneles en los que cabe apenas el cuerpo de una persona. Los murciélagos, amos y señores de estas grutas heladas, asoman por cada rincón, vigilantes. No faltará la oportunidad en que, alertados por la flagrante invasión humana, abandonarán la estalactita de la que cuelgan para cerrar el paso al intruso con un vuelo rápido y nervioso.
Tras casi un kilómetro de ruta, y alrededor de una hora de recorrido laborioso, el aire y la luz del día se reciben con una mezcla singular entre el alivio y la perplejidad. Si bien no existe ningún grupo étnico establecido en la zona, como afirman los portales oficiales del Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala, queda la impresión de haber viajado en el tiempo y estar habitando un territorio paralelo, fuera de nuestras coordenadas, frente al cual el reencuentro con la atmósfera cotidiana resulta desconcertante. Asimismo, es difícil no pensar que, como un susurro que se desliza entre las ondulaciones de ese laberinto enrevesado, el eco de los espíritus mayas se resiste al sepulcro del silencio eterno.
En otro punto clave del departamento de Petén, 70 kilómetros al noreste de Actún Kan, está el Parque Nacional Yaxhá-Nakum-Naranjo, un centro ceremonial y sitio arqueológico maya cuyas 37 hectáreas colindan al oeste con Tikal. Dotada de más de 500 estructuras, entre las que destacan numerosos altares y las célebres Pirámides Gemelas , Yaxhá (o "agua verdeazul") figura como otro lugar fundamental a la hora de rastrear el universo mesoamericano prehispánico. Por los rincones de esta ciudad se han hallado toda suerte de cuencos, platos y vasijas que han servido para que la arqueología moderna imagine y recree la vida de sus antiguos habitantes.
Si el paseante visita estas tierras durante el invierno guatemalteco, verá al sol ocultarse poco antes de las seis de la tarde. Entonces, un haz rojizo bañará la selva y apuntará con su rayo dondequiera que se mire. Los guías turísticos exigirán al público, no siempre con éxito, un silencio reverencial: se trata de un momento más bien solemne, una oportunidad para conectar profundamente con el espíritu milenario del lugar.
El ruido ambiental del parque, hasta hace poco colmado de euforia animal, empieza a disiparse paulatinamente. Junto con la luz, el alarido de los monos y el canto de las aves se extinguen como si obedecieran a una instrucción superior. Sin embargo, lo que acaba de ocurrir es apenas un simulacro de sosiego. Un rumor incesante de pasos y susurros subrepticios permite anticipar que, pese a lo avanzado del atardecer, no toda actividad se apaga en la espesura del Parque Nacional Yaxhá.
Cae la noche en el departamento de Petén. El contorno de las pirámides se desdibuja en la oscuridad creciente, al tiempo que una brisa fría agita levemente las hojas de los árboles. Con esa infraestructura alrededor, resulta imposible no tratar de evocar la vida durante el apogeo de la cultura maya, entre los años 200 y 900 de nuestra era. Tampoco es difícil ponerse a pensar aquí en lo que aún tiene por decirnos un pueblo de tamaña relevancia cultural en la historia del continente.
-Me parece que, para los desafíos que tenemos en este minuto como civilización humana, la principal lección (que ofrecen los mayas) es que el declive civilizatorio, como lo estamos proyectando, no tenemos que verlo como algo triste, indeseable o negativo, sino todo lo contrario: es una oportunidad -aventura Víctor Bonilla, el investigador de la Universidad Rafael Landívar-. Tenemos la lección de que es posible hacer una transición hacia cierto declive y que eso no va a ser tan apocalíptico o catastrófico como generalmente pensamos.
Bonilla pone como un ejemplo concreto de lo anterior a los lacandones, un grupo indígena de raíz maya asentado en la frontera entre Guatemala y México, a menos de 200 kilómetros de Yaxhá. Además de destacarse por su trabajo de preservación de la biodiversidad selvática, esta etnia ha desarrollado, incluso, un tipo de turismo sostenible que logra combinar la generación de recursos económicos propios, la divulgación de la riqueza natural de la región y un respeto irrestricto por el medio ambiente.
-Ellos dan las pautas o, al menos, los principios organizadores de las sociedades que se vienen. Creo que ahí están las luces.