Martes, 02 de Julio de 2024

Lo que olvidamos del teléfono fijo

ColombiaEl Tiempo, Colombia 29 de junio de 2024

De arranque, tocaba esperar a que diera tono, y había momentos en que no daba ni de milagro

De arranque, tocaba esperar a que diera tono, y había momentos en que no daba ni de milagro. A veces, no conseguirlo era la mejor forma de saber que nos lo habían cortado. Poco se habla del tema, pero uno de los cambios más abruptos en la historia fue coger un celular por primera vez y descubrir que no había que esperar al tono para marcar. Seguía sirviendo si se iba la luz, así que era un refugio cuando no funcionaban los bombillos ni la tele y tampoco había a la mano un radio de pilas. Marcábamos con esos discos gigantes que se demoraban horas en completar una vuelta si el número al que llamábamos tenían muchos ceros o nueves. Rezábamos para que contestara la persona a la que buscábamos porque era una lata tener que preguntar por ella. En general, el protocolo telefónico era una zona incómoda y nunca sabíamos cómo presentarnos. A veces también, nos quedábamos hablando con el que contestaba así no fuera el destinatario de nuestra llamada, y en otras ocasiones colgábamos porque nos daba pena saludar o porque nos iban a regañar por llamar tarde. Algunos oímos más la frase "estas no son horas de llamar" que "tómate la sopa". Tampoco había identificadores, así que contestar podía ser una bella sorpresa. Hoy todo está anunciado, y si llaman de un teléfono que no conocemos por lo general son personajes diversos que van desde estafadores y promociones de internet hasta bancos y operadores de celular. En estos tiempos es rarísimo, casi imposible, que haya una llamada a un número equivocado. Las facturas eran carísimas. Yo me metí en problemas por hacer llamadas de más a México y a Barranquilla, siempre por cuenta del amor. Ahora podemos comunicarnos con el rincón más alejado del planeta vía internet, un golpe durísimo para los operadores que se enriquecían con la larga distancia y el roaming. No había que cambiarlo cada año porque había salido un nuevo modelo que nos disparaba la ansiedad. El teléfono fijo era como la estufa o la nevera, un aparato del que solo se esperaba que cumpliera con la función para la que había sido comprado. El de mi casa siempre dio la nota durante más de una década y poco necesitó de reparaciones. Eso sí, era incómodo y chistoso llegar donde el técnico para que nos lo arreglara. Los números tenían cinco dígitos, seis máximo, y solo en Bogotá había que memorizar siete cifras. Y nadie preguntaba cómo había que marcar. Hoy es todo un misterio saber cómo se llama de fijo a celular, de celular a fijo y hasta de fijo a fijo, todo un mestizaje de llamadas. Algunas personas tenían agenda para guardar los teléfonos de los demás, otras simplemente los anotaban en la mano, en papeles sueltos o en la parte de atrás de los cuadernos. Una mujer tomando tu cuaderno y apoyándolo contra la pared para anotar su número era de las visiones más placenteras que podían existir. Luego estaba el cable, largo y en espiral para que jugáramos con él. Mientras que los de ahora son una dificultad que nos obliga a estar pegados a la pared, los de antes hacían parte del todo. Pero lo más curioso quizá sea que los teléfonos fijos servían para hablar, mientras que los de ahora son linternas, cámaras, calculadoras, reproductores de música, predictores del clima y hasta te consiguen un taxi, pero todos se ofenden si alguien los llama sin avisar porque es considerado una grave violación de la integridad. No sé en qué momento empezamos a creernos el rey de Dinamarca. Un día se fueron porque así opera la vida y hoy nadie tiene uno, los pocos que quedan son digitales, inalámbricos o grandes conmutadores empresariales. Tenía razón el inventor del celular cuando dijo que su idea tenía sentido porque los humanos no llamamos a lugares sino a otros humanos, pero también tenían razón los padres cuando nos regañaban por pasar mucho tiempo pegados al teléfono fijo como si fuéramos zombis. A ninguno de los dos, padres e inventores, solemos darles el crédito que se merecen.
Y un día se fueron
Adolfo Zableh Durán
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