Diario íntimo de Lulú Petite
Lulú Petite
EL GRÁFICO
El besayuno
Querido diario: Allí estabas tú, boca arriba, desnudo, con tu sonrisa pícara y tus ojos encendidos
Lulú Petite
EL GRÁFICO
El besayuno
Querido diario: Allí estabas tú, boca arriba, desnudo, con tu sonrisa pícara y tus ojos encendidos.
Cuando vi tu sexo erecto, duro y derechito, con su cabecita rosa completamente hinchada, no me hice de la boca chiquita ni la mojigata. Me arrodillé en la cama, la tomé con mi manita y te masturbé.
Mi intención era excitarte un poco antes de ponerte el condón y comenzar a chupártela. No esperaba que en cuanto te masturbara, un chorro de semen saliera disparado y el resto resbalara por el dorso de mi mano.
¡Carajo, Miguel! ¡Cuánta leche traías! Venías cargado. Generalmente, después de una eyaculación precoz tan abundante, el cliente queda en un estado de pasmo del que no se recupera, por lo que el resto de la hora se va en conversación.
Son raros los que, como tú, sacan el veneno rápido sólo para aliviar estrés y recuperar enjundia. Me lavé las manos y te limpié el sexo con una toalla húmeda.
Quité los residuos de semen de tu pubis, pero cuando pasé la toallita por tu miembro, como si fuera magia, comenzó a ponerse duro de nuevo.
Te lo limpié bien y volví a masturbarte. Con tu miembro húmedo, mi mano resbalaba mejor. Se te puso durísimo. Las venas saltaban, estaba caliente y con la cabeza roja e inflamada.
Tomé entonces el condón, te lo puse con la boca y comencé a chupártela mientras te acariciaba las bolas.
Después de un rato retorciéndote de placer, sin decirme nada, me tomaste de la cintura y me tumbaste boca arriba, abriste mis piernas y comenzaste a comerme el coño. ¡Miguel! ¡Qué lengua traviesa la tuya!
Estaba empapada y en cada lengüetazo directo a mi clítoris, sentía un latigazo de adrenalina que me provocaba un placer inmenso. Me retorcía como serpiente, gimiendo y rogando por más, hasta que un primer orgasmo me nubló los sentidos.
Grité extasiada y cuando levanté la mirada, aún nublada por el orgasmo, te vi limpiándote la boca con el dorso de la mano izquierda y jalándote el miembro con la derecha.
Con una nalgada suave me indicaste que me pusiera de perrito. A cuatro patas y levantando el culo, te ofrecí mi sexo recién complacido. Me la metiste de golpe y sin piedad.
No lo creía posible, pero todavía tenías energía para rato. Separaste mis nalgas como si pretendieras partirme en dos y, mirándome el culo, comenzaste a bombear fuerte.
Yo te veía en el espejo del tocador. Poseyéndome. Haciendo conmigo lo que querías. Me veía también a mí, encantada, ensartada, con mi cara de sufrimiento y de placer.
Sentí tus dedos clavándose en mis nalgas cuando apretaste el ritmo y, metiéndote a fondo, inyectaste en el látex otro chorro fulminante de tu leche tibia.
Me tumbé a tu lado y volteé a ver el reloj. Ya eran casi las nueve de la mañana. Me encantan los clientes madrugadores, nada como el sexo mañanero para empezar el día.
Preguntaste si podías invitarme a desayunar. Te dije que sí, pero pedimos a la habitación. ¿Para qué salir? Teníamos sexo para rato.
Hasta el martes, Lulú Petite